Brandon Sanderson es el gran autor de fantasía del siglo XXI, un creador de mundos cuya trayectoria es fielmente seguida por más de treinta millones de personas. Desde que debutara en 2006 con «Elantris», este prodigioso y prolífico escritor ha deslumbrado en treinta y cinco idiomas gracias al Cosmere, un universo de magia conformado, entre otras obras, por las sagas Mistborn, El Archivo de las Tormentas o Escuadrón. Cada página que escribe (y escribe muchísimas) cobra vida en Utah, donde tiene una suerte de santuario creativo. De allí surge este relato que compartimos en LENGUA, un texto autoconclusivo que pertenece al mundo del Citoverso, un escenario clave en la saga Escuadrón. Coescrito por Janci Patterson y traducido por Manu Viciano, responsable de llevar las obras de Sanderson al español, este relato puede leerse después de «Escuadrón Cielo» (la colección de novelas cortas de la saga) o de «Citónica», la tercera y por el momento (mayo de 2024) penúltima entrega de la serie.

1

A FM se le ocurrían mejores formas de pasar el día de su cumpleaños. Contempló la respuesta que estaba redactando, en la que explicaba —otra vez— al Departamento de Investigación y Desarrollo por qué su propuesta de experimento no era una manera adecuada de tratar a una especie sapiente.

«Los taynix son nuestros aliados —escribió—. Todo experimento que resultaría inmoral practicar con humanos también es inmoral practicarlo con ellos».

Borró esa última frase. La Fuerza de Defensa Desafiante tampoco era precisamente famosa por tratar con mucha humanidad a los seres humanos.

El monitor grande de su escritorio se encendió, señalándole que tenía una videollamada del Departamento de Ingeniería. FM la aceptó y en la pantalla apareció la cara de su novio, Gali, con el pelo rojo revuelto y una mancha de grasa de motor en la mejilla.

—¡Hola! —dijo Gali—. Esto… ¿Feliz cumpleaños?

—¿Feliz cumpleaños? —trinaron dos babosas mientras se dejaban caer desde su estante favorito sobre el escritorio para aterrizar ante la pantalla.

Las babosas tendrían el tamaño del antebrazo de FM y unas hileras de coloridos pinchos a lo largo del lomo. Clinc, el taynix de comunicaciones púrpura y naranja del Departamento de Diplomacia, observó a Gali con interés. Branquia, azul y amarillo como todas las hiperbabosas, frotó el hocico contra la mano de FM como si creyese que tenía alguna chuchería escondida.

FM sonrió a Gali.

—¿Me preguntas si es mi cumpleaños o si es feliz?

—En realidad, más bien me disculpaba por no haber encontrado la forma de mejorarlo.

Su equipo y él estaban destinados en el exterior ese día, haciendo el mantenimiento a una de las plataformas que albergaban los generadores de energía para los sistemas de otras muchas plataformas. Desde que la FDD trasladara su cuartel general militar a los cinturones de escombros espaciales que orbitaban Detritus, habían estado intentando averiguar todo lo posible sobre aquella tecnología antigua. FM apenas comprendía nada de los detalles, aunque Gali se ponía verdaderamente monísimo cuando trataba de explicárselos.

—Creo que esta noche volveremos muy tarde, y mañana será incluso peor —añadió Gali, que negó con la cabeza—. Siento no poder organizarte una fiesta de verdad.

—Tranquilo, está bien —dijo ella.

Y debía estarlo. El trabajo de Gali era crucial para la supervivencia de la humanidad: descubrir cómo emplear con efectividad las defensas de las plataformas era el único modo de derrotar a la Supremacía cuando se produjera su inevitable regreso. En esos momentos, un cumpleaños era la menor de sus preocupaciones.

—¿Comemos juntos, al menos? —propuso FM mientras alcanzaba las cajas que le había llevado su asistente y abría la de arriba, llena de setas para las babosas.

—Tengo la mía aquí mismo —dijo Gali, y levantó su propia caja de comida para llevar.

Parecía que habían pasado siglos desde que FM comiera con sus compañeros de escuadrón en la cafetería para cadetes, charlando con ellos y bromeando y fingiendo no querer rebajarse a competir en el concurso de amontonar algas fritas. Desde hacía ya un tiempo, parecía que siempre estaban todos demasiado ocupados para esas cosas.

FM despejó el escritorio de papeles para que no se mancharan de jugo de setas y les ofreció la caja a Clinc y Branquia.

—¡Feliz cumpleaños! —exclamó Clinc.

FM rascó al taynix por debajo de los pinchos de la frente. Las babosas no parecían entender por completo el concepto de un cumpleaños. Su especie no utilizaba calendarios.

La comida de la propia FM iba a ser una sorpresa. Su equipo estaba trabajando en favorecer una iniciativa de intercambio culinario. Expandir el suministro alimenticio de Detritus no ocupaba un puesto demasiado alto en la lista de prioridades de la FDD, al menos mientras la Supremacía siguiera reuniendo fuerzas para atacar de nuevo y mientras la mejor arma de la resistencia humana, que además era amiga de FM, siguiera perdida en la ninguna-parte. Pero sus nuevos aliados, los diminutos kitsen con aspecto de zorro, consideraban que alimentar al prójimo era la actividad más diplomática concebible, y el equipo de FM quería mostrarles respeto.

Las cajas de ese día estaban llenas de verduras de hoja cubiertas por rodajas de una brillante fruta anaranjada, todo salpicado por una salsa cremosa. FM probó una rodaja de fruta y la encontró mucho más dulce de lo que había esperado.

—Está buenísimo —dijo.

—¿Mejor que una tarta de cumpleaños? —preguntó Gali.

—Mucho mejor. La tarta siempre sabe a pan de alga, pero con glaseado.

—¡Es que es pan de alga, pero con glaseado! —exclamó Gali.

FM se rio.

—Vale, veo que en tu cumpleaños sí que vas a querer tarta de alga. Me lo apunto.

Se preguntó si las cosas estarían más calmadas para entonces. Le daba miedo desearlo. A veces daba la sensación de que las cosas solo iban a calmarse cuando hubieran muerto.

—¿Cómo celebrabais los cumpleaños en tu familia? —preguntó Gali.

FM titubeó. Su familia era más acomodada que la de Gali, y no le gustaba recordárselo.

—¿A que lo adivino? —dijo Gali—. ¿Caviar y pescado fresco?

—Solo a veces —murmuró FM.

Él sonrió de oreja a oreja.

—Cuéntamelo. Me da igual que tu familia tuviera más dinero que la mía.

Gali nunca le daba motivos para avergonzarse de ello, pero FM se avergonzaba de todos modos.

—Había regalos, claro. Botas, o ropa nueva. Mi padre ponía lucecitas y música, y mis hermanas y yo bailábamos como locas. Luego comíamos bollitos con mantequilla de algas de sabores, y mi madre encendía una vela para que la sopláramos y pidiéramos un deseo. —FM se encogió de hombros—. ¿Qué hacíais vosotros?

—También había regalos —dijo Gali—. Lo normal era un libro de ciencia.

FM sonrió.

—Sí, vale, soy un tipo predecible —añadió Gali.

—Además de adorable —dijo ella—. Así que te regalaban un libro de ciencia nuevecito y…

—No siempre eran nuevos —la interrumpió Gali—. Eran nuevos para mí. Y comíamos tarta de algas, y Spensa siempre asaba una rata en mi honor a la que había puesto el nombre de Atila, o Alejandro, o Gengis Kan, y me contaba la historia de cómo la había derrotado en mi nombre.

—¿En serio? Sí que tuviste una infancia extraña.

—¡Extraña! —convino Branquia.

Los taynix se habían terminado sus setas y ambos trinaron felices durante un momento antes de desaparecer de sopetón. Les gustaba aprovechar el poder de hipersaltar que tenía Branquia para mantener una vida social activa entre las babosas y los humanos de la plataforma, pero luego nunca eran difíciles de localizar cuando FM los necesitaba.

—Ya lo creo que sí —dijo Gali, mientras asomaba a su cara una expresión triste. Estaba preocupado por Spensa. Como todos.

—Bueno —dijo FM—, mataría una rata para tu cumpleaños, pero estoy en contra del sacrificio animal.

—Casi que mejor. Preferiría no tener que volver a comer rata nunca más. —Gali calló un momento—. ¿Echas de menos las fiestas?

—No lo sé —respondió FM—. Ahora somos adultos. Esas cosas eran para niños.

La radio de Gali pitó.

—Un momento —dijo—. Tirda, mi equipo me necesita. Hay un problema en el sector siete que requiere mi atención.

—Espero que no sea nada grave.

—¿Nosotros? —preguntó Gali—. ¿Ocuparnos de problemas graves?

FM se despidió y la pantalla se quedó en blanco. Recogió los restos de la comida de las babosas y volvió a su texto sobre los derechos de los taynix, sintiéndose mal por… bueno, por sentirse mal. Aquello era lo que había querido hacer cuando se unió a la FDD, al fin y al cabo. Proteger a los indefensos. Ser una voz a favor del cambio, llevar a la FDD a una era más compasiva y ética. Era su sueño, y por fin tenía la oportunidad de vivir en él.

Pero, a veces, desearía poder hacer cosas normales, como bailar con su novio el día de su cumpleaños.

2

—¿Cómo hemos podido perder un generador entero? —preguntó Gali.

Estaba con dos miembros de su equipo en un pasillo del sector siete, en la Plataforma Dínamo, que albergaba muchas de las unidades generadoras que producían energía para los sistemas de otras plataformas cercanas. Los generadores, instalados en búnkeres por toda Dínamo, no eran pequeños. Medirían unos dos metros de alto y uno de ancho, más o menos el tamaño del armario que Gali tenía en su dormitorio.

—No lo sé —dijo Annel pasándose una mano por el pelo azul, que llevaba corto por encima de las orejas. Estaba al mando del equipo de comunicaciones, que traducía toda la información que los ingenieros estaban reuniendo sobre las plataformas a un idioma comprensible para el Alto Mando—. Hace un rato estaban aquí. Cosley y yo acabábamos de cartografiar qué generadores iban a qué sistemas. Hemos parado para comer y, a la vuelta, habían desaparecido.

—¡Sistemas! —trinó Chiflada, la hiperbabosa del equipo de ingeniería, que los había trasladado hasta allí por la mañana y los llevaría de vuelta a la Plataforma Primaria esa noche.

—No es solo un generador —añadió Cosley, un hombre grandote y fornido, más o menos de la altura de Gali, pero el doble de ancho. Tenía aspecto de matón a sueldo, pero formaba parte del equipo de ingeniería eléctrica—. Tres generadores y todo el equipo que estaba almacenado con ellos… desaparecidos.

—¿Tres? —Los generadores no solo eran grandes, sino también pesados. Gali dudaba mucho que seis personas pudieran levantar uno—. Tiene que ser un error. ¿Estáis seguros de que estabais catalogando este búnker? A lo mejor hay otro igual en el sector de al lado.

—Qué va —dijo Cosley—. Era este. Me he dejado el agua, ¿lo ves? Estaba volviendo a recogerla cuando he encontrado el búnker vacío.

Señaló una cantimplora reglamentaria de la FDD que estaba en un estante clavado a la pared, por lo demás vacío.

—Vale —dijo Gali—. Pues los habrá movido alguien. No pueden haber desaparecido y punto. ¿Habéis consultado al resto del equipo?

Cosley y Annel asintieron, pero ninguno de los dos propuso ninguna hipótesis.

Gali suspiró. Aquello no era lo que quería estar haciendo el día del cumpleaños de FM. Quería tener un día tranquilo, aburrido, y después hipersaltar a alguna plataforma exterior para mirar las estrellas con ella.

FM lo entendía, claro. No se había enfadado por no poder terminar de comer juntos, pero decía bien poco de sus vidas lo acostumbrados que estaban a que los interrumpieran Cosas Muy Importantes. Por lo menos, en esa ocasión no era un ataque de la Supremacía.

«¿O sí?».

—¿Qué alimentaban esos generadores? —preguntó Gali.

—El núcleo de seguridad —dijo Cosley—. Todas las cámaras que hemos descubierto en las distintas plataformas envían su información aquí.

Tirda.

—Entonces ¿nuestro sistema de seguridad está desactivado?

—Tampoco usábamos mucho esas cámaras, de todas formas —dijo Annel.

Era cierto. La red de cámaras formaba parte de la instalación original de la plataforma, y el equipo de ingeniería llevaba un tiempo estudiando los sistemas y averiguando cómo activarlos y operarlos. El trabajo se había acelerado desde que Detritus orbitaba alrededor de un sol. Algunos sistemas de las plataformas funcionaban con energía solar, y habían estado hibernando mientras Detritus permanecía abandonado en el espacio.

—Ahora nos vendrían bien esas cámaras —dijo Gali—, para descubrir quién se ha llevado los generadores. Si los sistemas no se apagaron hasta desconectar su fuente de energía, deberíamos tener metraje de seguridad, ¿no?

—No hay cámaras que apunten a este búnker —respondió Cosley—. Ni a casi ninguno, en realidad.

Tampoco era ninguna sorpresa. Como la tecnología era tan antigua, algunas cámaras no funcionaban, y repararlas no había sido muy prioritario. No habían esperado tener que protegerse de robos de generadores. En aquella plataforma no había nadie aparte del equipo de ingeniería.

«¿O sí?».

A Gali se le erizaron los pelillos de la nuca. No habían visto a nadie más en la plataforma, pero era un lugar muy grande, con un montón de búnkeres y pasillos estrechos. Necesitaba concentrarse en el trabajo, no en lo que pudiera estar acechando a la vuelta de cada esquina.

—¿Hay otros generadores que puedan alimentar el sistema de seguridad?

—Claro —dijo Annel—. A no ser que hayan desaparecido también.

—Haced inventario —ordenó Gali—. No es necesario catalogar hasta el último tornillo, pero enviad equipos a peinarlo todo rápido, por si falta alguna otra cosa muy evidente. Nosotros reactivaremos esas cámaras, para que, si siguen desapareciendo cosas, tengamos algo con lo que trabajar. Y… mejor vayamos en grupo hasta que sepamos lo que pasa, ¿de acuerdo? Prefiero que nadie se pierda solo por ahí.

—¡Solo! —exclamó Chiflada.

Gali no quería que cundiera el pánico. Y mucho menos que lo afectase a él. Confiaba en que hubiera una explicación sencilla, no una siniestra.

Pero, teniendo en cuenta cómo le iba todo últimamente a la FDD, ni de milagro iba a darlo por hecho.

3

Alanik era citónica y piloto, no diplomática. Era la última persona a quien deberían haber llamado para resolver «diferencias culturales». Pero ser la única de su especie que había interactuado ampliamente con los humanos tenía sus desventajas. Los dos bandos solían querer que estuviera presente para mediar en sus desacuerdos.

Y así fue como se vio convocada al hangar de carga de la Plataforma Primaria para hablar sobre el último envío de suministros procedente de Cordel, uno de los mayores centros agrícolas de su planeta natal, ReAlba. Los UrDail estaban cumpliendo la petición kitsen de que todos los aliados intercambiasen comida; los humanos producían casi todo su alimento bajo tierra, pero tenían algunas cosas sorprendentemente sabrosas de todos modos, en particular las frituras de algas.

Al llegar al hangar de carga, Alanik encontró a una piloto UrDail discutiendo con una humana vestida con uniforme de la FDD, Jesna, la encargada de suministros. La mujer, bajita y de cabello moreno, se alzaba erguida enfrente de la UrDail de piel púrpura, que llevaba el pelo blanco trenzado y recogido tras las puntas de las orejas. Alanik no conocía de nada a esa piloto, aunque no era muy sorprendente.

—Me han pedido que venga a ayudar —le dijo a la UrDail—. ¿Cuál es el problema?

—Alanik —dijo la piloto. Tampoco era muy sorprendente que la mujer la reconociera. Alanik había salido en todos los boletines de noticias desde la batalla contra la Supremacía—. Menos mal que estás aquí. Me llamo Winnelin y trabajo como piloto de carga para Cantomanzana. He traído este envío en su horario previsto, pero, al llegar y abrir la compuerta de carga, la bodega de la nave estaba vacía.

Cantomanzana era uno de los mayores conglomerados empresariales agrícolas del planeta, y cultivaba varias ramas enteras de Cordel. Alanik echó un vistazo por la compuerta abierta de la nave de transporte UrDail y vio que, en efecto, no contenía ningún cargamento.

—¿Has llegado hipersaltando con una nave vacía?

—¡No estaba vacía al despegar! —insistió Winnelin—. ¡Han robado el contenido de la bodega!

—¿Sabemos seguro que el cargamento estaba ahí cuando has salido de ReAlba? —preguntó Jesna—. ¿Es posible que vaciaran la bodega antes de que la nave hipersaltara?

Winnelin parecía ofendida. La insignia que llevaba tradujo sus palabras, pero no su tono gélido.

—¿Estás llamando ladrona a mi gente?

Vaya, por todas las ramas.

—No insinúa que todos seamos unos ladrones —le explicó Alanik a Winnelin—. Solo sugiere la posibilidad de que algún ladrón de nuestro pueblo vaciara la bodega. ¿O estás diciendo que es imposible que alguno de nosotros pueda robar?

Era una afirmación ridícula, y Winnelin lo sabía. No era más probable encontrar ladrones entre los UrDail que entre los humanos, pero tampoco menos.

—Claro que no —respondió Winnelin—. Pero he revisado la bodega en persona antes de partir. He sellado las compuertas de carga yo misma. El envío estaba ahí cuando hemos despegado.

—Muy bien —dijo Jesna.

La humana estaba observando a Winnelin con gesto cauteloso, como si temiera ofenderla más. Alanik ya empezaba a hartarse de ver esa expresión: parecía que tanto los humanos como los UrDail y los kitsen se preocupaban mucho más de no insultarse entre ellos sin querer que de hablar con claridad y eficacia. La incipiente alianza había perdido ya muchísimo tiempo por culpa de andarse con pies de plomo en las reuniones diplomáticas. A Alanik le daban ganas de gritar.

—Si el cargamento desapareció después de la llegada —dijo—, debería ser fácil acotar dónde pudo ir. ¿El hangar de carga no tiene grabaciones de seguridad?

—Lo normal es que sí —contestó Jesna—, pero las cámaras se han apagado hace más o menos una hora. Por no sé qué problema técnico.

Alanik la miró parpadeando, sorprendida.

—¿Problema técnico o sabotaje?

—No lo sabemos —respondió Jesna—. Los ingenieros están investigándolo.

—Si tenéis fallos de seguridad —dijo Winnelin—, es incluso más ofensivo que sugieras que mi gente pudo…

—Basta —la interrumpió Alanik. Winnelin pareció ofenderse más si cabe, pero a Alanik le importaba mucho menos que a la humana—. Es evidente que Jesna solo pretendía descartar la posibilidad de que el cargamento se perdiera antes de llegar. Era una pregunta razonable, que ya está respondida. Gracias.

—Supongo que sí —dijo Winnelin, pero aún no parecía satisfecha.

Algunos UrDail opinaban que Alanik simpatizaba demasiado con los humanos para que se le confiaran decisiones diplomáticas. Pero, si todo el mundo afrontaba aquella nueva alianza con suspicacia y prejuicios, nunca llegarían a nada.

—Sigo sin entender cómo ha podido desaparecer el cargamento —dijo Jesna—. Has sellado las compuertas antes de hipersaltar. Las has desbloqueado a tu llegada. ¿Es posible que se… perdiera en el hiperespacio?

Winnelin parecía a punto de que le estallara un tegumento. La pregunta, por supuesto, insinuaba que su empresa no era capaz de transportar su propia carga en condiciones, lo cual era una sugerencia insultante.

—Por supuesto que no —se apresuró a terciar Alanik. La carga hipersaltaba junto con la nave, a menos que interfiriese algún citónico. Alanik no tenía ni idea de para qué querría un citónico hacerse con un envío de fruta y, además, los inhibidores impedían que cualquier citónico enemigo se teleportase al hangar de carga—. ¿Hoy habéis recibido algún otro cargamento?

—Dos esta mañana, desde las cavernas de Detritus —respondió Jesna—. Ningún problema con ellos.

—Sigue investigando, y yo haré lo mismo —dijo Alanik, y se volvió hacia Winnelin—. No se te considerará responsable de esto a menos que afloren pruebas de que tuviste algo que ver con ello. Hablaré con el Departamento de Diplomacia en persona.

—Bien —respondió Winnelin.

Parecía preocupada sobre todo de que sus propias ramas estuvieran bien podadas, cuando lo que corría verdadero peligro era la misma alianza. Si se acusaba a los UrDail de no cumplir con su parte del intercambio diplomático, sería un golpe mucho peor que perder un envío de comida. Quizá sí que hubiera interferido algún citónico, llevándose el cargamento de la bodega después de que Winnelin la sellara, pero antes de entrar en el campo protector de los inhibidores de Detritus. Quizá existieran facciones en ReAlba que aún se oponían a la alianza.

Era una idea perturbadora.

Alanik no iba a permitir que ningún miembro enemigo de su pueblo obstaculizase la alianza galáctica. Decidió ir a hablar con FM sobre la posible amenaza diplomática.

La alianza era demasiado importante para fracasar.

4

A Nedd no le hacía ninguna gracia que lo llamaran en plena comida. Y menos cuando esa comida consistía en una perca del planeta kitsen. Las percas no eran muy grandes, pero sí más sabrosas que cualquier pescado que criaran en las cubas subterráneas de Detritus. Seguro que era porque se había criado viendo un sol y comiendo cosas que también lo habían hecho.

Cuando sonó la alarma de su radio, indicándole que habían convocado a su escuadrón para una misión, Nedd suspiró, bajando la mirada hacia su pescado a medio comer. Se imaginó que el pez había crecido hasta ese tamaño retozando bajo las olas de Orilla Perpetua, antes de que lo sacara del agua la red de un kitsen no más grande que él mismo. Ese pez había sacrificado la vida, y Nedd ni siquiera iba a poder concederle el honor de disfrutarlo en todo su esplendor.

Pero en fin. Era la llamada del deber. Y cuando el deber llamaba a la hora de la comida, en general era por algo importante. Nedd dejó atrás su pobre perca y corrió a toda prisa hasta el hangar, donde sus compañeros de escuadrón ya estaban subiendo a sus naves.

Nedd embarcó de un salto, se puso los auriculares y llamó por radio a Arturo.

—¿Qué ocurre? ¿Estamos bajo ataque?

—Puede —dijo Arturo. Era el nuevo jefe de escuadrón, aunque no habían tenido que escuadronear mucho desde su nombramiento—. Ha habido una serie de robos dentro del campo de inhibición de Detritus.

Nedd vaciló.

—¿Están desplegándonos para ocuparnos de un ladrón?

—El Departamento de Diplomacia sospecha que el ladrón podría ser un agente de la Supremacía que intenta sabotear nuestras alianzas. Hay pruebas de que podría tener poderes citónicos y, si los tiene, es capaz de actuar dentro de los inhibidores.

Ah. Vale. Sí que era grave. Grave con ganas. Grave en plan dejarte-una-comida-buenísima-en-el-plato. Esos inhibidores tenían una especie de contraseña, y ningún citónico debería ser capaz de utilizar sus poderes dentro del radio de acción sin ella. Si algún citónico enemigo había obtenido esos códigos, debía de habérselos proporcionado alguien de dentro.

—¿Sabemos dónde está ese agente? —preguntó Nedd.

—Aún no hay avistamientos de la Supremacía, pero una babosa ha informado de actividad citónica extraña a un par de plataformas de distancia. Tenemos que rodear esa plataforma y entrar hipersaltando para investigar. —Arturo cambió su radio a la línea general del escuadrón—. Escuadrón Cielo, confirmad.

—Cielo Dos, preparado —dijo Nedd.

Aunque en realidad no lo estaba, en términos estrictos. Recorrió a toda prisa los puntos más importantes de la lista de comprobaciones previas al vuelo mientras el resto del escuadrón confirmaba su presencia. Se saltó dos terceras partes de la lista, cosa que habría horrorizado a Jorgen. Pero Nedd hizo lo importante. Nedd siempre hacía lo importante. Excepto terminarse la comida, tal vez.

—Despegad —ordenó Arturo cuando hubieron terminado—. Formad a cuatrocientos pies y Naga nos teleportará a todos al punto de encuentro.

La hiperbabosa que le hacía de copiloto al propio Nedd saltó al interior de la cabina mientras Nedd ya se elevaba de la plataforma de aterrizaje en vertical, impulsado por su anillo de pendiente.

—¿Qué hay, Mofletes? —dijo, y estiró el brazo para rascar al taynix en paralelo a sus largos pinchos—. ¿Crees que hoy vamos a morir?

—¡Hoy vamos a morir! —trinó Mofletes.

—Sí, vale —dijo Nedd—. Gracias por el voto de confianza.

Alcanzaron los cuatrocientos pies y Nedd maniobró su nave para acercarla a las demás. El hangar desapareció por debajo de ellos y se desplazaron, teleportados al instante, a otro lugar del cinturón de plataformas. Pasaban pedazos de metal por arriba y por abajo, y Nedd tuvo que mover su nave con cuidado para apartarla de la trayectoria de la basura en órbita.

—El objetivo está justo delante —explicó Arturo—. Voy a solicitar órdenes por radio. Manteneos a la espera.

—Recibido —respondió Nedd.

Localizó las instalaciones a las que se refería Arturo, una plataforma aparatosa y rectangular, muchas veces más pequeña que la Plataforma Primaria. ¿De verdad habría un enemigo citónico allí dentro? ¿Uno que había descubierto la forma de superar los inhibidores que protegían el planeta? Si un citónico lograba sortear el campo inhibidor, podría hacer pedazos sus naves o teleportar una flota entera allí dentro. Podría incluso hipersaltar al comedor y terminarse la perca de Nedd.

El Escuadrón Cielo se mantuvo preparado, a la espera de órdenes.

Y Nedd deseó que ese día no tuviera que morir nadie aparte de su pescado.

5

FM no sabía muy bien qué esperaba obtener la Supremacía de la tecnología de plataformas humana, ni de los envíos de suministros por parte de sus aliados, pero no podía ser nada bueno.

—¿Hemos visto alguna nave de la Supremacía? —preguntó a Gali mientras se dirigían a la reunión de emergencia en el despacho de Jorgen.

Gali había regresado hipersaltando para acudir a esa reunión inmediatamente después de que descubrieran el robo de comida. FM se alegró de terminar viéndolo el día de su cumpleaños, aunque habría preferido que fuese en otras circunstancias.

—Aún no —dijo Gali.

—Si pueden hipersaltar al interior de las defensas de Detritus, ¿por qué no han traído todavía ningún acorazado?

—A lo mejor están preparándolos —aventuró Gali.

¡Por las estrellas! ¿Estaban a punto de sufrir el ataque de una flota enemiga? FM no concebía que nadie de Detritus pudiera entregarle los códigos del inhibidor a la Supremacía. No mientras la Supremacía estuviese tan decidida a aniquilarlos. Pero algunos de sus aliados conocían ya esa información. ¿Era posible que algún UrDail o kitsen estuviera colaborando con el enemigo?

Si se daba el caso, supondría un fracaso estrepitoso para el departamento de FM. Se suponía que estaba al cargo de la diplomacia. Había abogado por la confianza y la cooperación. Se veía tan… bueno, tan superada que tampoco sería una gran sorpresa descubrir que no estaba haciéndolo bien, pero la destrozaría de todos modos.

Llegaron al despacho de Jorgen y lo encontraron rodeado por el personal de mando, con una radio en la mano.

—¿Hemos averiguado algo? —preguntó FM.

—Los taynix han informado de actividad sospechosa citónica en una plataforma, a treinta kilómetros de aquí —dijo Jorgen—. Tengo al Escuadrón Cielo desplegado para comprobarlo.

FM cerró los ojos. Hacía poco que había abandonado el escuadrón para ocupar su puesto diplomático. Sabía que era la decisión correcta, pero aún no se había acostumbrado a que sus amigos corrieran peligro sin ella.

Iba a… iba a tener que adaptarse a aquello.

—Caracapullo —llamó Arturo por radio—. Tenemos el objetivo a la vista.

—Recibido, Anfi —respondió Jorgen—. ¿Alguna nave en la zona?

—No vemos ninguna —dijo Arturo—, pero podrían estar escondidas entre los escombros.

—Hipersaltad al interior Alanik y tú —ordenó Jorgen—. Dejad al resto para cubriros si apareciesen naves. Si os metéis en problemas, teleportaos fuera de inmediato. ¿Recibido?

—Recibido, Caracapullo —dijo Arturo—. Vamos a hipersaltar.

FM contuvo la respiración. Gali le cogió la mano. Un momento después, la radio crepitó.

—Caracapullo —llegó de nuevo la voz de Arturo—, ¿FM está contigo?

Jorgen miró perplejo a FM.

—Está aquí, sí.

—Alanik va para allá a recogerla. Deberías venir tú también. Esto tenéis que verlo con vuestros propios ojos.

Jorgen miró otra vez a FM como si ella pudiera explicarlo, pero tenía tan poca idea como él de lo que estaba sucediendo. Al cabo de poco, Alanik hipersaltó a una esquina del despacho de Jorgen.

—¿Qué ocurre? —preguntó FM.

Alanik no respondió. Tocó el hombro de Jorgen y el de FM. Ella retuvo la mano de Gali para que no se quedara atrás, y todos hipersaltaron…

… a una sala grande y poco iluminada, cuyas paredes estaban cubiertas de recias estanterías metálicas. Tenía aspecto de haber sido alguna clase de almacén. Arturo estaba en el centro, con el arma bajada.

De pronto la estancia se iluminó con el zumbido de los generadores desaparecidos al cobrar vida, y la luz brillaba tanto que era casi cegadora. El techo, las paredes e incluso las estanterías refulgían con centenares de luces titilantes. En los estantes aparecieron varias docenas de taynix de diversos colores, y sus pinchos vibraron mientras canturreaban al unísono:

—¡SORPRESA!

FM parpadeó. En una hilera de estantes había cajas de caviar y setas, además de mucha fruta variada. ¿Sería el envío de alimentos desaparecido, procedente de ReAlba? También había cosas del comedor, bollitos y mantequilla de algas de sabores, distribuidas por los estantes como en un bufet. Una babosa frotó el hocico contra el transmisor de FM y empezó a sonar una canción, una de sus favoritas.

Branquia apareció sobre su hombro.

—¡Bailar!

—¿Esto es…? —A FM le costó esfuerzo componer las palabras—. ¿Es una fiesta de cumpleaños?

—¡Feliz cumpleaños! —le trinó Branquia a la oreja.

—¡FELIZ CUMPLEAÑOS! —corearon las otras babosas.

Arturo miró a FM como si no tuviera nada claro en qué se habían convertido sus vidas. Gali se echó a reír y Jorgen se limitó a rascarse la cabeza y levantar su radio.

—Escuadrón Cielo —dijo—, será mejor que entréis todos. El lugar está asegurado y despejado.

FM seguía sin habla. Notó que se le formaban lágrimas en los ojos, que muy posiblemente no fuesen la reacción adecuada a una fiesta de cumpleaños. A una fiesta para ella. Las babosas la habían oído hablar de sus recuerdos y habían querido reproducirlos. Porque la apreciaban.

—Gracias —logró decir al fin, mirando a los taynix. Rascó a Branquia por la base de los pinchos—. Muchísimas gracias.

—¡Gracias! —repitieron las babosas—. ¡Gracias!

No dominaban del todo el idioma, pero FM estaba bastante segura de que querían decir «de nada».

El resto del escuadrón se teleportó al interior. Aparecieron todos en torno a Arturo, rascándose la cabeza.

—Por la luz de la Estrella Polar, ¿se puede saber qué es eso? —preguntó Kimmalyn señalando hacia una mesa, en la que había un cajón con tres ratas enormes dentro.

FM se echó a reír.

—Son Atila —dijo—, y Alejandro, y Gengis Kan.

Gali gimió.

—Prométeme que no vamos a asarlas.

—Ni hablar —respondió FM, acercándose al cajón. Tres hocicos movieron los bigotes hacia ella—. ¡Son así como monas!

—Muy bien —dijo Jorgen—. Esto… feliz cumpleaños, FM, supongo.

—¡Venga! —exclamó FM, tirando de la mano de Gali—. Es mi cumpleaños. Vamos a bailar.

Imagen: Cubierta de Hiperladrón: Una historia del Citoverso, un relato de Brandon Sanderson y Janci Patterson. Crédito: Nova.


*Fuente original: https://www.penguinlibros.com/es/revista-lengua/ficciones/hiperladron-una-historia-del-citoverso-un-relato-de-brandon-sanderson-y-janci-patterson

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