El año 1914 ha pasado a la historia como inicio de la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial. Pero más allá del acontecer bélico, a lo largo de sus meses y semanas se sucedieron otras noticias de relevancia histórica.
El año 1914 ha pasado a la historia como inicio de la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial. Pero más allá del acontecer bélico, a lo largo de sus meses y semanas se sucedieron otras noticias de relevancia histórica.
El archiduque Francisco Fernando, heredero del Imperio austro-húngaro, y su esposa, la archiduquesa Sofía, fueron asesinados a tiros en la ciudad de Sarajevo –la capital de Bosnia-Herzegovina, por entonces dominio del Imperio austríaco– el 28 de junio de 1914. Este crimen prendió con la llama de la guerra la tensa retícula de intereses económicos que enfrentaban a las grandes potencias europeas del período de la Paz Armada: un mes después, el 28 de julio, Austria-Hungría declaró la guerra a Serbia, al considerar que el magnicida –el nacionalista serbobosnio Gavrilo Princip– había contado con la colaboración de los servicios secretos de dicho país. Alemania respaldó a sus vecinos y aliados austríacos, mientras que Reino Unido, Francia, Italia y Rusia hicieron lo propio con los serbios. La Gran Guerra (1914-1918) estaba servida.
Fervor popular versus desencanto intelectual
Si la prensa de la época no miente, el estallido del conflicto fue acogido con muestras de fervor popular en todos los países implicados; sobre todo porque ambos bandos estaban firmemente convencidos de su superioridad militar. Unos y otros esperaban la fulgurante victoria que los primeros grandes combates demostraron ilusoria, sobre todo cuando los frentes se estancaron en una cruenta guerra de trincheras.
Frente a la alegría suicida de tantos y tantos millones de gladiadores llamados a la muerte, buena parte de la clase intelectual europea se posicionó abiertamente contra la guerra. Así, Vladimir Ilich Lenin, futuro líder de la Unión Soviética, tildó el conflicto de ajuste de cuentas entre burgueses zanjado con la sangre de los proletarios europeos, y el filósofo Bertrand Russell (británico), el físico Albert Einstein (alemán) y los escritores Romain Rolland (francés), Thomas Mann (alemán) y Stefan Zweig (austríaco), unieron sus voces en contra de las hostilidades y por una solución pacífica al enfrentamiento entre naciones. (Conocida es la anécdota del Russell detenido durante una concentración pacifista, que se declaró “agnóstico” cuando un bobby le tomaba los datos de filiación en comisaría. El agente reflexionó en voz alta:”No sé qué religión es esa, pero supongo que todas adoran al mismo dios”.)
Literatos en armas
También es cierto, empero, que la Primera Guerra Mundial fue intensamente disputada por otros escritores e intelectuales, en distintos frentes y desde diferentes bandos. Dentro del teatro de operaciones del conflicto, los estadounidenses John Dos Passos y Ernest Hemingway sirvieron en los cuerpos de ambulancias, mientras que el italiano Giani Stuparic, el estadounidense William March, el británico Wilfred Owen, los alemanes Erich Maria Remarque y Ernst Jünger, y los franceses Louis Fedinand Céline, Alain Fournier y Charles Péguy –fallecidos los dos últimos en septiembre de 1914, el primero en Les Espargues, cerca de Verdún, el segundo en el frente del Marne– fueron testigos directos de los horrores de la lucha en las trincheras. De tantas experiencias bélicas surgieron obras literarias tan diversas por su tono y orientación como Tres soldados (Dos Passos), Adiós a las armas (Hemingway), La compañía K (March), Himno de la juventud condenada (Owen), Tempestades de acero (Jünger), Sin novedad en el frente (Remarque) y Viaje al fin de la noche (Céline).
Adiós al jinete azul
En septiembre de 1914 fallecía en el frente el pintor alemán August Macke, miembro destacado de Der Blaue Reiter (El jinete azul), la asociación de artistas de vanguardia creada en Munich en diciembre de 1911, a la que también pertenecieron los rusos Vasili Kandinsky y Alexey Von Jawlensky, el germano Franz Marc y el suizo Paul Klee, entre otras figuras del arte de la época. De lo espiritual en el arte (1912), célebre ensayo de Kandinsky, fue tomado como principal referente teórico del movimiento.
Precursor del expresionismo abstracto, Der Blaue Reiter defendió una plástica que reflejara los impulsos y deseos íntimos del creador, con absoluta libertad formal y cromática, por lo que sus miembros no adoptaron nunca un estilo común. Y aunque pretendía crear un arte ajeno a cualquier manifestación oficial, el grupo no pudo sobrevivir a las separaciones físicas y anímicas impuestas por la Gran Guerra, por lo cual quedó disuelto tras la muerte de Macke.
Habemus papam
Del mismo modo que obreros y campesinos del este o el oeste se lanzaban al cuello de sus hermanos de clase, cristianos de las distintas obediencias –católicos, reformados, ortodoxos– eran llamados a las armas, aunque la consolidación de los estados nacionales evitaba que esta vez conformaran bloques monoconfesionales, como había ocurrido en las antiguas guerras de religión europeas. De este modo, la Iglesia católica hubo de enfrentarse a la íntima paradoja suscitada por las lealtades nacionales de sus feligreses (clero incluido), que se superpusieron al ideal de hermandad entre todos los creyentes.
Se planteaba así una tesitura compleja mas no irresoluble para la diplomacia vaticana, acostumbrada a nadar entre dos aguas en toda circunstancia, como bien demostró Benedicto XV (Giacomo della Chiesa, 1854-1922), que ascendió al solio de Pedro en septiembre de 2014, tras la defunción de Pío V. Aparte de mantener una estricta política de neutralidad, el pontífice promovió medidas de auxilio a las víctimas de la guerra, así como la célebre tregua de Navidad de diciembre de 1914, respetada en el frente occidental. Estas iniciativas facilitaron el posterior establecimiento de relaciones diplomáticas con el Vaticano por parte de Francia y el Reino Unido.
La España neutral
El Vaticano conoció de cerca –aunque solo de oídas– los horrores de la guerra, debido a la participación de Italia en la contienda, mientras que otro país de raigambre católica, España, optaba por la neutralidad bélica (bastante tenía el ejército hispano, mal preparado y penetrado por la corrupción, con hacer frente a los díscolos cabileños de su Protectorado marroquí).
No debían ser muy agradables las comidas familiares en el Palacio Real de Madrid si se piensa en un joven monarca, Alfonso XIII, hijo de madre germana (la exreina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena, prima del emperador Francisco José de Austria) y esposo de una princesa británica (Victoria Eugenia de Battenberg, prima del rey Jorge V de Inglaterra). Tal vez la diatriba doméstica le inclinó a la neutralidad, mientras que distintos sectores de la sociedad optaban en agrios debates impresos por uno u otro bando. Lo cierto es que la autoexclusión del conflicto resultaría muy provechosa para la economía española, al convertirse el país en importante proveedor de todo tipo de suministros para los estados en liza.
Cabe recordar también que el mismo año del inicio de la Gran Guerra se publicaron tres obras de enjundia de la literatura contemporánea española: las Nuevas canciones de Antonio Machado; Niebla, de Miguel de Unamuno; y Platero y yo, del futuro premio Nobel Juan Ramón Jiménez. Por su parte, el músico Manuel de Falla dio a conocer sus Siete canciones populares españolas.
Negocio para muchos
Si la guerra fue económicamente satisfactoria para España (también para algunos países latinoamericanos, como Argentina o Brasil), el gran beneficiario crematístico del conflicto fue sin duda Estados Unidos, que exprimió su capacidad industrial para abastecer a los combatientes. A las ganancias de esa demanda se sumaron las del Canal de Panamá, inaugurado en agosto de 1914 bajo administración de la gran potencia norteamericana.
Brillantes ejemplos humanos de la industria estadounidense eran Thomas Alva Edison (1847-1931), inventor autodidacto y astuto hombre de negocios, y el fabricante Henry Ford (1863-1947). Ambos figuraban como prototipo del triunfador americano, hecho a sí mismo desde modestos orígenes, que cimentaba su imperio económico en la moral del trabajo (y en el caso de Edison también en la usurpación de patentes, otra de sus grandes habilidades, dicho sea sin menoscabo de su reconocido ingenio). En 1914, Ford redujo a ocho horas la jornada laboral de sus operarios de la Ford Motor Company, medida que incrementó la productividad de sus fábricas automovilísticas, mientras que Edison sumó a la larga serie de sus inventos –el fonógrafo, la bombilla eléctrica, el cinetoscopio…– un acumulador alcalino de ferroníquel que vino a sustituir a las antiguas pilas eléctricas primarias.
La «Fábrica de sueños«
Otra industria, la de las ficciones cinematográficas, también estaba llamada a recoger su pingüe porción de beneficios a cuenta de la Gran Guerra. En 1914, las productoras norteamericanas se hallaban en pleno proceso de traslado desde su originaria cuna, los estudios neoyorquinos, hacia la localidad californiana de Hollywood, nacida en torno al antiguo rancho de El Acebo. Los productores Thomas Harper Ince, Cecil B. de Mille, Marck Sennett, Samuel Goldwyn y Jesse S. Lasky (fundadores de la Paramount Pictures), así como Louis Burt Mayer (quien participó en la creación de la Metro Goldwyn Mayer), fueron los legendarios impulsores del primitivo Hollywood de 1914.
México, revolucionado
Algo más al sur, México atravesaba uno de los períodos álgidos de su larga revolución, marcado por la predominancia militar de Pancho Villa, comandante de la División del Norte.
Villa –de verdadero nombre, Doroteo Arango– se había alzado tempranamente (1910) en pro de Francisco Madero, padre de la Revolución, y a partir de 1913 combatió sañudamente a las tropas de su asesino, el general Victoriano Huerta (cabeza de turco de los intereses económicos estadounidenses en el país). La renuncia del magnicida (julio de 1914) antecedió a la Convención de Aguascalientes (octubre), donde se selló la alianza militar entre Villa y Emiliano Zapata, líder revolucionario del sur. Ambos entraron juntos en la Ciudad de México el 6 de diciembre, al frente de un ejército de 60.000 hombres. Sin embargo, ninguno de los dos líderes pretendió extender su poder a la jefatura del Estado mexicano, en un gesto de humildad poco dado en los anales de la historia. Años después, ambos serían asesinados por sus rivales políticos: Zapata a instancias del presidente Venustiano Carranza, en 1919, y Villa en 1923, por el futuro mandatario Plutarco Elías Calles.
Un gran avance médico
Las víctimas de la Primera Guerra Mundial pudieron beneficiarse del importante avance clínico debido al médico argentino Luis Agote (1868-1954), factor de la primera transfusión de sangre de la historia, realizada en el Hospital Rawson de Buenos Aires en noviembre de 1914.
Para ser más exactos, Agote realizó la primera transfusión de sangre indirecta. Es decir, extrajo fluido vital de un paciente, lo almacenó en un recipiente y después lo transfirió a otro paciente. El paso intermedio, la conservación temporal de la sangre fuera del cuerpo humano, era lo más complicado de la operación, debido a la coagulación que se iniciaba de modo natural tras la extracción; el médico porteño impidió este proceso con el añadido de una sal, el citrato de sodio.
Agote dio a conocer su método universalmente y con finalidad altruista, sin patentarlo, de modo que pronto se generalizó en los hospitales de campaña y miles de soldados salvaron la vida gracias al espíritu filantrópico del galeno argentino.
Unos llegaron…
En 1914 nacieron un buen puñado de memorables personajes, entre ellos: los escritores William Seward Burroughs (estadounidense, figura de la Beat Generation), Octavio Paz (mexicano, premio Nobel de Literatura en 1990), Adolfo Bioy Casares (argentino, premio Cervantes en 1990), Julio Cortázar (compatriota del anterior y renovador de la narrativa en lengua española con obras como Rayuela), Nicanor Parra (chileno, creador de la llamada antipoesía), Marguerite Duras (francesa, premio Goncourt por su novela L’Amant) y Dylan Thomas (británico, brillante poeta del exceso); el filósofo español Julián Marías, discípulo de Ortega y Gasset y cofundador del Instituto de Humanidades de Madrid; el filólogo español Martí de Riquer, erudito en literatura medieval; el nepalí Tenzing Norgay, guía sherpa que acompañó a Edmund Hillary en la conquista del Everest (1953); el actor estadounidense Tyrone Power, una de las grandes estrellas del Hollywood de la década de 1940, y la actriz mexicana María Félix, una de las grandes personalidades de la historia del cine hispano; el director de orquesta italiano Carlo Maria Giulini, célebre por su afán perfeccionista; el diseñador de moda francés Pierre Balmain, modisto de Brigitte Bardot, Marlene Dietrich y Sofía Loren, entre otras actrices; el político soviético Yuri Andropov, líder de la URSS desde noviembre de 1982 a febrero de 1984; y el aventurero noruego Thor Heyerdahl, quien singló el océano Pacífico en 1947 a bordo de la Kon-Tiki (una balsa de madera construida a la usanza de los antiguos indígenas andinos).
…y otros se fueron
Por último, cabe citar algunas de las personalidades que perdieron la vida en 1914 por causas ajenas a la guerra. Entre ellas podemos destacar a los premios Nobel de la Paz Charles Albert Gobat (suizo, galardonado en 1902 por su trabajo al frente del Bureau International Permanent de la Paix, cuyas gestiones resultaron inútiles para detener la Gran Guerra) y Bertha von Suttner (austríaca y autora de la novela pacifista ¡Abajo las armas!, recibió la distinción en 1906); los premios Nobel de Literatura Frédéric Mistral (francés, premiado en 1904) y Paul von Heyse (alemán; 1910); el industrial estadounidense George Westinghouse, magnate de la alta tensión; el geólogo italiano Giuseppe Mercalli, creador de una escala de medición de los efectos de los terremotos, hoy sustituida por la escala de Richter; la poetisa uruguaya Delmira Agustini, que compaginó los versos de inspiración modernista con la lucha por los derechos de las mujeres; los militares y expresidentes argentinos Julio Argentino Roca y José Evaristo Uriburu; y el político socialista francés Jean Jaurés, destacado opositor a la guerra, que fue asesinado por el ultranacionalista francés Raoul Villain, liberado sin condena tras 56 meses de prisión preventiva (las veleidades de la Fortuna lo condujeron hasta la ibicenca Cala de Sant Vicenç, donde fue fusilado por un grupo de anarquistas en septiembre de 1936