Nevenka Fernández nos enseñó qué era el acoso sexual; la chica de la violación múltiple de Pamplona nos enseñó qué era el consentimiento; Rocío Carrasco nos enseñó qué era la violencia vicaria y, ahora, las mujeres víctimas de Íñigo Errejón nos están enseñando qué es la violencia psicológica. Tomemos nota porque esperamos que todas las denuncias vertidas en las redes no se queden en nada. Y, sobre todo, que tomen nota los poderes político, judicial y policial porque las mujeres ya lo tenemos muy claro.
Esto no va de derechas ni de izquierdas. Va de machismo, va de poder, va de violencia, de violencia psicológica. Como muy bien explicaba la periodista Cristina Fallarás, quien destapó el caso en su cuenta de Instagram, en una entrevista a Efeminista: “El machismo está donde hay hombres, y que yo sepa no hay ningún partido que esté sólo formado por mujeres. Es evidente que el machismo está en la derecha, en la extrema derecha y en la izquierda radical. Por todas partes.”
Hemos podido leer estos días distintos testigos de mujeres que definen claramente la violencia psicológica que sufrieron por parte de Íñigo Errejón y ponen nombre. Una violencia cotidiana, perversa, invisible a los ojos externos, pero altamente dañina para quien la recibe. Marie-France Hirigoyen, psiquiatra especializada en la terapia de acoso psicológico, la define muy bien en su libro El acoso moral. El maltrato psicológico en la vida cotidiana cuando dice que “se trata de una violencia probada, aunque se mantenga oculta, que tiende a atacar la identidad de la otra y privarla de toda individualidad. Estamos ante un proceso real de destrucción moral que puede conducir a la enfermedad mental o al suicidio”.
Hirigoyen define a los maltratadores como agresores y como perversos porque ser perverso “remite claramente a la noción de abuso, que está presente en todos los perversos. Las cosas comienzan con un abuso de poder, continúan con un abuso narcisista, en el sentido de que la otra pierde toda su autoestima, y a veces pueden acabar con un abuso sexual.” Un abuso sexual por el que sí ha sido denunciado el agresor, pero aquí nos centraremos en la violencia psicológica que ejercía sobre las mujeres.
¿Os resuenan las palabras de Hirigoyen? Los testigos recogidos por Cristina Fallarás hablan exactamente de eso: “Ser extremadamente simpático inicialmente para engancharte, cuando ve que ha conseguido algo, comienzan las descaraduras y el gaslighting (siempre eres tú, que no entiendes al diputado)”, relata una de las víctimas. Todas las testigos explican cómo este agresor llevaba a cabo actos perversos para “atraparlas” cuando en realidad eran falta de respeto, manipulación y ejercicio de dominación y sometimiento. Y todo ello acompañado de la aureola de personaje público y con poder que las confundía y anulaba. Es lo que hacen los agresores que ejercen violencia psicológica. Las agresiones son sutiles, no dejan rastro físico y nunca tienen testigos. Ellos se presentan como hombres amorosos, atentos y educados en público, mientras que en privado ejercen su dominio y manipulación. En otro momento de los testigos se relata cómo “por la tarde te muestra cariño e incluso te hace proposiciones de relación y, al cabo de dos horas, te echa de casa.”
Es una relación viciosa donde el agresor se muestra agradable para conseguir lo que quiere y cuando ya lo tiene y no le sirve o sencillamente sin razón lógica alguna, pasa a insultar y menospreciar a la otra, a faltarle al respecto. Esto confunde a las víctimas y va minando su autoestima mientras se va incrementando la dependencia del manipulador.
“Si haces algo que no le gusta, te castiga con silencio e indiferencia, porque va aprendiendo a respetar a Dios, que es lo que se cree que es”; o “tenía que contestar siempre al momento, porque si no se enfadaba muchísimo, tenía que hacer lo que él le pidiera, la foto o vídeo que él deseara, sin importar dónde estuviera yo” dicen unas de las testigos de los abusos y agresiones de Errejón.
Era un comportamiento de manual, de manual, del perverso narcisista: “Un individuo narcisista impone su dominio para retener a la otra, pero también teme que la otra se le aproxime demasiado y le invada. Pretende, por tanto, mantener a la otra en una relación de dependencia, o incluso de propiedad, para demostrarse a sí mismo su omnipotencia”.
Otras mujeres dicen: “No podía molestarle, no podía preguntarle por su vida, y sería él quien me contactara a mí”. El comportamiento del exdiputado también encaja con el de un narcisista agresor que pretende paralizar a la pareja colocándola en una posición de confusión y de incertidumbre. Mantiene a su pareja a distancia, dentro de unos límites que no le parecen peligrosos. No quiere que su pareja le invada, pero la hace sufrir lo que él mismo no quiere sufrir, ahogándola y manteniéndola a su disposición.
Salir del círculo de la violencia
Salir de ese círculo de violencia es difícil, muy difícil porque él ya ha minado su autoestima, su seguridad, sus creencias… Ella es la culpable. No es fácil identificar esta violencia, ninguna lo es cuando estás dentro del círculo y normalizas una relación que es tóxica, pero quizás ésta es de las más difíciles. No existen pruebas tangibles, no hay testigos. ¿Cómo lo denuncias? ¿Te creerá la policía? ¿Te creerá el juzgado? ¿Te creerá tu entorno? ¿Te tratarán de loca? ¿De oportunista? ¿Te culparán?
¿Ante esta situación podemos pedir a las víctimas que denuncien? Insistimos. No es cuestión de una denuncia legal. Esto no va de denuncias policiales ni judiciales. Animar a las mujeres a que denuncien no es la solución, eso hace ya mucho tiempo que las feministas lo sabemos y nuestras representantes en el Gobierno español deberían saberlo. Recordemos que, de acuerdo con la resolución de 2 de diciembre de 2021, de la Secretaría de Estado de Igualdad y contra la Violencia de Género, se determina que la acreditación de las situaciones de violencia de género objeto de este acuerdo podrá ser solicitada por “víctimas que se encuentren en proceso de toma de decisión de denunciar”.
Es más, la misma resolución explicita que “se avanza y mejora en el acceso de las víctimas de violencia de género a los derechos y prestaciones reconocidos en la normativa estatal al facilitarles el acceso a éstos sin supeditarlo a la interposición de una denuncia, dando cumplimiento así a los requerimientos, tanto del Convenio del Consejo de Europa sobre prevención y lucha contra la violencia contra la mujer y la violencia doméstica como del Pacto de Estado contra la violencia de género.” El problema no es la infradenuncia, el problema son los agresores que viven con impunidad en el marco de una sociedad cómplice que alimenta la cultura de la violación.
Las mujeres que han hecho público su testimonio, anónimo o no (no importa eso) nos han enseñado y demostrado que la sororidad entre mujeres funciona. Que el eslogan de “juntas somos más fuertes” no es sólo marketing, es una realidad. Y eso deberíamos grabarlo a fuego todas las mujeres. No estamos solas y juntas podemos contra las violencias. Juntas hemos destapado a un agresor y todo apunta a que no será el único ni el último gracias a todas las mujeres que han perdido el miedo y la vergüenza. Quizás la vergüenza aún no ha cambiado de bando, pero estamos en camino de conseguirlo.
*Fuente original: https://catalunyaplural.cat/es/inigo-errejon-o-la-opacidad-de-la-violencia-psicologica/