Historia de los submarinos españoles. El más antiguo proyecto de inmersión submarina del que se tiene noticia en nuestro país nos lleva al reinado de Carlos V. Según Francis Bacon, el monarca presenció unas pruebas en las aguas del río Tajo en el Toledo de 1538, acontecimiento rodeado de una aureola mágica; pero no sólo el filósofo y estadista inglés nos dio noticia de ello, sino que el Opusculum Taisnieri publicado en Colonia en 1562, nos dice: “Dos griegos entraron y salieron varias veces del fondo del Tajo, sin mojarse y sin extinguirse el fuego que llevaban en sus manos”. Parece ser que los primitivos buzos utilizaron un artilugio en forma de campana. Siglos más tarde, la llamada “Campana catalana” fue otro de los ingenios que se sumergieron con éxito en el Mediterráneo en 1678. La primera víctima española de la investigación submarina fue el catalán Cervó, que se sumergió en una esfera de madera con paredes acristaladas en el puerto de Barcelona y murió aplastado por la presión del agua. Corría el año de 1831. (1)
Historia de los submarinos españoles
Por su parte, el arma submarina española nació en 1915 con la llamada “Ley Miranda” refrendada por el rey Alfonso XIII. El ministro de Marina, el almirante Augusto Miranda y Godoy, fue el que propuso la construcción de 24 submarinos y la compra de 4 más en el extranjero. La creación de esta nueva arma fue encargada al capitán de corbeta Mateo García de los Reyes. El primer submarino construido enteramente en España fue el “B-1”, que entró en servicio en 1922.
Los submarinos experimentales españoles no pasaron de la fase de pruebas por la falta de apoyos industriales, económicos y políticos. El histórico déficit español en el desarrollo científico-técnico y la convulsa realidad sociopolítica de las épocas en que vivieron nuestros pioneros, no posibilitaron la construcción industrial de los prototipos. Cuanta razón tenía nuestro premio Nobel Santiago Ramón y Cajal cuando dijo: “Al carro de la cultura española le falta la rueda de la ciencia”. Aún así, pese a lo dicho, podemos afirmar que el catalán Monturiol y el murciano Peral idearon los primeros submarinos de la historia dotados con los avances necesarios para hacer factible los submarinos modernos.
El ictineo o barco pez
La polémica sobre la primacía del invento del submarino siempre acompañó a las figuras de Monturiol y Peral, pero, sin embargo, el siguiente dato muestra la grandeza de los dos pioneros españoles. En una carta dirigida al presidente del Club de Regatas de Barcelona, fechada el 18 de febrero de 1889, Isaac Peral rinde homenaje a Monturiol de esta forma: “Ya que no le fue dado a aquel insigne patricio recoger en vida el fruto de sus afanes, a los que sacrificó salud y bienestar, justo es que la actual generación subsane aquel olvido; por mi parte, haré con este objeto cuanto humanamente pueda, empezando por rendir a su genio el tributo de admiración a que es tan acreedor”.
Narcís Monturiol Estarriol (Figueres 1819 – Barcelona 1885) estudió leyes, pero nunca se dedicó a ellas siendo sus principales actividades la política, el estudio de la física y los inventos, aunque también ejerció de periodista, impresor, escritor y pintor. Republicano y masón, Monturiol fue el introductor en España de las ideas icarianas del socialista utópico francés Étienne Cabet. Con el objeto de difundir esta ideología publicó, en 1847, el periódico La Fraternidad, que fue clausurado por el gobierno de Isabel II durante las revoluciones europeas de 1848. Las insurrecciones en España y la dura represión del general Ramón María Narváez hicieron que, un Monturiol, activista entusiasta y apasionado, tuviera que exiliarse en Perpiñán. Acogido a una amnistía volvió a Barcelona al año siguiente, fundando el periódico El padre de familia, que tuvo que cerrar ante las continuas multas y censuras. En 1850, es cuando comienza a trabajar en sus primeros inventos mecánicos, pero su actividad política le obliga a esconderse en Cadaqués (Girona), durante los años 1855-57.
Estando en la villa ampurdanesa, Monturiol se fijó en la dificultad que tenían los pescadores de coral para realizar su oficio y comenzó los trabajos para construir una nave submarina. En 1858, publicó sus estudios en el opúsculo El Ictíneo o barco pez. Al año siguiente, con el equivalente 100 mil pesetas que recaudó entre sus amigos (la peseta se aprobaría como moneda de curso legal en España 10 años después, en 1868), construyó el Ictíneo y lo probó en las aguas del puerto de Barcelona. Esta primera nave experimental tenía unas hélices accionadas a mano por 12 tripulantes, y realizó más de 50 inmersiones en aguas de Barcelona y Alicante. El entusiasmo popular y el favor de la prensa obligaron al gobierno de la reina Isabel II a prometer ayudas oficiales para el invento, aunque estas ayudas no llegaron nunca a pesar de que el Ictíneo contaba con los parabienes de gentes tan influyentes como el catedrático de anatomía, filósofo y escritor José de Letamendi – que fue maestro de Pío Baroja – o el general y senador Domingo Dulce. En los años de 1860-61, se sucedieron pruebas con presencia de autoridades políticas y militares, precisamente Leopoldo O’Donnell, presidente del Consejo de Ministros, fue el que vio las posibilidades bélicas del invento.
Monturiol dedicó una memoria a los Ictíneos de guerra, aunque su motivación y esfuerzos iban dirigidos a conseguir una nave submarina civil que facilitara el trabajo y rescate de los marineros, así como la investigación y exploración submarina. No sólo la industria armamentista parecía tímidamente interesada en desarrollar un navío submarino, si no que hasta principios del siglo XX, fue considerado una forma indigna de combatir. Las ayudas oficiales no llegaron y los diputados catalanes se dirigieron al gobierno sin resultado, el propio inventor publicaría una súplica dramática y un tanto ingenua en la prensa de la época. Se formaron juntas técnicas en las cuatro provincias catalanas y se abrió una suscripción popular. En 1864 se fundó la empresa “La Navegación Submarina”, con los socios Monturiol, Font, Altadill y Compañía y comenzó la construcción del ictíneo II. Éste fue el primer submarino con motor de combustión propulsado por vapor y peróxido. En superficie navegaba a vapor y sumergido el motor utilizaba un preparado químico de clorato potásico, zinc y peróxido de manganeso. Lo novedoso del sistema era que el oxígeno liberado por la reacción de la hélice, convenientemente tratado, era utilizado para que pudiera respirar la tripulación y para alimentar, además, un motor auxiliar. Hasta 1867 se estuvieron realizando pruebas donde el Ictíneo II bajó a 50 metros de profundidad permaneciendo 5 horas sumergido, incluso se hicieron pruebas de tiro con un cañón giratorio inventado por el propio Monturiol.
Submarinos españoles: olvido y pobreza
Pese al éxito de las pruebas, ni la Armada Española ni el gobierno se interesaron por el invento. Las nulas dotes financieras del inventor y las presiones de algunas cancillerías extranjeras, que no veían con buenos ojos que España se adelantara en el desarrollo de un arma submarina, terminaron por arrinconar el invento. Monturiol escribiría: “Dejo por herencia en este mundo el Ictíneo, Ictíneo completo y exclusivamente mío, sobre todo en sus dos partes esenciales: la que se refiere a la producción indefinida de oxígeno y la de estar animado de un motor submarino; Ictíneo apto para las aplicaciones industriales. Mis fuerzas no llegaron a más, y a pesar de que he aspirado a trabajos de mayor transcendencia, el sentimiento de mis deberes quedaron satisfechos”.
Pese a los reveses y las penurias económicas, el carácter idealista y emprendedor de Monturiol no tenía límites y siguió escribiendo memorias –hasta nueve- sobre el submarino y trabajando en inventos como un tranvía funicular o un velógrafo. Proclamada la Primera República en 1873, fue elegido diputado a Cortes teniendo sus amigos que recabar fondos para costear su viaje y estancia en Madrid. Ese año fue nombrado director de la Fábrica Nacional del Sello e inventó un sistema para mejorar la fabricación del papel engomado. Al caer la república en 1874 perdió el cargo y volvió a Barcelona. Siguió publicando periódicos progresistas y trabajando sobre un proyecto para traer a la ciudad las aguas del río Ter, y en un procedimiento para conservar la carne. (2)
El 6 de septiembre de 1885, murió rodeado de sus familiares, pobre e ignorado. Su último aliento lo pasó corrigiendo y buscando, infructuosamente, un editor para su última memoria: Ensayo sobre el arte de navegar por debajo del agua. Se publicó póstumamente en 1891. Los ictíneos fueron embargados y vendidos como chatarra. Fue enterrado en el cementerio de Poblenou de Barcelona en un humilde nicho al que, muchos años más tarde, se le añadiría una lápida con las proezas del inventor: “Aquí yace don Narciso Monturiol, inventor del Ictíneo, primer buque submarino, que navegó por el fondo del mar en aguas de Barcelona y Alicante en 1859, 1860, 1861 y 1862”. No fue hasta el año de 1972, que sus restos fueron trasladados a su ciudad natal y las estatuas y honores llegaron, como siempre, tarde.
El submarino Peral
“El invento de la navegación submarina está resuelto por Peral”.De esta forma tan tajante se expresaba el Capitán General del departamento de Cádiz, el vicealmirante Florencio Montojo y Trujillo, en un telegrama enviado al ministro de Marina, el también vicealmirante Rafael Rodríguez Arias, tras asistir a las pruebas del submarino Peral que se realizaron en la bahía de Cádiz en 1888, cosa curiosa porque Montojo fue uno de los que se opusieron al invento de Isaac Peral, pero antes de este hecho tenemos que remontarnos al incidente de las islas Carolinas (Micronesia).
El 25 de agosto de 1885, el cañonero alemán “Iltis” llegó a las islas Carolinas, de soberanía española, estableciendo un puesto en la isla Yak donde izaron el pabellón alemán reclamando la plaza para el káiser Guillermo I. La mediación del Papa León XIII terminó con la disputa a favor de España, curiosamente en 1899 venderíamos esas islas a los propios alemanes por 25 millones de pesetas. El conflicto internacional levantó una oleada de patriotismo y masas de manifestantes pidieron declarar la guerra a Alemania, pero la realidad es que ni el ejército ni la marina española estaban en situación, ni moral ni material, de acometer conflictos bélicos. Consciente de esta debilidad, el teniente de navío Isaac Peral y Caballero (Cartagena 1852-Berlín 1895) vio la oportunidad de enviar su propuesta de submarino en la que, siguiendo las investigaciones de Monturiol, llevaba trabajando unos años. El entonces ministro de Marina, el vicealmirante Manuel de la Pezuela y Lobo, mandó llamar a Peral para que fuera a Madrid a presentar el proyecto, cosa que hizo en septiembre de 1885. La salida del gobierno ese mismo año de Pezuela dio carpetazo al proyecto y Peral volvió a dar clases en la escuela naval. El inventor tuvo que financiar sus investigaciones con el sueldo de 2.000 pesetas que percibía y que, a duras penas, le alcanzaba para alimentar a su esposa y sus cinco hijos.
No será hasta 1886, cuando volvió a ser llamado a Madrid, que sus investigaciones recibirían el apoyo oficial. Los cambios propuestos por una junta técnica desagradaban a Peral, pero no tuvo más remedio que aceptarlos para poder recibir los fondos públicos que le ayudaron a seguir con su invento. En abril de 1887, la reina María Cristina firmó el decreto de construcción del submarino. La dotación económica fue de 600.000 pesetas. La propia reina se entrevistó en dos ocasiones con Peral y le demostró un gran entusiasmo para con su invento, cosa que no sirvió de mucho, como veremos más adelante. En octubre de 1887, se comenzó la construcción del submarino en el Arsenal de la Carraca (Cádiz). El 8 de septiembre de 1888 tuvo lugar la botadura de la nave realizándose diversas pruebas durante un año. Los ensayos de navegación y misiones de ataque simulado fueron un éxito, aunque se detectaron algunos fallos en la propulsión eléctrica. El proyecto inicial sufrió numerosas variaciones y las pruebas fueron seguidas con mucha expectación pública. En la prensa se enfrentaron dialécticamente defensores y detractores del invento, incluso se realizaron sabotajes que fueron descubiertos por los ayudantes de Peral. En 1890, casi estaban cumplidos los objetivos previstos en los experimentos, pero en la cúpula dirigente de la Armada ya se maniobraba para abandonar el proyecto. El 7 de junio de ese año de 1890 se disparó desde el submarino Peral el primer torpedo, en inmersión, de la historia.
El Peral funcionaba con propulsión eléctrica que le proporcionaban dos motores de 30 CV cada uno y que movían dos hélices gemelas. La refrigeración de los motores se hacía con aire comprimido, y alcanzaba los 8 nudos en superficie bajando a una cota máxima de 30 metros de profundidad. La autonomía era de 200 millas a 3 nudos con un solo motor, y 132 millas a 6 nudos con los dos motores. Estaba artillado con un torpedo en proa y tres torpedos Schawarzkopk en popa. La dotación era de 12 tripulantes. El periscopio, el giroscopio eléctrico y otros avances técnicos, hacían del submarino Peral un compendio de inventos.
Famoso como un torero
La popularidad de Isaac Peral fue tan grande que era esperado a las entradas de los hoteles para vitorearlo como se hacía con las figuras del toreo de la época, pero a la par que crecía su popularidad, la visceralidad de sus enemigos se hacía patente entre sus propios compañeros de la Armada y la prensa conservadora. Las críticas públicas se sustentaban en las supuestas carencias técnicas del militar al no ser un ingeniero naval, pero en las salas de Banderas y algunos despachos se acusaba a Peral de ser republicano y masón. Para tener una idea de las intrigas políticas a las que se tuvo que enfrentar el inventor, valga el ejemplo siguiente y que fue determinante en los acontecimientos posteriores: Los amigos de Peral, en vista de su popularidad, lo convencieron para que se presentara como candidato a Cortes por el distrito del Puerto de Santa María. Claro que su competidor directo era el hijo del ministro de Marina. El citado ministro, del gobierno conservador de Cánovas, era José María Beránger. Éste convocó en Madrid a Peral y, en un claro acto de nepotismo, le conminó a que desistiera de presentarse a las elecciones. Curiosamente, la nueva junta técnica que se convocó para valorar el proyecto declaró que el submarino experimental no servía para nada y, de acometer una nueva construcción del mismo, esto se haría sin el concurso del sabio cartagenero. La junta, cómo no, estaba presidida por el ministro Beránger.
Final del invento y del inventor
El 11 de noviembre de 1890, se promulgó un decreto que dio fin a los proyectos de navegación submarina. Enfermo y cansado de intrigas y envidias, Peral destruyó sus planos solicitando posteriormente la baja en la Armada, que se hizo efectiva el 5 de enero de 1891. A pesar de todo fundó una empresa llegando a patentar varios inventos como un acumulador eléctrico y una ametralladora también eléctrica. En 1895, viajó a Berlín para ser operado de un tumor cerebral muriendo en el posoperatorio el 22 o el 24 de mayo. Trasladados los restos, con gran solemnidad a España, fueron depositados en el panteón familiar del cementerio de la Almudena (Madrid). Posteriormente fueron exhumados los restos y enterrados en su ciudad natal, en el cementerio de los Remedios de Cartagena (Murcia), donde descansan hoy. Incomprensiblemente, Isaac Peral no fue enterrado ni en el Panteón Nacional de Hombres Ilustres de Atocha (Madrid), ni en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando (Cádiz). Una vez más, la injusticia y el olvido son el colofón a una vida dedicada al progreso técnico y científico de este país.
Al final de la Primera Guerra Mundial, el comandante del crucero corsario alemán “Emden”, Karl von Müller, leyó un texto ante la tumba de Peral en Cartagena: “Llegado ayer a este hermoso puerto, quiero que mi primer salto a tierra sea para visitar la tumba de mi gran maestro y admirado inventor de la navegación submarina, don Isaac Peral que dotó a su país de arma tan poderosa”.
Otros sumergibles españoles
Cosme García Sáenz (1818-1874). Ingeniero e inventor nacido en Logroño (La Rioja). García se encontraba en Barcelona donde se había trasladado para comercializar una máquina matasellos de su invención, cuando tuvo noticia por la prensa de los experimentos con campanas de buceo y las pruebas del sumergible “Diablo Marino”, que Bauer realizaba en Rusia. Todo esto, como verán por las fechas, era contemporáneo a los experimentos de Monturiol, claro que el Ictíneo fue algo más que una campana de buceo. El riojano decidió emplear los 45.000 duros que le dieron por su máquina matasellos en la construcción de un bote submarino llamado “Garcibuzo”. En 1858 y reinado Isabel II, el artilugio, propulsado por un motor de resorte y un peso sumergido, se probó en el puerto de Barcelona con éxito. Luego realizó otro prototipo más grande construido en la Compañía Terrestre y Marítima pero cuya patente se hizo en París, en el año 1859. Probado en aguas de Barcelona, el prototipo se embarcó en un buque y llevado a aguas del puerto de Alicante, donde se presentó ante las autoridades civiles y militares en 1860. Después de varias gestiones ante el gobierno, que incluyó una visita a la reina Isabel II, le dijeron que no podían financiar el invento. Los gastos producidos durante la guerra de África habían dejado las arcas públicas bajo mínimos. Años más tarde y arruinado, el inventor y su hijo quemaron los planos y hundieron el prototipo en las aguas de Alicante. Las autoridades portuarias les habían comunicado que su “cachivache”, atracado en el puerto, entorpecía el tráfico marítimo.
Antonio Sanjurjo Badía (1837-1922). Éste coruñés, fundador de los talleres “La Industriosa” de Vigo y amigo personal de Julio Verne -según fuentes familiares, pero no confirmado documentalmente- durante años estuvo trabajando en el proyecto de una especie de campana sumergible que fue llamada la “Boya lanzatorpedos Sanjurjo-Badía”. El artilugio submarino, que aún se conserva en la empresa familiar, fue probado con éxito en la Ría de Vigo el verano de 1898, con la presencia de las autoridades civiles y militares, como recogió el Faro de Vigo en una crónica periodística. Esta especie de batiscafo se sumergió durante una hora y media y navegó a 2 nudos. El temor de que la flota yanqui hiciese alguna incursión de castigo en las costas españolas durante la Guerra Hispano-Estadounidense motivada por el conflicto de la independencia de Cuba (1895-1898), aceleró las pruebas que estuvieron rodeadas por un gran ambiente de exaltación patriótica. Gracias a que en diciembre de ese mismo año se firmó la paz en el Tratado de París, y la flota de Estados Unidos no apareció por la Ría de Vigo se evitó una desgracia porque, según los expertos, la propagación de la onda expansiva de la mina en el agua hubiera destruido el artefacto con la tripulación dentro.
Adrián Álvarez Ruíz (1884-1950). Éste obrero de Palencia emigró a Madrid allá por el año 1932, donde fue capataz de la empresa ferroviaria “MZA”, antecedente de la actual RENFE. Gran lector de Julio Verne dedicaba su tiempo libre a sus inventos, tales como un dispositivo para la regeneración del aire de las naves siniestradas, lo que alargaba la vida de los submarinistas accidentados mientras esperaban el rescate. Varias potencias extranjeras pujaron por la patente, entre ellas la Alemania nazi, pero el inventor rechazó estas propuestas porque quería que su invento se quedara en España. Álvarez dotó del dispositivo a su “Tanque submarino”, que se probó ante 15.000 personas en el lago de la Casa de Campo de Madrid, en 1932. A primeros del año siguiente hizo lo propio en un estanque artificial construido en la plaza de toros de Las Arenas de Barcelona. Como ocurrió con muchos de estos pioneros a la hora de vender sus patentes, las instituciones españolas se pasaron la pelota de una a otra y Álvarez, finalmente, patentó su invento en Inglaterra en 1947. Claro que su dispositivo ya había sido superado por los desarrollados durante la contienda europea, como el schnorkel de los alemanes.
NOTAS:
- La primera víctima internacional fue el carpintero John Day, que murió aplastado por la presión en el sumergible “María” que construyó en Plymouth (Inglaterra), el 20 de junio de 1774.
- La fórmula, que funcionaba, fue robada por un colaborador y patentada en Londres cuando Monturiol ya había fallecido. El ladrón y sus descendientes se hicieron multimillonarios.
Periodista, fotógrafo, escritor e investigador.