Vista general de la sala de exposición y galería.

La Destil·leria es una escuela donde se imparten principalmente clases de joyería y pintura, aunque hay espacio para cualquier disciplina de las artes plásticas y visuales. También ofrecen cursos monográficos o se organizan talleres estivales. Por otro lado, una vez entramos en el amplio local, nos encontramos con la sala de exposición en la que se organizan muestras individuales o colectivas de forma periódica.

Conocer esta escuela es indispensable para saber lo rico y granado de la producción artística de la comarca del Maresme desde el año 2014, cuando se fundó.

Algunas veces, en dichas exposiciones, las obras o piezas que se exponen se ponen a la venta. De hecho, el título de la actual «Fins a tres-cents», corresponde al precio máximo por el que se puede adquirir alguna de ellas.

«Fins a tres-cents» y «Transfer», la anterior exposición sobre el trabajo de la anartista chilena Pía Sommer (1981) —que también participa en esta—, se han organizado en colaboración con el M|A|C (Mataró Art Contemporani).

Patio de La Destil·leria. Al fondo se ven las aulas.

La actual propuesta de La Destil·leria (del 18 de diciembre al 13 de enero), adquiere un enfoque multidisciplinar e intergeneracional, puesto que presenta a veintiséis artistas con trayectorias muy diversas y lenguajes muy distintos. Es fácil corroborar esto cuando vemos que en la pequeña sala expositiva, hay fotografía, cerámica, joyería, pintura e ilustración guardando una importante y estrecha relación de espacio. Es evidente que «Fins a tres-cents» funciona como escaparate para promocionar obra habitual y nueva, y sobre todo, para dar a conocer a posibles nuevos autores.

Sin embargo, y más allá de su interés comercial, es curioso comprobar que cuando observamos las piezas presentadas por artistas más consagrados, con más trayectoria o con más variación, como Ricard Jordà (Mataró, 1943), Solange Dalannais, Laia Arnau (Mataró, 1966), Jordi Prats (Mataró, 1965) o la misma Sommer, se crea una estrecha relación estética entre ellas. Al ver varias obras de cada uno de ellos, nuestro gusto se va modulando y finalmente se decide por lo más diverso, distinto o semejante en lo producido, o rememora lo producido anteriormente. Con esa variedad podemos hacernos una idea de sus intereses técnicos, visuales y formales. Por eso es muy importante que la obra de artistas noveles (quienes realmente quieran dedicarse a esta profesión), sea más numerosa y, si es posible, transdisciplinar. Al menos al principio. Y esto es esencial no únicamente para poder escoger una fotografía o una vasija con pedrería y tenerla en el estante de nuestro dormitorio, sino para reforzar la propia imagen artística.

Mi amigo Diego (Marina Campos).

Sabemos que es una exposición para comprar obra y ver la reciente, pero al margen de la idiosincrasia de galería, es bueno considerar que para que el espectador quede «prendado» de algo, es necesario que se pueda establecer una estrecha unión comunicativa entre aquello que se ha realizado. En artistas más reconocidos este intercambio dialéctico es también espacial.

La línea del horizonte artístico se podría tornar muy prometedora cuando recibimos la primera impresión de la lámina pictórica de Marina Campos y de la fotografía de la joven autora Aina Dorda (Mataró, 1993).

A este respecto, el uso del condicional está justificado, puesto que del trabajo de Marina Campos pocos sabemos, salvo por esta inquietante y bien resuelta lámina titulada Mi amigo Diego. A través de ella nos podemos familiarizar con su manera de proceder, con su imaginario (quizá neoexpresionismo) y su uso de los procedimientos, pero hasta ahí se puede contar. Si pudiéramos saber más de su producción, podríamos ver la seguramente variopinta gama de matices expresivos y cromáticos. De Aina Dorda conocemos algo más. Es una autora de la imagen, de la luz y de lo íntimo. En el juego espacial y lumínico aparece la figura humana o su detalle. Su lenguaje, sin duda, sensual, sensible y abierto a la imaginación, lo hemos podido identificar en otras muestras como su monográfica del 2018, Abismar-se.

Manta ratlla (Inma Jordà).

En el terreno de las artes aplicadas, el diseño y la ilustración, nos encontramos de lleno con la composición colorista y formal de Daniel Entonado (Cáceres,1980) y con la cerámica esmaltada o engobada de Vanessa Linares, que emplea un grafismo muy personal e ilustrativo en sus cuencos y vasijas. En sí, Linares se especializó en diseño gráfico, y la enorme influencia de este, se traspasa a estas cerámicas que nos recuerdan, con sus dibujos, a aquellas ánforas o jarras de la civilización minoica decoradas a la barbotinta.

Hay que mencionar, sobre todo, las estampaciones sobre animales marinos de Inma Jordà. Tanto esta pieza (Manta ratlla) como Calamar, fueron realizadas mediante un procedimiento japonés llamado gyotaku1. Se eligen estos animales, se entintan, y sobre ellos se pone una lámina de papel; se presiona, y el resultado es la estampa del pez o el cefalópodo en cuestión. Básicamente el resultado es similar al del frottage, pero el método para conseguir este resultado es idéntico al del monotipo. Lo cierto es que el objetivo gráfico plástico que se busca tanto con el frottage como con el monotipo, es conseguir múltiples texturas visuales y que el resultado sea prácticamente único. Aun así, se acostumbran a repetir las estampaciones para conseguir una mayor saturación de color u otras texturas.

Begoña Terradas.

Jordà usa la tela como soporte y enmarca los resultados en madera pintada de barca antigua. Evidentemente, hay un estrecho vínculo entre la pieza y el marco de madera. Este vínculo es el de «presentar» el objeto completo, el producto. Un aspecto que deriva seguramente de la profesión de Jordà, especialista en artes aplicadas.

Otra artista de lo sensible y emocional como Dorda, es Begoña Terradas. Una autora poco conocida en el ámbito cultural local de la capital del Maresme, sobre todo en los espacios museísticos y en la agridulce boca de los «gurús» del arte, es decir, los críticos, los comisarios y los curadores. Por otro lado, su trabajo ha obtenido más reconocimiento en Barcelona. Sin ir más lejos, en 2018 participó en la muestra colectiva «Fusum 16+6» en Arts Santa Mònica.

Jordi Prat.

En este caso, el lenguaje que utiliza es similar al de Dorda, pero la técnica y los procedimientos son distintos. Terradas, al igual que la mataronense, capta las imágenes, pero ella las reproduce gráficamente. Una representación de espacios y objetos ejecutada con la perfección técnica de su ilustración y que, a su vez, adquiere una estética que recuerda al pictorialismo. Esta observación no es para nada exacerbada cuando contemplamos su tríada «doméstica», La cómoda, La silla y La mesa.

En alguna ocasión Terradas ha afirmado que su obra no se fundamenta en lo psicológico, pues esta se basa en el momento exacto en que nos «congelamos» cuando procesamos cierta información que recibimos, pero lo cierto es que algunos dibujos realizados a la tinta recuerdan a los rostros traumatizados que retrató Lucian Freud en los años cuarenta. En sí, los rostros de Terradas son el primer paso para el trauma, pero representan el impacto inicial. De todas formas, cuando Terradas se ha referido a su trabajo, mayoritariamente ha hecho hincapié en los procesos de representación gráfica (las tramas) más que en la poética. En cierta medida, esta elección nos permite entender que su producción es abierta y familiar, por lo que no necesita más explicación que lo formal.

Aina Dorda.

Con la pequeña pieza de Ivan Floro (Mataró,1993), nos podemos hacer una aproximación general de su gran destreza pictórica, pero del mismo modo que con Terradas, no es un artista que tengamos presente en el panorama artístico local, o al menos con asiduidad, y eso que los motivos para su reconocimiento son muchos. No es que el productor esté obligado a ser visible, de hecho, encuentro totalmente lógica la libre decisión de mostrar su trabajo en lugares donde pueda sacar partido de lo que hace o en donde este tenga una mayor proyección. Sin embargo, no podemos sucumbir al olvido de ciertos nombres.

El imaginario de Floro es el del espíritu de un tiempo, el actual, donde —mayormente— no hay reparo para el humor y en donde la memoria y la cotidianidad no son rechazadas. Sus figuras naturalistas son una impresión de su cultura y de su realidad, a la manera de Sargent. No obstante, a diferencia de este último, los motivos de sus lienzos se centran más en lo anecdótico que en el tratamiento total de luz y color de estos. La luz y el color son creados para el motivo; el motivo no se presta a los efectos del ambiente. Quizá porque la referencia es fotográfica y eso impide el destello de lo natural. De todas maneras, los medios usados no deben ser pretexto para enaltecer o minusvalorar el resultado de una pieza, pero sí para ser críticos con los procesos seguidos.

Vanessa Linares.

En general, la razón por la que es recomendable la visita de «Fins a tres-cents», nace a partir de dos necesidades principales: la de la promoción y la de la valoración. Dos necesidades que sería maravilloso se convirtieran en propias. Al menos en mi caso ha ocurrido. Estas parecen ser indisociables de nuestro mundo tecnológico y de lo mediático, pero también se encuentran en nuestra actividad profesional; esté ligada esta a los circuitos artísticos o alejada de ellos completamente.

Para ser realistas, en el voluntarioso sistema en el que nos vemos inmersos, la actividad principal siempre será lo más considerable. De ella se sacará más partido. Pero es importante entender que de nosotros, lo complementario o prácticamente desconocido, también puede ser un dispositivo capitalizador. Al menos si se quiere vivir del arte o dar eco de nuestra actividad en la siempre impaciente y excitada ciudad. Y esta muestra es un ejemplo de ello.

Artistas de han participado en la colectiva: Aina Dorda, Catherine Lorton, Daniel Entonado, Enric Punsola,

Esther Zaragoza, Golly, Ico – Xavier Rosales, Inma Jordà, Ivan Floro, Joan Serra, Jordi Prat Pons, Josep Serra, Laia Arnau, Maggie Michalowicz, Marc Prat, Mia Llauder, Pía Sommer, Pierre Radisic, Ramon Pons, Ricard Jordà, Solange Dalannais, Vanesa Linares, Bego Terradas, Ana Garcia y Alberto Romero.

1 Antiguamente, los pescadores ponían papel de arroz sobre la captura entintada, y así se sabía qué pescado se mostraba para su posterior venta.

Nací en Barcelona el 9 de abril de 1995. Tengo formación artística y pedagógica. Desde pequeño me ha interesado conocer y tratar las cosas desde un prisma muy personal. Quizá por mi formación, la mayoría de lo que he aportado, siempre ha sido analizado y mostrado no antes, sin pasar por los filtros de unos valores que siempre han ido cambiando, pero que guardan una relación común: la de hacer una función benefactora y justa.

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