Joaquín Rodríguez es doctor en Historia y Antropología. Compagina su actividad editorial y educativa con la investigación y la escritura. Es autor de La furia de la lectura. Por qué seguir leyendo en el siglo XXI y de Primitivos de una nueva era. Cómo nos hemos convertido en Homo digitalis. También es autor de El Potlatch digital. Wikipedia y el triunfo del procomún y el conocimiento compartido y de ¡Todos sabios! Ciencia ciudadana y conocimiento expandido.
Ha reflexionado a lo largo de los últimos años sobre las transformaciones derivadas de la revolución digital en ámbitos como los de la lectura, la creación literaria, la edición, la educación, la gestión del conocimiento científico o la ciencia ciudadana.
¿Cree que la lectura está todavía en condiciones de cumplir con su promesa de humanización y racionalización?
Esa es la pregunta a la que trata precisamente de responder este libro, con más o menos éxito o acierto. En contra de la opinión general, la lectura no nos hace automáticamente ni más inteligentes, ni más humanos, ni más compasivos. Todos los regímenes autocráticos se han mostrado unánimemente de acuerdo en que el poder de los libros y de la lectura son como una “bomba atómica espiritual” —tal como reclamaba Mao TseTung respecto al Libro rojo— cuyo efecto expansivo y disuasorio hay que utilizar y controlar. Todos los autócratas de la historia y del mundo han intentado hacer prevalecer un solo libro y una sola lectura legítima de ese mismo libro, de manera que encontramos episodios tan apasionantes como el de la lucha fratricida por minucias filológicas o semánticas entre supuestos hermanos de fé, como la que mantuvieron durante décadas Bartolomé de Carranza y Fernando de Valdés en el siglo XVI por la interpretación lícita de la Biblia, algo que implicó a un Rey y dos Papás, ni más ni menos.
La lectura es flexible, intrínsecamente maleable, se presta a lo mejor y a lo peor, y la cantidad de ejemplos históricos que apuntan hacia un uso perverso se agolpan en las estanterías. Hay pensadores, como Peter Sloterdijk, que sostienen que esto bastaría para descalificar a la lectura como una antropotecnia válida para abundar en nuestro proceso de humanización y abogan por la manipulación de otro alfabeto, el genético, para perfeccionarnos, sea eso lo que sea.
La lectura es flexible, intrínsecamente maleable, se presta a lo mejor y a lo peor, y la cantidad de ejemplos históricos que apuntan hacia un uso perverso se agolpan en las estanterías
¿Cómo puede la lectura cultivar el pensamiento crítico?
Existen otros muchos ejemplos históricos en los que la lectura se ha convertido o ha encarnado un principio de esperanza, el de la utopía cívica de una sociedad que pretende hacer crecer y germinar el juicio autónomo de cada cual, el de cultivar un pensamiento verdaderamente crítico que no se deje pensar por consignas, eslóganes o lugares comunes, el de no dejarse hablar por los lugares comunes que secuestran nuestra autonomía y nuestra racionalidad.
La UNESCO concedió en el año 1981 al recién estrenado gobierno sandinista su más alta medalla por la gesta educativa de la cruzada por la alfabetización, un movimiento que consiguió en unos pocos meses pasar de un 52% de analfabetos a un 12%. En nuestra relegada memoria histórica hay pequeños gigantes como Ángel Llorca y Justa Freire que edificaron un movimiento pedagógico que pretendía conferir autonomía y capacidad de discernimiento mediante la práctica sistemática de la lectoescritura, anticipándose décadas a lo que los pedagogos de la liberación plantearían después. En el 11M del año 2011 y en otros movimientos paralelos, como el de Ocuppy Wall Street, las bibliotecas, físicas y digitales, se convirtieron en el fundamento reflexivo de una posible alternativa política, de un nuevo modelo de organización social.
En fin: si hay que hacer balance, yo apelaría, en última instancia, a la herencia que nos dejó Gianni Rodari para quien la utopía no era un lugar imaginario o una figuración evanescente, sino uno más de los sentidos constitutivos del ser humano, y el papel de los cuentos, la lectura y la escritura era mantenerla viva mediante el escrutinio de las posibilidades infinitas que nos ofrece la realidad.
¿Cree que es posible la utopía cívica que plantea?
Las utopías son por definición inalcanzables porque se retiran como el horizonte cuando nos acercamos, pero nos marcan el sentido y dirección de las acciones que deberíamos emprender si pretendemos alcanzarlo.
¿Y una lectocracia?
La idea de una lectocracia es la del empeño serio y explícito, mediante políticas culturales y educativas promotoras de la lectoescritura, por alentar una actitud de compromiso cívico crítico, capaz de poner en evidencia nuestras interdependencias y alentar nuestra empatía, capaz de ayudarnos a entender la multiplicidad de los puntos de vista que construyen la realidad, con la firme ambición de instruir a seres capaces de levar anclas y hacerse a la vela por sí mismos mediante el uso consecuente de las palabras, tal como reclama la etimología de lo que entendemos por lectura. Si la lectura se presta a una cosa y su contraria y si pretendemos que aliente el lado positivo de las cosas, es preciso que insistamos en las posibilidades sanadoras y redentoras de la lectura, en la fortaleza derivada de la lectura solidaria, en las potencialidades emancipadoras de la lectura, en su virtualidad liberadora, en su capacidad para hacernos imaginar mundos posibles a condición, eso sí, de que no nos conformemos con el bello trino de la prosa encerrada en una jaula dorada.
Todos los adolescentes son wriders, personas que compaginan la lectura y la escritura, la recepción y la producción, de manera natural y automática
¿Por qué los adolescentes dejan de leer?
Existen dos razones fundamentales: la primera tiene que ver con el capital cultural y educativo heredado. Cuando un joven nace en el seno de una familia con un capital mermado, tenderá a interiorizar muy tempranamente un conjunto de limitaciones que se traducirán en expectativas culturales y educativas muy limitadas que abocarán regularmente al fracaso y al abandono escolar y al rechazo de cualquier práctica cultural que tenga que ver con ese universo. Se tiende a ser solidario con el universo de prácticas, expectativas y creencias en el que se nace y la escuela no ejerce el equilibrio compensador que debería demandarle cualquier sociedad que se piense solidaria y equitativa.
Las nuevas tecnologías también influyen.
Efectivamente. Este es la segunda razón por la que los adolescentes han dejado de leer. Nuestros hijos son realmente nativos digitales por el mero hecho de haber nacido después de la invención de los dispositivos y redes digitales, de manera que ven, perciben y piensan el mundo y sus relaciones a través de ellos, lo que no significa ni entraña automáticamente que sean conscientes de las múltiples y no siempre positivas consecuencias de sus usos. Todos son por definición, sin embargo, wreaders, personas que compaginan la lectura y la escritura, la recepción y la producción, de manera natural y automática. Ninguno de ellos entendería que les obligáramos a seleccionar uno sólo de esos términos. Para ellos el libro, sobre todo como forma discursiva, no tanto como objeto, está desfasado, o al menos anticuado, de manera que consumen y construyen argumentos y contenidos de manera multimodal, utilizando una combinación de lenguajes y objetos ajenos a la cultura escrita tradicional.
Si sumamos ambos razonamientos, nos dará como resultado que los adolescentes tenderán a relegar, rechazar o ignorar la lectura a no ser que intervengamos de algún otro modo.
La escuela debe renunciar a la imposición inmediata de cánones literarios que exponen a los alumnos a obras para las que no están preparados ni están interesados
¿Qué debemos hacer para recuperar la práctica de la lectura?
Si estuviéramos de acuerdo con las afirmaciones previas, en primer lugar, la escuela debe ser inclusiva y radicalmente equitativa, de manera que compense las diferencias de origen social y cultura que lastran de por vida a muchos de sus alumnos y los convierten en no lectores. Cambiar los hábitos y prácticas culturales requiere tiempo, atención y dedicación.
La escuela debe renunciar, correlativamente, a la imposición inmediata de cánones literarios que exponen a los alumnos a obras para las que no están preparados ni están interesados. Escalar la Montaña mágica exige haber trepado por un par de paredes más sencillas previamente. Es imprescindible acercarse a sus zonas de desarrollo cercano, escuchar, ponerse en su lugar, e implicarles en la selección de temas, obras y autores. Gloria Fuertes decía que los niños lean poco no es culpa de los niños, es culpa de los escritores “pesaos”, y yo añadiría de los profesores pesaos e imbuidos de falsa cultura.
¿Cómo conseguimos despertar su interés?
Si vivimos en un mundo multimodal y nuestros hijos manejan esos lenguajes para comunicarse y expresarse, será también preciso que les permitamos utilizarlos para apropiarse de las obras que queramos que lean para rehacerlas, reinterpretarlas, generando obras derivadas que contengan sus intereses y preocupaciones. El camino que nos lleve al Ulises debe estar, como el del propio héroe, lleno de sendas alternativas y meandros que acaben en Ítaca. La lectura puede ser uno de los placeres más inigualables del que podamos disfrutar, pero no se alcanza por imposición.
¿De qué manera ha afectado la revolución digital en la lectura y la creación literaria?
Leer, como práctica discursiva que toma un libro y se sumerge en el desarrollo de un argumento complejo, centrando la atención en su despliegue, sigue estando vigente, plenamente vigente, pero la digitalización hace que el formato del libro se desvanezca y que los textos se fragmenten y se hilvanen siguiendo intereses que no son los del autor original.
Por otro lado, los jóvenes, en las prácticas sobre todo de la fan fiction, toman obras originales como punto de partida para generar obras derivadas mediante el uso de lenguajes multimodales.
¿Qué opina de los generadores de textos con inteligencia artificial?
La inteligencia artificial juega ya, mediante la recombinación creativa de múltiples fragmentos, a generar textos originales, que pueden reproducir el tono, el estilo o la manera de una escuela, corriente o autor determinado.
Todo parece saltar por los aires, todo lo que constituía el fundamento de un campo literario bien asentado desde el siglo XIX, pero, aun con todo, la lectura sigue alumbrando ese lugar en el que, como decía Rousseau, pretendemos no ser juguete de la opinión de los demás y reclamar para nosotros la posesión plena de nosotros mismos.