Quizá muchos desconozcan que en la familia formada por Federico García Rodríguez y Vicenta Lorca hubo más de un poeta que Federico García Lorca, salvajemente asesinado en Granada, su Granada, durante el verano sangriento de 1936 por las tropas sublevadas contra el gobierno del Frente Popular, sin que hasta la fecha sepamos del lugar en donde reposan sus restos mortales. El otro poeta se llamaba Francisco y era el hermano menor de Federico, nacido en 1902 en la misma localidad granadina de Fuente Vaqueros.
Si uno trata de localizar en Google la única edición que se hizo del único libro de versos escrito por quien fue, además de escritor, profesor de literatura y diplomático, difícilmente encontrará el que se titula “Poesía” y recogió en 1972 los poemas escritos por el autor durante la década de los años cuarenta del pasado siglo. Para llegar a saber de Francisco, lo más adecuado es empezar leyendo uno de sus primeros libros, escrito por encargo de una editorial norteamericana entre 1959 y 1965. Se trata de “Federico y su mundo”, en el que se recogen algunos apuntes biográficos de la vida de su hermano, cuando ambos compartieron los años de niñez y primera mocedad en su pueblo natal y en Granada, hasta que uno y otro se trasladaron a Madrid a la Residencia de Estudiantes.
De esos años granadinos hay que recordar lo buen estudiante que en todo momento fue Francisco, a diferencia de Federico. El primero se licenció en Derecho en 1922, después de cursar la carrera en Granada con profesores como Fernando de los Ríos y Agustín Viñuales, que después serían ministros republicanos. Los dos hermanos sintieron desde jóvenes inclinaciones artísticas y literarias, colaborando en la revista Gallo y asistiendo a la tertulia El Rinconcillo. Ya en Madrid, Francisco se doctora en la Universidad Central y viaja por dos veces a París, primero como alumno de la École de Sciences Politiques, en 1924, y un año después becado por la Junta de Ampliación de Estudios. Una vez ganadas las oposiciones al cuerpo diplomático, en 1931, ejerce como vicecónsul en Túnez y como cónsul general en El Cairo, ciudad en la que le sorprende tanto la sublevación militar en España como el ignominioso asesinato de su hermano por los golpistas en agosto de 1936, así como el de su cuñado, el alcalde de Granada Manuel Fernández Montesinos.
Al término de la guerra, en 1940, inicia el camino del exilio en Nueva York junto a toda su familia, salvo su hermana Isabel que ya estaba allí. Dos años después se casa con Laura de los Ríos, hija de su profesor en la Universidad de Granada, con la que tiene tres hijas: Gloria, Isabel y Laura. Su actividad docente en Estados Unidos como profesor y crítico literario tiene por escenario el Queens College y la Universidad de Columbia. Fue director de la Escuela Española de Middlebury, en Vermont, y doctor Honoris Causa por esta universidad, poco antes de retornar a España en 1968.
En una edición a cargo de Mario Hernández de Federico y su mundo, publicada por la editorial Alianza en 1980, y no en la que acabo de leer y publicó la editorial Comares y la Fundación Federico García Lorca, además de la biografía juvenil del autor de Yerma se incluye una serie de ensayos críticos sobre su obra que no aparecen en la segunda de las ediciones citadas. Sí podemos seguir en esta el itinerario compartido por los dos hermanos, con magníficas descripciones de los entrañables personajes familiares que los rodearon en su niñez, como el juglar poeta Baldomero, su tío, o el ama Dolores la Corolina, transmisora del cancionero y los dichos populares que tanta influencia tuvieron en no pocos poemas escritas por Federico.
Acerca de la relación entre los dos hermanos varones, escribe María Soledad Carrasco Urgoiti en Apuntes sobre la obra crítica de Francisco García Lorca, que la vocación de hombre de letras del menor, junto a su vinculación con don Fernando de los Ríos y Manuel de Falla, fueron determinantes para dar pronto a Federico la conciencia de su valer y orientarlo en su búsqueda independiente de una formación intelectual y musical sólida y al día. Carrasco Urgoiti afirma también que probablemente fue Francisco quien se percató antes que nadie, por proximidad familiar y afinidad literaria, de que su hermano era un creador de primera magnitud.
Gracias a este libro de Francisco García Lorca (Federico y su mundo) sabemos que, por mediación de su profesor en la Facultad de Derecho, Martín Domínguez Berrueta, cuya influencia sería notoria en la vida de Federico, conoció este a Antonio Machado durante un viaje que hicieron con él sus alumnos a las ciudades de Úbeda y Baeza en 1916: “Contaba mi hermano que le visitaron en su casa [en Baeza], y que don Martín, después de la presentación de los estudiantes y un rato de charla, quiso leer en presencia de su autor el romance castellano de Alvargonzález. Machado, suavemente, tomó el libro de las manos de don Martín y leyó él mismo su poema. Federico, al contar la escena, imitaba la voz grave y contenida del gran poeta”. Muchos años después, en la que se considera la última entrevista con Antonio Machado en España –realizada en Barcelona en agosto de 1938 y publicada en el periódico uruguayo España Democrática un año después de su muerte en Collioure–, el poeta sevillano reveló al periodista que García Lorca preparaba una versión de «La tierra de Alvargonzález» para representarla con la compañía itinerante La Barraca. La elección de esta obra no era precisamente casual en aquellos años.
De Francisco García Lorca tenemos una magnífica semblanza merced a la que nos brindó su amigo Gonzalo Sobejano, que entre 1963 y 1967 fue compañero suyo en la Universidad de Columbia, cuando Francisco dirigía la Casa Hispánica: “La habitual seriedad de Francisco García Lorca –nos dice–, que podía dejar una impresión eventual de amargura, quedaba borrada en ocasiones por sonrisas que le iluminaban el rostro descubriendo una insospechada capacidad de ironía y de alegría. Era su porte como de caballista andaluz no por detalle alguno del atuendo, sino por el empaque total de la figura y el aspecto de la cabeza, que parecía labrada por la intemperie: tez morena, pelo firme, pobladas cejas, perfiles precisos”. Destaca Sobejano que como colega era de una ejemplar benevolencia y como profesor debía tener extraordinarios modos de hacer sentir la poesía (sus cursos versaban sobre los poetas del siglo de oro y Cervantes). Alumnos suyos con la carrera finalizada le hablaron a Sobejano de las fecundas observaciones e intuiciones de su profesor como de un legado inolvidable.
Como director de la Casa Hispánica de Columbia, en la que tenía su despacho con el severo recogimiento de una cámara casi conventual en la que destacaba una biblioteca con las obras de Azaña, Américo Castro, etc., hizo pasar por allí a los escritores españoles del exilio y también a no pocos que residían en España, desde Francisco Ayala y Miguel Delibes a Carmen Laforet, Ana María Matute o Camilo José Cela o Buero Vallejo. Según Gonzalo Sobejano, Francisco García Lorca escribió seguramente mucho, si bien publicó poco, y esto último se debió a que se trataba de “un autor con una enorme capacidad autocrítica, que no solo era una condición ingénita sino que venía acrecentada por ser hermano de un poeta universal, lo que le obligaba a no dar a luz lo que no fuera de la máxima calidad. Se trataba de un escritor que aborrecía el apresuramiento, la palabrería y la brillantez sin soporte. Cuanto ha publicado lleva el mismo sello de exigencia y selección, esmero y acendramiento”.
La lucidez de sus ensayos se nombra con Espronceda y el paraíso, El licenciado Vidriera y sus nombres, Análisis de dos versos de Garcilaso, Análisis de un romancillo de Góngora Hermana Marica…. Publicados en diversas revistas especializadas durante los años cincuenta, sesenta y setenta del pasado siglo, no estaría mal recuperarlos en una edición que sirva de homenaje a esta olvidad figura de las letras que lleva los mismos apellidos que uno de los mayores poetas en lengua española. Francisco García Lorca dejó además dos libros, el titulado Ángel Ganivet. Su idea de hombre, que data de 1952, y De Fray Luis a San Juan. La escondida senda, publicado en Argentina por la editorial Losada en 1972.
No cita Gonzalo Sobejano en el artículo sobre su amigo el único libro de versos que Francisco García Lorca dejó escrito. Se publicó en España en 1984 bajo el epígrafe Poesía, en una edición realizada por Mario Hernández, en la que mantiene que “ni el pudor, ni la presión del alto lenguaje poético de anteguerra, ni la tupida sombra del hermano genial restan sustantividad a esta obra, orientada hacia la introspección autobiográfica y hacia la búsqueda de la identidad, hacia la preservación de unos valores morales que el desarraigo vuelve aún más poderosos. La voz es doblemente elegíaca: por las vivencias personales, por la nostalgia del hermano asesinado. A través de los sueños y el dolor, el tiempo del poeta se reabre en el refugio amoroso, en el familiar o en la lejanía purificadora de la infancia. No es así extraño que Francisco García Lorca recatara estos poemas, que ahora se editan póstumos, incluso a los más íntimos. Si la discreción era una de las elegantes notas de su carácter, en esta gavilla de poemas se había decantado –con flores inmarchitas– cuanto de más íntimo guardaba”. De entre los poemas es de destacar un soneto dedicado a su padre:
A veces mientras hablas a solas, padre mio,/ sin luz casi en los ojos, mas de plata la frente,/ yo muevo la cabeza imperceptiblemente/ y para más amarte, triste, de pie, sonrío./ Qué limpia llama quemas de amor y poderío/ tus viejas rosas, padre, qué ceniza caliente/ aún derrama tu mano, que su temblor ya siente/ de la tierra lejana no sé qué viento frío./ Hablas a solas, padre, y vuelan malheridas/ y rotas tus palabras en torno de tu pena, que forma con la mía indefinibles ramos./ «En la ciudad…, Dios mío…, Granada…, sí…, dos vidas…»/ De pronto me adivinas, y con la voz serena/ «¿Tú por aquí?», me dices, «siéntate, ¿cómo andamos?»
Francisco García Lorca falleció en Madrid en 1976, poco antes de que se celebrara un gran homenaje a Federico en Fuente Vaqueros el 5 de junio de ese año, fecha del nacimiento del poeta en 1898, cuando aún la Transición era sólo un proyecto con muchas dificultades y angosturas. Aquella cita se celebró en la plaza mayor de Fuente Vaqueros a las cinco de la tarde, bajo el lema “Federico está vivo”. El diario El País, que llevaba un mes en la calle abriéndose al futuro político que empezaba a pergeñarse, informó así del acto: “Por primera vez en cuarenta años, ayer se tributó, en Fuentevaqueros, un homenaje popular a Federico García Lorca. Unas 10.000 firmas suscribieron la adhesión, y asistieron, aproximadamente, 6.000 personas. Había sólo un permiso de media hora. Los organizadores quisieron que no durara ni un minuto más. «Amigos, compañeros, son las cinco de la tarde…; dicen que para dar muerte a un poeta, muerte de verdad, hay que matarlo dos veces: una, con la muerte; otra, con el olvido. Por ello, porque creemos llegado el momento de reivindicar su memoria y la de los que cayeron en las mismas circunstancias, os convocamos para rendirles público homenaje en el mismo lugar en el que Federico naciera hoy hace setenta y ocho años…, este es el primer homenaje popular al poeta. Os pido un minuto de silencio, el último minuto de silencio en su memoria.» Con estas palabras, pronunciadas por el poeta José Ladrón de Guevara, en medio de un gran silencio, se abría ayer, en la plaza de Fuente Vaqueros, el homenaje a Federico García Lorca. Unas 6.000 personas congregadas allí, las interrumpieron con gritos de Federico, Federico, reconciliación, amnistía y libertad. Estas dos últimas consignas iban también en los cientos de globos de colores que se soltaron a las cinco en punto”.
Habría sido sin duda muy emotivo para Francisco asistir a ese multitudinario homenaje popular en los estertores de la dictadura franquista, pero para entonces ya reposaban sus restos mortales en el cementerio civil de Madrid. Están junto a los Fernado de los Ríos Urgoiti y su esposa, y los de la propia esposa de Francisco García Lorca, fallecida en 1981, que tras la muerte de su marido se propuso dar a conocer su obra, hasta entonces inédita en España. También es merecedora de algo del mucho reconocimiento universal que tiene con todo merecimiento la de su querido hermano asesinado:
Sobre tu nombre y el mío llorar quisiera./ Con tu voz y la mía de entonces cantar, cantar/ para decir a todos lo que pudo haber sido/ si los sueños de ayer abriendo sus corolas/ en los dorados peces de trigo y en los álamos…/ ¿Pero a quiénes importa? Solo a ti te importaba./ Rojo sol, voz de agua dolorida/ que me pintabas de oro en mis ausencias/ y volvíamos los ojos, ¡ay!, cuando nos mirábamos./ Cantar, cantar, llorar, llorar./ Sí, que la vida es dura y el amor imposible./ Solo en los trigos hay la vida verdadera/ y el alma está en la plata y el agua de tus voces./ Allí estarán los trigos y tus voces errantes/ no saldrán de la tierra./ Cantar, llorar, el río/ morirá en sus recodos como antes moría/ o cantará en las guijas con una prisa eterna./ Yo con tu voz cantaba, llora tú con la mía./ Todo está roto ahora,/ mis sombras y tus luces,/ lo que guardaba el viento y recataba el álamo./ Ni trigales ni auroras./ Tú porque eres un río en la celeste orilla./ Yo porque soy la sombra del que aguardaba siempre.
*Fuente: El Viejo Topo [Francisco, el hermano poeta de Federico | Artículos | El Viejo Topo]