Se acabaron las especulaciones. El secretario general del PP valenciano, Serafín Castellano, ha sido claro y rotundo: Alberto Fabra será el encargado de conducir a los populares hacia el éxito electoral en 2015.

Para Castellano, el Molt Honorable es el líder indiscutible que marca la dirección del partido, el Gran Timonel que sabrá sortear estas aguas turbulentas de corrupción y crisis que a punto han estado de hacer zozobrar al partido. Y, sobre todo, Fabra será el avezado marino que logrará poner a la Comunidad Valenciana a salvo de ese ataque pirata que estaría proyectando Ximo Puig. Alberto Fabra lo hará transformado desde la calle Quart en un renovado capitán Morgan que, junto a bucaneros catalanistas y radicales, se apresta a enarbolar la bandera negra con las dos tibias coronadas por la calavera siniestra del tripartito.

El anuncio del dirigente popular confirma así lo que ya comienzan a considerarse dos tradiciones políticas de los conservadores valencianos. Una es la de no sentirse aludidos por los debates abiertos sobre la elección de representantes, la transparencia y la participación. Mientras otros queman energías promoviendo congresos o primarias, convocados a regañadientes para contentar a la galería, el PP confirma una vez más su vía particular para la elección de sus candidatos por muda aclamación de una militancia que, en estos casos, se prefiere dejar en un discreto segundo plano. Al fin y al cabo, tiempo tendrán para enarbolar banderitas en la plaza de toros el día que toque durante la campaña.

Alberto Fabra: mediocridad y grisura

La segunda tradición es determinación a la hora de proponer a los valencianos un más difícil todavía en cada elección. Y es que el PP parece empeñado en cada cita electoral en bajar un escalón más en la mediocridad y grisura de sus candidatos, tal vez convencido de que, fieles al carácter de Sangonera, aquel entrañable personaje de Blasco Ibáñez que murió de un atracón, los valencianos tienen una innata predisposición a tragar con todo. Fue así como el glamour bronceado de Benidorm que transmitía Eduardo Zaplana dio paso a la casta y beata sonrisa de Francisco Camps, casi un personaje de La Regenta de Clarín, si no fuera por los amiguitos del alma de los que se rodeaba. Hoy el partido pone sus esperanzas en este hombre de aspecto pulcro, como recién salido de una misa de primera comunión y siempre dispuesto a un paseo dominical por el Parque Ribalta con su señora.

Ahora solo falta que gane, algo nada improbable viendo el comportamiento electoral de los valencianos. Y quién sabe. Incluso hasta podría verse beneficiado por una posible condena a don Carlos Fabra por esos misteriosos 3,3 millones de euros sobre cuya parapsicológica existencia delibera estos días la Audiencia Provincial de Castelló. Fabra podría así resurgir de las cenizas del desgaste y el cabreo social, paradójicamente gracias al sacrificio del otro Fabra. Claro que también es cierto que es más fácil que al promotor de aeropuertos le toque la lotería que se deje llevar por la tentación de un gesto generoso de inmolación a favor de su partido.

Así las cosas, no faltan pesimistas en el seno del partido que ya dan por perdidas las próximas elecciones. Por eso se equivocan quienes pretenden ver detrás de las filtraciones sobre los sueldos de Alberto Fabra, su preparador de liderazgo o su cocinero, las maniobras de algunos sectores del PP interesados en promover como candidato al vicepresidente de la Generalitat José Ciscar, por ejemplo. No, estos sectores, que haberlos haylos, no tienen su mirada puesta en 2015, sino cuatro años más tarde. O quizá antes si logran que se rompa pronto un tripartito que se considera inevitable. Para entonces ya se encargarán de poner rostro a quien será el nuevo Gran Timonel. Por eso, las filtraciones y maniobras de fontanería no buscan que el PP pueda ganar las próximas elecciones con un candidato más valorado. Lo que tratan de evitar por todos los medios es que, esta vez, el tripartito las pueda perder.

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