La vida cotidiana en la Granada nazarí estaba relacionada con la fragancia de las flores y el frescor de Sierra Nevada, con el rumor permanente del agua y el tañido de los laúdes, con la luz meridional y los sabrosos frutos de la Vega, con la belleza de las matemáticas y de los versículos coránicos… Y con tantas y tantas leyendas mágicas como las recogidas en Las mil y una noche. También sabemos que la sociedad era más libre, más justa y próspera de lo que fue la oscura Edad Media europea. Pero poco pudieron aquellos refinamientos contra la fuerza arrolladora de unos reinos cristianos poseedores de una espada cruel, dispuesta a sesgar el espíritu de una ciudad que había alcanzado una de las cimas más altas en la ciencia y en las artes que la Humanidad había conocido.

La geometría áurea fue sustituida por el bloque de piedra y el cincel; la estética de la habilidad y el gozo, por la ética del esfuerzo y el dolor. Las ideas heréticas fueron combatidas con ardor por la Inquisición, y la Iglesia Triunfante se convirtió en la industria más floreciente de la nueva Granada, en un afán desmedido por construir templos y conventos en cada rincón de la ciudad.

Los escurridizos gitanos –recién llegados a la península– sustituyeron en gran parte a los moros y a los judíos expulsados, aportando y fundiendo su artesanía y el rico folclore que los acompañaba en su centenario peregrinar desde su India natal y el Egipto que les dio nombre.

Ni la zafiedad cristiana ni el paso del tiempo consiguió eliminar del todo la belleza nazarí subyacente, indisolublemente ligada a una naturaleza rica y excepcional, como se da en pocos lugares de la tierra. Granada había perdido para siempre su alma oriental, pero poco a poco fue naciendo el mito del misterio de la belleza insondable que esconde la ciudad, concentrada especialmente en las ruinas de la Alhambra.

El Romanticismo es un movimiento artístico que le va como anillo al dedo al interés de los ilustrados que pretenden redescubrir todos aquellos tesoros escondidos y abandonados. Pero termina excediéndose con la producción de tópicos y lugares comunes, convirtiéndola en “perla de Oriente” o “sultana de Andalucía”, según la conveniencia retórica de la cita.

La Generación del 98 y la de la República aglutinó a un buen número de intelectuales progresistas que extendieron su entusiasmo creativo y su rigor científico a todo el Estado, creando una esperanza intensa pero breve, como una noche de verano. Con el martirio y asesinato de su poeta más universal hace ochenta y un años, el reino de Granada se cubrió con un manto de ignominia que, en algunos aspectos, pervive en nuestros días.

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