A orillas del río Omo, y en un paraje natural de gran belleza con el Parque Nacional de Mago como telón de fondo, se encuentra Korcho, un poblado de la etnia de los Karo, que descubrimos en la crónica de este viaje. Son a penas unas cuantas chozas con forma cónica hechas de madera y cubiertas de paja y tallos de gramíneas diseminadas aquí y allá.
Los niños corretean desnudos y descalzos por toda la aldea. Las mujeres amamantan a los más pequeños o preparan la comida al aire libre, delante de las puertas de sus casas, unas viviendas muy humildes, sin divisiones interiores y en las que sólo hay unos cuantos objetos de cerámica para cocinar, alguna piel de vaca y poco más. Los varones se resguardan del implacable sol en la “chifo” o “casa de los hombres”, construcciones de planta circular sin paredes ni ventanas, apartadas de la zona en la que se encuentran las chozas.
Lo primero que llama la atención cuando se visita un poblado de la etnia de los Karo es la estética de los hombres, sobre todo, la riqueza creativa de los dibujos con los que decoran sus cuerpos y, en ocasiones, el rostro. Llevan el torso, los brazos y las piernas desnudas y se cubren con una sencilla tela a modo de falda. Toda esa parte del cuerpo que queda al descubierto está pintada con dibujos geométricos o figuras que representan a animales. Es un elaborado proceso en el que utilizan pinturas hechas a base de cal y pigmentos naturales. Los hombres, además, van siempre de un lado a otro con la “baraka”, un pequeño objeto de madera que sirve para apoyar la cabeza (como una almohada) o para sentarse. Y, como los mursi, no se separan de su Kaláshnikov, arma que ha sustituido poco a poco a la tradicional lanza
Si la imagen de los hombres de la etnia de los Karo resulta impactante a los ojos occidentales, no lo es menos la de las mujeres. Estas se cubren el cuerpo o parte de él con una piel de vaca, llevan cintas de colores en la frente, collares confeccionados con conchas, brazaletes metálicos, clavos en el labio inferior y se impregnan el cabello peinado con trencitas con arcilla roja mezclada con grasa de animal para que tenga un tono más brillante. Además, lucen escarificaciones en el pecho para embellecerse. Estas cicatrices se hacen con un cuchillo o navaja y luego se cubren con ceniza. Tanto hombres como mujeres utilizan la ornamentación corporal y facial para resaltar su belleza y para destacar su estatus social.
Cuando uno visita algún poblado de los Karo se da cuenta enseguida de que hay muchas más mujeres que hombres. Esto se debe a que son polígamos y tienen tantas mujeres como puedan permitirse, por lo general, entre dos y tres. Los varones jóvenes, antes de casarse, tienen que someterse a la ceremonia de la “pilla” que consiste en ir saltando sobre una hilera de vacas sin caerse, prueba que comparten con otros pueblos vecinos como, por ejemplo, los hamer quienes, incluso, les prestan sus vacas para que puedan celebrar este ritual. Además de la “pilla”, los karo tienen otras ceremonias relacionadas con sus creencias religiosas paganas tradicionales. El hecho de que los hamer les presten su ganado para celebrar la “pilla” indica las estrechas relaciones que mantienen con otras etnias vecinas. En cambio, están históricamente enemistados con los mursi, debido a disputas territoriales.
Antes, los karo era una de las tribus más ricas del valle gracias a su cabaña de ganado. Sin embargo, la mosca tse-tse hizo estragos en esta zona y terminó con buena parte de sus posesiones. Ahora son, sobre todo, agricultores. Como sucede con otras etnias, su agricultura es de subsistencia. Cultivan sorgo (alimento clave en su dieta), alubias y maíz, Su dieta incluye también algo de pescado y miel. Y es que vivir a orillas del río les permite disponer de más recursos que algunos de sus vecinos.
Con todo, es una de las etnias más amenazadas del sur de Etiopía. Su población actual ronda los 1.000 individuos, repartidos en tres poblados situados en la ribera este del río Omo, un número muy por debajo del nivel óptimo de supervivencia. Cualquier desastre natural, epidemia o guerra podría llevarles a la extinción.
Periodista.