Cuando era pequeña tenía solamente una enciclopedia, Lo sé todo, una enciclopedia a la que le faltaba un volumen. Mi abuelo la había traído a casa y nadie la miraba más que yo. Una y otra vez. Una y otra vez. Faltaba el tomo rojo. Debía ser el de botánica o geología. De hecho, daba igual.  Dicha enciclopedia contenía unos dibujos fantásticos y fotografías que parecían pintadas con los Faber-Castell de mi prima; los míos eran Carioca. Sí, también había en Argentina Faber-Castell y libros editados en un país que se llamaba Andorra y cosas de esas que llegaban de Europa que olían mal, como el aceite de oliva. A esa Europa de los tatarabuelos, con 7 u 8 años, yo me la imaginaba toda como la Grecia Clásica: gentes con túnicas y coronillas de laurel o torres Eiffel rodeadas de señoras con sombrerito y vestidos pre Coco Chanel. Es decir, para mí Europa era sólo lo que se dibujaba en el volumen histórico sociológico de la enciclopedia renga; editada en Italia para los países de habla hispana por Editorial Larousse. Siempre pensé que esa enciclopedia era fruto de mi imaginación, que no existía, hasta que la busqué en Google y me di cuenta de que no era el fruto de mi memoria voladora. En el tomo dedicado al arte, justo en la B, había uno de esos dibujos a lápiz que yo no podía dejar de mirar. Era el dibujo de una enorme cara de piedra, con una boca desdentada, que pretendía ser una puerta abierta a un mundo desconocido. Debajo de la ilustración se explicaba que se trataba de una escultura del parque de Bomarzo.

bomarzo

Crecí. Emigre a Europa. Compré quesos en Andorra, aprendí a amar el aceite de oliva, me dijeron que Faber-Castell era una empresa alemana y un día de 1993 me fui a vivir a Roma con una beca Erasmus. Obviaré describir lugares comunes sobre los Erasmus. El caso es que un domingo de sol romano me levanté con la idea en la cabeza de que había cerca de Roma un algo que se llamaba Bomarzo. No tenía ni idea de lo que era. Bomarzo, Bomarzo, Bomarzo… Aun internet era un lujo del que sólo disponían los informáticos, esos que había visto en X-Files. El resto era microfilm de biblioteca y fotocopia. Pero como todo buen apartamento Erasmus que se precie, nosotros teníamos uno de esos, un ingeniero informático, conectado a un primitivo Internet. Buscamos por la red ¿Alguno de vosotros recuerda cómo eran AltaVista u Ozú? Ardua búsqueda de un vocablo que sólo surgía de mi inconsciente con forma de inmensa máscara de piedra. Bomarzo era un pueblo con parque o, mejor explicado, un parque con pueblo, a 100 kilómetros de Roma, siempre en el Lazio. Ese parque se llama Il Sacro Bosco. Ese día no fuimos a ningún lado. Poner de acuerdo a cuatro erasmus un domingo por la mañana es una misión de final improbable.

Con el paso del tiempo Italia se convirtió en mi destino, en parte de mi vida. Solía pasar algunas semanas en Torre del Lago Puccini, en Viareggio. A casi 250 kilómetros  de Bomarzo. Convencí a quien tenía que convencer y después de 3 largas horas de Skoda sin aire acondicionado, en pleno agosto de 1998 pude finalmente  ver La Villa dei Mostri. Se opina en círculos de arte que el Duque y General Pier Francesco Orisini hizo construir al arquitecto  Pirro Ligorio el parque y la villa para Giulia Farnese. Los viejitos del pueblo dicen que lo construyó Il Condotiero molto inamorato di Giulia (2), allá por 1547. Osini bautizó el palacio como La Villa delle Meraviglie y le inventó su Sacro Bosco de monstruos terribles en estilo grotesque. Posiblemente las esculturas sean de Simone Moschino. El General Orsini también jugó con las palabras y bajo las estatuas o arquitecturas imposibles, como la casa inclinada, da lecciones de moral: “Animus quiescendo fit prudentior ergo.”  Pero para mí es sólo arte y el parque te lo pregunta: “Tu ch’entri qua con mente parte a parte et dimmi poi se tante meraviglie sien fatte per inganno o pur per arte.”(4)

El parque es tan misterioso como lo puede ser la mente de cualquier individuo, y lo que quizás personalmente me fascinó fué la hibridación entre escultura y literatura. Dicen los eruditos que allí está el Canzoniere de Petrarca, Orlando Furioso di Ludovico Ariosto o poemas de  Bernardo Tasso. Dragones, Sirenas, Ballenas, Tortugas gigantes, figuras mitológicas y quizás producto de juegos de alquimia.

Y sobre un pilar una inscripción que resume el amor de Orsini por Giulia: «Sol per sfogare il core». (5)

Para mi Bomarzo es el sueño inconsciente realizado, la evocación de un recuerdo de mi infancia entre los mitos y las leyendas de una enciclopedia de segunda mano, gorda, pesada e incompleta. Si vosotros queréis saber más sobre el Sacro Bosco id a Sangoogle. En la Wiki tenéis la manera más rápida del mundo de saciar las evocaciones, sin deseo, sin esfuerzo.

Traducciones sui generis:

(1) Vos que vais por el mundo errando vagos para ver asombrosas y estupendas maravillas, venir aquí, donde hay caras horrendas, elefantes, leones, orcos y dragones

(2) El gobernador muy enamorado de Julia

(3) La calma nos convierte en prudentes (disculpad mi traducción pobre del latín)

(4) Tú que llegas con la mente abierta de par en par, dime si tantas maravillas fueron hechas para engañar o por puro arte.

(5) Sol para desahogar el corazón.

Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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