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Las calles rectas, ordenadas como en la Antigua Roma, recuerdan, trasladan a las imágenes recreadas de los libros de texto, a los cuentos e historias que tantas veces hemos imaginado. Nos recuerdan las historias sin nombre ni ciudad, las historias que tal vez pudieron suceder en una de estas ciudades desaparecidas en el tiempo.

Según dice la leyenda Herculano fue creada por Heracles (el Hércules romano), pero en realidad, esta ciudad de la cual se han desterrado de las cenizas de alrededor 1800 rollos de su biblioteca, fue creada por las diferentes culturas que pasaron por allí hasta que en el 69 a.C. se convirtió en la ciudad romana de la que ahora recordamos su catástrofe.

En agosto del 79 d.C. nadie intuía el terror que horas después iban a sufrir. Nadie sabía lo que escondía la montaña, el volcán que tenían a solo 10 kilómetros de distancia. Nadie sabía que aquella noche sería la última en esa comunidad, en esa ciudad más pequeña pero más rica que las de su alrededor. Nadie sabía que esa noche la historia de Herculano quedaría guardada bajo las cenizas del Vesubio. Esa noche la ciudad fue cubierta por 16 kilómetros de lava.

Mujeres y niños recogieron todo lo que pudieron, sus reliquias, los objetos más necesarios y salieron de sus casas temiendo lo peor, temiendo que su vida podía terminar. Pero esta vez los arcos del cobertizo para barcas no les protegerían. Esta vez ellos, sus reliquias y todo lo que les envolvía quedaría bajo una capa de ceniza y lava que haría incluso alejar el mar de su pequeño puerto.

En esta próspera ciudad cuyas villas siguen intactas, cuyas estatuas han vuelto a la vida, han vuelto a ocupar el lugar que les vio nacer, el lugar que presenció tantas muertes y tanto sufrimiento. El lugar desde el que vieron desaparecer su ciudad, desde el que vieron como una nube de ceniza y un mar rojizo se acercaban tan rápido que nadie podría huir de su destino. Como si de una maldición se tratara, estas estatuas fueron testigos del fin. Algunas sufrieron el espectáculo de ver desaparecer a sus compañeras, pero gracias a las excavaciones arqueológicas las han visto renacer, las han visto volver a desempeñar su papel. Volver a redecorar la ciudad, cumplir su pacto con la memoria para que nadie se olvide, para que nadie olvide que aquella ciudad sigue viva, que aquella ciudad renace en cada paso que da un mero turista. Que aquella ciudad sigue viva para todos aquellos que han paseado por sus calles un día cualquiera.

Para Herculano, el viajero es algo más que un turista, es un testigo ciego de lo que no fue, de sus calles, de las necesidades de una ciudad que iba a crecer, que iba creciendo y se enfrentó, como si de un castigo se tratara, a su ruina. En este viaje el viajero tendrá que revivir su historia, sus costumbres, su forma de pensar y de ser. En este viaje se tendrá que ser ciudadano por unas horas.

El ciudadano paseará por las calles de la ciudad, recorrerá los lugares secretos de la misma y redescubrirá un mundo nuevo, tanto para él (o para ella) como para todos los que pasearon por sus calles. En este viaje el turista tendrá un papel fundamental: recorrer las calles para esquivar al olvido. Y es que aunque se conserve mejor que su vecina ciudad de Pompeya, y aunque fue más rica la pisan menos pies, la conoce menos gente y toda su sabiduría interior sigue enterrada bajo capas de olvido y destrucción.

Se ha olvidado como eran sus termas (las mejor conservadas), como se vivía dentro de sus casas, que aún mantienen ese aire de vida que quedó atrapado en sus paredes, que se pueden observar el latín como una lengua viva, la lengua a través de sus pinturas, sus grafitis. Se ha olvidado que junto a Pompeya había otra pequeña ciudad que aún conserva la totalidad de los edificios, la altura exacta de las edificaciones, con sus enseres dentro. Han olvidado que al lado de Pompeya hubo una pequeña ciudad que sigue intacta, que se puede ver, recorrer e imaginar. Una pequeña ciudad en la que podemos ver las decoraciones en las paredes, en la que cada casa tiene nombre, cada casa incita a la reconstrucción de una familia, de una historia.

Se ha olvidado que en ese lugar vivió gente que tenía mucho por decir, que tenían mucho por hacer, gente que no quería morir abrasada, sepultada y cuya memoria pertenece a aquellos que no la quieren dejar morir. A aquellos que la quieren guardar y pasear por sus calles imaginando que la casa de la esquina, la panadería o la tienda de la calle principal esconde un secreto, esconde el secreto mejor guardado. Esconde la vida de una familia.

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