Si se echa la vista atrás para recordar el impacto mundial causado por “Perdidos” parecería que hablamos de los albores de la televisión. La odisea que terminó de encumbrar al director J. J. Abrams, aquella situada en una extraña isla y qué, para gusto de unos y disgusto de otros, marcó un antes y un después, abrió las puertas a la sobrexplotación de las series. El empleo de un formato que se acercaba a lo cinematográfico la convirtió en una moda que muchos deseaban ver como un nuevo tipo de cine más asequible e inmediato.
Puede que fuera pionera en lo que se refiere a poner la máquina en funcionamiento, pero no en inventar la fórmula que se desmarcaba de la estructura clásica emitida semanalmente. “Expediente-X”, con la que “FRINGE” mantiene algunas (no tan abultadas como vulgarmente se cree) similitudes, ya lo intentó antes, por no hablar de la verdadera joya de la corona en esto de cambiar el panorama televisivo, la durante largo tiempo olvidada (pero en este último año tan revivida) “Twin Peaks”.
El tiempo ha ayudado, sobre todo a quienes tienen una visión más ramplona de ambos formatos, a diferenciar las carencias y virtudes de uno y otro. Aunque no libra a ningún espectador, sea casual o crítico especializado, de agradecer que el soporte televisivo terminara de romper esa barrea y depositara confianza (y presupuesto) en un método más viable para algunas historias o adaptaciones. Salvándolas así de quedar mutiladas.
En medio de este prometedor auge del mercado televisivo y tras poner su apellido en lo más alto, lo suficiente como para que se le diera la tercera entrega de la franquicia de “Misión Imposible”, Abrams lanza la que será su siguiente idea. La más prometedora, arriesgada, compleja y adelantada a su tiempo: “FRINGE”, una serie destinada a dejar en pañales a “Perdidos” en todos los aspectos, en especial gracias a aprender de muchos de sus fallos. Un éxito profesional que obtuvo pagando el alto precio de no lograr el de las audiencias.
Era un producto televisivo de enorme calidad ensombrecido por el calvario de una amenaza constante de cancelación. En algunas temporadas fantasmal, en otras con el frio filo de la guadaña acariciándole el cuello. Por suerte para el espectador exigente, ese afectado por la parcial mediocridad que mancillaba los mejores momentos de “Perdidos” (la misma que campa a sus anchas en “The walking dead”, de la que, si alguna vez me apetece, argumentaré la dureza de mis palabras), la serie aguantó estoicamente hasta finalizar en su quinta temporada. La responsabilidad de este milagro siempre ha sido dada a los fans, ya sea por el elenco de intérpretes, sus creadores o la propia FOX, canal donde se emitió. Pero lo cierto es que por primera vez, y sin que sirva de precedente, se trató de un esfuerzo conjunto, donde cada parte puso su granito de arena.
Cabe señalar que “FRINGE” libró esta agónica batalla contra la audiencia desde el principio. Emitirse en una época floreciente de series, donde aún quedaba mucho ensayo y error, la hizo caer en uno muy común por entonces, el de ser confeccionada para alargarse durante casi todo el año. Su estructura, principalmente de episodios auto conclusivos en los que se resolvía un caso semanal, pero donde latía una segunda trama más relevante de lo esperado, estaba compuesta por una tanda de más de veinte capítulos por temporada. Por sí no fuera suficiente, la exposición de lo que se pretendía presentar y desarrollar, exigía otra dolencia muy común en algunas series y que incluso sigue presente a día de hoy, la de sacrificar el ritmo y exposición del capítulo piloto, a favor de dar a conocer el contexto.
Muchas series con tramas ambiciosas y complejas, que necesitan sin remedio de tiempo y paciencia para ser introducidas delicadamente al espectador, se muestran llenas de tópicos en sus comienzos. “FRINGE” corre ese riesgo, el de parecer simplona, pero merece enormemente la pena concederle una oportunidad a su segundo episodio. Poca gente se resistirá a quedar enganchada gracias a los agasajos de su letal artillería. Mezcla de misterio, ciencia y entelequia.
Bien es cierto que el mayor reclamo es el nombre de J. J. Abrams, más aún en aquellos años, donde ya era capaz de vender cualquier idea incluso sin el fenómeno de “Star Wars” a su alrededor. Alguien con el carisma y modestia de quien podría haber abandonado perfectamente el mundo televisivo y entrar de lleno a probar las mieles de las superproducciones, pero que en su lugar prefirió ser fiel al formato que lo vio nacer. Sin embargo, no conviene olvidar que Abrams comparte paternidad con Alex Kurtzman, además del otro gran responsable de varios universos que ha creado, el siempre controvertido Roberto Orci. Figura, por lo general, diana de los fans de cualquier cosa que toque. Sean franquicias como “Alien”, “Spiderman” o la propia “Perdidos”, si existe algún fallo siempre es culpa de Orci. Esta fama es tan bien merecida como exagerada, aunque también un poderoso valor añadido a favor de “FRINGE”. No se sabe si la presencia de Kurtzman o la mayor involucración de Abrams, tuvo algo que ver, pero lo cierto es que nunca se ha culpado a Orci de lo poco malo que posee la serie.
Los riesgos del concepto están presentes desde el título, un término científico con el que poca gente está familiarizado (esto en la propia lengua de la que procede, así que no digamos ya a la hora de traspasar fronteras) y que se usa para denominar cualquier investigación situada entre lo científicamente probable y lo fantástico. Su premisa (o más bien la fea costumbre de la audiencia por quedarse en lo superficial) es, sin duda, uno de los motivos que empuja a considerarla erróneamente una puesta al día de “Expediente X”. Además de la temática encontrarnos otros puntos que le hacen un flaco favor en este aspecto, como la profesión de su protagonista o el formato auto conclusivo por capítulo.
La diferencia con la famosa serie creada por Chris Carter en particular y los productos televisivos de misterios semanales en general, llega casi al cierre de su primera temporada, pero sobre todo de la segunda en adelante. Es a partir de entonces cuando los casos empiezan a ser relegados a un segundo plano o, más importante y valiente aún, sirven de pistas para enlazar la verdadera trama que se teje entre sus protagonistas. Es en detalles así donde se aprecia el peso en oro de la serie. Los misterios dejan de ser los cabos sueltos que pululaban a lo loco por los guiones de “Perdidos” y se convierten en un intrincado puente, muy cómodo de recorrer por todo aquel espectador con deseos de alimentar su curiosidad.
La historia exige un esfuerzo de confianza que tampoco cuesta demasiado entregar, en especial gracias a la multitud de aspectos positivos con los que recompensa desde su comienzo, y que más adelante van incrementando sus valores dentro del argumento. Puede que un arranque de características tan dispares no parezca el más acertado, en especial a la hora de apostar por una trama bien delineada, pero lo cierto es que sirve al importante propósito de presentar un rico plantel de personajes y sobre todo, de otorgar al espectador el tiempo necesario para meterse en cada una de esas pieles. Detalle crucial para sentir lo más cercanamente posible los lazos que irán estrechando.
Porque, de los muchos elementos que enamoran de “FRINGE”, uno de las más importantes es la riqueza con la que han sido confeccionados sus personajes y como se van transformando.
Desde el trío protagonista, compuesto por la calculadora Olivia Dunham, el excéntrico doctor Walter Bishop (una deliciosa revisión del concepto de científico loco presentado de manera muy convincente) y su hijo Peter, el clásico pícaro encantador. Pasando por unos personajes secundarios igual de interesantes, como la enigmática Nina Sharp, el recto oficial del FBI Broyles, la dulce ayudante de laboratorio llamada Astrid o incluso la vaca que posee el doctor Bishop. Por no mencionar los tres antagonistas más relevantes de toda la serie: el inquietante observador que se hace llamar Septiembre, el terrorista David Robert Jones o el maquinador William Bell. A todos estos hay que añadir estupendos personajes que entran y salen, o invitados especiales sumamente atractivos. Aunque muy especialmente un hecho de gran relevancia, que conviene no estropear, pero que puede resumirse en el grado de sorpresa que llegan a suscitar los giros mostrados por casi todo el reparto conforme avanza la historia.
Si al espectador todo esto ya le parece suficiente, entonces no le queda más remedio que rendirse a los pies de la serie cuando esta expone, nada más arrancar su segunda temporada, lo que es su pilar fundamental. Superior a todos los logros anteriores gracias al uso de una fantasía menos explotada que los viajes en el tiempo o los flashfowards, una que por aquel entonces no se encontraba en ninguna otra serie: los universos alternativos, pero desde un punto de vista científico. Transformándose a su vez en el canalizador perfecto para aderezar el universo con elementos de su propia mitología. Desde drogas nootrópicas, hasta la combinación de una vieja máquina de escribir y un espejo como misterioso medio de comunicación. Alrededor de tanta originalidad, y para que el espectador no se pierda por completo, existen una serie de convencionalismos reformulados. Pero que carecerían de éxito si no destilaran calidad al aparecer en casi todos sus guiones.
“FRINGE” avanza dando pasos que afianzan, temporada tras temporada, y sin que se le llegara a dar el valor que merecía, como estamos ante uno de los mejores productos de ciencia ficción de la historia televisiva. La calidad del argumento, al igual que la de la realización e interpretación de sus componentes, va en auge. El nivel de mimo está presente incluso en cada uno de sus créditos de apertura, cuidadosamente modificados en función de lo que va ocurriendo durante su desarrollo. Los cierres de cada una de sus temporadas están magníficamente estudiados, en especial el de la primera, mucho más potente que aquel histórico cliffhanger de la tercera de “Perdidos”. La razón para que fuera menos relevante se debió principalmente a no compartir con aquella la misma fama o cantidad de espectadores. Pero de eso se nutre el mundo de la televisión de crueldad y no de facilidades.
La sinopsis de “FRINGE” arranca con un hecho inexplicable en la vida personal y profesional, de la agente del FBI Olivia Dunham. Tras el mismo se ve obligada a aceptar una asignación por parte de su superior, Phillip Broyles. Las fuentes de dicha investigación la conducen hasta la única persona que parece poder arrojar un poco de luz sobre el asunto, Peter Bishop, un buscavidas y bala perdida. Tras contactar con él Olivia descubre que es el padre de Peter, el doctor Walter Bishop, quien realmente está capacitado para ayudarla. La agente Dunham pide ser conducida hasta el científico, declinando de paso la ayuda del hijo, pero lo que ignora es el estado mental del doctor Bishop, así como su previsible reclusión en un psiquiátrico.
El único remedio para proseguir la investigación empuja a cada uno de ellos a hacer un sacrificio. Olivia y Broyles deberán aceptar las extrañas exigencias del científico. Peter, quien no se habla con su padre desde hace años, tendrá que retomar el contacto a petición de este para servirle de colaborador, además de traductor emocional. Y el propio doctor Bishop hará el sumo esfuerzo por salir de su aislamiento y volver a relacionarse con el hostil mundo que le rodea.
La división Fringe queda inaugurada tras concedérsele a Walter cada una de sus exigencias, que van desde la complicada recuperación de su laboratorio en la universidad de Harvard, hasta simples excentricidades como poseer su propia vaca o que no le falten regalices de fresa.
A las complicadas relaciones entre padre e hijo, este último y la propia agente Dunham o la implacable supervisión de Broyles sobre el trío, también hay que sumar la relación con el resto de secundarios. Algunos personajes, como el carismático compañero de Olivia en el FBI, Charlie Francis o la ayudante de laboratorio Astrid Farnsworth, solo juegan un papel emocional, aunque importante a la hora de hacer evolucionar el contexto donde se enmarca la historia. Otros, sin embargo, poseen un mayor peso respecto a ampliar la complejidad del argumento. Es aquí donde cobra especial importancia el personaje de Nina Sharp, la misteriosa y amable encargada de la empresa Massive Dynamic, principal motivo conductor en lo que respecta a la especial relación entre Olivia y Walter, mucho más intrincada de lo que pueda parecer en un principio. La misma corporación dirigida por Nina Sharp es a su vez una protagonista por sí sola debido a los orígenes de su fundación, y como se descubre que es un nexo de unión entre el pasado del doctor Bishop y su antiguo colega, el enigmático doctor William Bell. Considerarlo rival o aliado, será uno de los mayores reclamos a lo largo de una aventura donde no faltarán otros antagonistas, ya sean los inquietantes observadores o viejos personajes que dan pie a más de una sorpresa y ayudan a descubrir que no todo es lo que parece.
Respecto a los primeros pasos de “FRINGE” en sus diferentes aspectos técnicos, cabe resaltar una notoria evolución a la par de su trabajado guión. Si durante la primera temporada goza de cierta contención en su fotografía, dirección, interpretación y montaje. Es a partir de que se plantan las bases de la poderosa sub-trama que la calidad del producto es tomada más en serio y no conforme con mejorar los apartados anteriores, va más allá e introduce otros de notable cariz cinematográfico.
Huelga decir que desde dicho punto en adelante encontramos unos encuadres más estudiados y una mejora en el ritmo que hace más llevadera la extensión de sus temporadas. Los casos individuales quedan reducidos a mera excusa para desenvolver otros aspectos mucho más relevantes como, el pasado de Olivia, la verdadera procedencia de Peter, los demonios de Walter, las intrigas de Nina o las oscuras motivaciones de David Robert Jones. A su vez estas circunstancias argumentales sirven para que el resto de intérpretes dejen a un lado sus lineales puestas en escena y den rienda suelta a sus capacidades. Grandes ejemplos como el paso de gigante que da el personaje de Anna Torv a nivel emocional. El ramillete de reacciones que nos regala Blair Brown o la estupendamente orquestada transformación de villano de opereta a mártir, que nos brinda Jared Harris, hijo del malogrado Richard Harris (el primer Dumbledore de la saga “Harry Potter” o Marco Aurelio en “Gladiator”) y que aquí daba sus primeras muestras del gran valor en alza que el tiempo luego le ha concedido. A todo esto hay que sumar lo bien llevado de sus alivios cómicos a través de algunas relaciones, como las del personaje interpretado por Jasika Nicole con el doctor Bishop, el del actor Kirk Acevedo con su compañera protagonista o el de Joshua Jackson con un usurero de aspecto y comportamiento antisocial.
Aunque a la hora de hablar de interpretaciones, y sin tener en cuenta la enorme diferencia del tiempo en pantalla de cada uno, los dos pesos pesados son, más allá de sus personajes, John Noble y Leonard Nimoy. Del segundo es mejor no decir demasiado para no estropear nada. Basta con afirmar que estamos ante varias lecciones en una, que van desde la demostración de que Nimoy era muchísimo más que el doctor Spock, hasta una clase magistral de cómo años de experiencia pueden servir para enriquecer de matices a un personaje. Lo del mítico integrante de “Star Trek” es un catálogo de expresiones pausadas que convierten al personaje de William Bell en la viva imagen del perfecto estratega.
Respecto a John Noble y su encarnación de Walter Bishop, se podría escribir un artículo entero. La dedicación del veterano actor (famoso por su cruel interpretación de Denethor en la trilogía de “El señor de los anillos”) al personaje es completa. Hasta hacer de él el pilar fundamental de toda la serie, siempre con una entrega encomiable. Otorgándole una paulatina lucidez a medida que progresa la historia. Capaz de transmitir una oleada de sensaciones, todas diferentes según con el personaje que le toque relacionarse y según el contexto en el que lo hace. Con tanta fuerza en cada una de sus muy diferentes intervenciones que, de una forma u otra, es imposible no entender sus decisiones. Contemplando su encarnación del meticuloso doctor se percibe perfectamente su pena, su frustración, sus remordimientos. Luego, cuando toque el turno de odiarlo, también será capaz de hacer respetar sus decisiones. La intensidad al ver en pantalla los diferentes retos del papel son tales, que es incomprensible que nunca fuera nominado a un Emmy por el mismo.
El otro gran apartado donde brilla “FRINGE” es uno que por entonces, y sin contar con la excepción que supuso “Perdidos”, no era de los más relevantes a nivel de producción. Incluso a día de hoy, si no se trata de un blockbuster televisivo, la partitura de una serie no es algo prioritario. Visto así, no deja de ser curioso que alguien en alza como Michael Giacchino solo fuera responsable de algunos temas principales. Aunque no de la excelente composición que abre los títulos de crédito, eso curiosamente fue obra del propio Abrams. Es en las manos del menos conocido Chris Tilton donde recae la responsabilidad de hacer de la semilla de Giacchino, todo un jardín de inolvidables melodías. Dotadas, por encima de todo, de una sinfónica capacidad mimética a la hora de embellecer el sinfín de géneros que toca la serie.
Transcurridos varios años desde su finalización y comparándola con el inabarcable panorama actual. Se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que “FRINGE” no solo se mantiene igual de fresca, sino que también sigue sin ser igualada. Es además la elección perfecta si se busca una serie que facilitara romper con ciertos cánones y acostumbrara a los estudios a apostar por productos menos convencionales.
Cuando se busca la excelencia de innovar hay que arriesgarse. La serie de Abrams lo hizo a costa de fallos, como aquel pobre e innecesario capítulo de época que cerró su segunda temporada. Pero obsequiando a cambio al espectador inteligente con otras joyas, como un sublime episodio de su cuarta temporada, donde se mezclaba imagen real y animación. El precio que tuvo que pagar por lo primero fue la amenaza de cancelación que suponía pasar su emisión a los viernes (algo que en USA se considera una verdadera maldición para las series) y el premio que obtuvo con el tiempo y la experiencia, fue el de aprender la valiosa lección de mermar el número de capítulos por temporada.
Todos los acontecimientos, fueran positivos o negativos, sirvieron para lograr un milagro al que pocas series en tela de juicio pueden optar: ser capaces de terminar su inimitable y apasionante historia. Motivo más que de sobra, en este o cualquier otro universo alternativo, para darle todas las oportunidades que sean necesarias.