La ciudad de Granada ha respaldado el derecho a decidir del pueblo catalán con una manifestación el mismo día en el que Cataluña votaba su referéndum de independencia. O lo intentaba, porque las noticias que llegan es que la impotencia del gobierno de Madrid se ha transformado en una violencia nunca vista en las muchas concentraciones multitudinarias que han realizado las organizaciones independentistas en los últimos cinco años.

El sabado, 30 de septiembre) Granada fue presa de una fiebre rojigualda, como si la ciudad celebrara un congreso de estanqueros. Donde con mayor fervor ondearon de banderas, fue en las avenidas que hoy recorrerá la manifestación: calle Reyes Católicos, plaza de Isabel la Católica y Gran Vía de Colón (sólo los nombres ya dan un cierto repelús), lo que no augura nada bueno. Y es que ésta es la zona donde viven los ricos del lugar, esa burguesía que Federico García Lorca definió en 1936 como la peor de España.

Minutos antes de medio día, cuando está previsto que la cabecera se ponga en marcha, unos cientos de manifestantes llenan la plaza del Carmen, donde se encuentra el ayuntamiento granadino, un antiguo convento carmelita coronado por una polémica escultura ecuestre del artista Guillermo Pérez Villalta. Hay casi tantas banderas como cabezas, siendo su best-seller la andaluza “estelada”, también las del Sindicato Andaluz de Trabajadores, rojas, tricolor y la de algunos partidos de la izquierda extraparlamentaria. Al ritmo que crece la concentración, van apareciendo algunas esteladas catalanas –versión azul (conservadora) y amarilla (izquierdista), aunque esa sutileza aquí pasa desapercibida–.

Antes de que arranque la cabecera, aparece la primera provocación en forma de una atractiva joven vestida de rojo, con una bandera borbónica constitucional, que es la moda de este otoño. Suben los decibelios sin llegar la cosa a mayores. Cuando la joven se aburre de adoptar poses toreras, se va con cara de satisfacción.

La pancarta que encabeza la marcha tiene el dibujo de una urna donde una mano introduce una “senyera”, y la leyenda: EL PUEBLO ANDALUZ POR EL DERECHO A DECIDIR. Cuando arranca la manifestación, mi ojo de mal cubero me dice que ya hemos superado el millar de catalano-solidarios. Hasta llegar a la Gran Vía, todo transcurre con normalidad y gran sorpresa de los turistas que deambulan buscando la Catedral y/o la Alhambra. Quizás ya pasemos de los dos mil, pero también van apareciendo los provocadores envueltos en banderas de una Constitución que no votaron y que ahora la gritan a cada instante. Estamos en territorio comanche, en la Gran Vía no viven jornaleros. Muchos paseantes sin banderas, como algunas señoras enjoyadas que salen de misa, cantan por lo bajinis “yo zoy estañó, españó españó” mientras miran pasar la manifestación con cara de asco.

Los uniformados hacen un trabajo espléndido apartando a los provocadores con empujones suaves y frases intimidatorias. Sólo aparecen las porras en el momento que un manifestante pierde la paciencia y descarga su bandera en la cabeza de un ciclista que, enfundado en un “maillot” de la selección española de fútbol, se ha puesto a increpar la marcha. Pero las enfundan otra vez sin utilizarlas.

Los ciclistas deportivos han debido de desayunar criadillas de toro, porque son varios los que detienen sus caras bicis para insultar las ideas y a los participantes de la marcha. Se lleva la palma un hombre de largas patillas que dirige la marcha, megáfono en mano, pero como se trata de un “veterano de guerra”, ni se inmuta. Un ciclista exaltado lo sigue durante un buen trecho dirigiéndole los más horribles y personalizados insultos.

La Subdelegación del Gobierno se encuentra en el centenario Palacio Müller, casi al final de la Gran Vía. (El nombre viene de sus primeros propietarios, una familia de aristócratas alemanes que llegaron a Granada con el emperador Carlos I, y que no disolvieron sus apellidos porque, durante siglos, regresaban a Alemania para casarse.) Al llegar la cabecera de la manifestación, la gente se coloca al rededor de la pancarta y el hombre de las patillas y el temple, lee el manifiesto. También da instrucciones para como disolvernos –sin prisas– evitando a los grupos de provocadores, que han crecido y se han organizado como una pequeña manifestación ilegal que corta la retirada por la Gran Vía.

Por la megafonía suena la sardana La Santa Espina (Som i serem gent catalana / tant si es vol com si no es vol, / que no hi ha terra més ufana / sota la capa del sol), al tiempo que descubro que me he quedado sin batería en la cámara. Es el momento de abandonar la manifestación. Marcho en dirección de la avenida de la Constitución, poniendo cara de turista cada vez que me cruzo con una bandera española.

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