La ciudad de los 15 minutos es un plan de la Agenda 2030 para encerrarnos en nuestras ciudades. El sello de la rana de la certificación Rainforest Alliance significa que el producto que lo lleva contiene toda clase de insectos, uno de los objetivos que contiene la Agenda 2030. El objetivo de la ONU es prohibir por ley en 2030 comer carne y lácteos y establecer cuántas calorías consumir. Los tres son ejemplos reales de una narrativa desinformadora cada vez más habitual: la Agenda 2030 y los objetivos de desarrollo sostenible son un plan para controlar a la población mundial.

Bajo este paraguas, caben desde hace tiempo todo tipo de bulos y teorías conspirativas, desde que las vacunas están equipadas con microchips para manejar la voluntad de la humanidad hasta que el derribo de presas y el uso de tecnologías climáticas avanzadas persiguen inducir la sequía. En este artículo no vamos a verificar una a una estas afirmaciones (eso lo hacen muy bien las compañeras de Maldita), pero sí a hablar de la Agenda 2030. Porque esta estrategia, aprobada por los miembros de la ONU en 2015 con 17 objetivos, entre los que están erradicar la pobreza, garantizar el acceso a la educación a nivel global o frenar el cambio climático, también tiene sus puntos oscuros.
Los problemas de la Agenda 2030

Los 17 objetivos de desarrollo sostenible (ODS) de la Agenda 2030 son ambiciosos. Acabar con el hambre y la pobreza, lograr la igualdad de género en todo el mundo, conseguir que la humanidad tenga acceso a agua potable y a energía asequible y limpia, construir instituciones justas o mitigar el freno al cambio climático antes del final de esta década podía parecer algo alcanzable en 2015. Pero hoy, cuando queda poco más de un lustro para llegar al año límite de 2030, la tarea se antoja casi imposible. La propia ONU reconoce en su último informe sobre la Agenda 2030, The Sustainable Development Goals Report 2024, que el progreso ha sido escaso.

Pongamos el ejemplo del Objetivo de Desarrollo Sostenible 13, centrado en la acción climática. Desde 2015, las emisiones de gases de efecto invernadero han aumentado cada año (a excepción de 2020, por los confinamientos durante el inicio de la pandemia). De acuerdo con el informe, los países de todo el mundo tienen planes para producir un 110% más de combustibles fósiles de lo que sería necesario si queremos contener el calentamiento global en 1,5 °C sobre la temperatura media preindustrial. Además, la financiación de las acciones de mitigación del cambio climático y de adaptación en los países en vías de desarrollo ha aumentado ligeramente, pero está muy lejos de lo necesario. Y mientras la temperatura global sigue subiendo, los subsidios públicos a las grandes causantes de esta crisis, las compañías de combustibles fósiles, siguen al alza.

La imagen es similar en cada uno de los 17 ODS. Aunque en algunas metas concretas sí ha habido avances sustanciales, en la mayoría el progreso ha sido escaso. A esta conclusión no solo llegan los análisis de la ONU, sino que es algo que corroboran también estudios independientes. El más extenso hasta la fecha, publicado en Nature en 2022 tras revisar más de 3000 papers que analizaban aspectos concretos de los ODS, concluyó que el progreso en todos los objetivos había sido escaso o nulo hasta esa fecha y que el único impacto significativo se había registrado a nivel de discurso político y empresarial.

¿Son los ODS un paraguas para el greenwashing?

“Nuestras conclusiones son claras: los ODS no han impulsado la transformación de las instituciones ni de las políticas hacia un modelo más sostenible. Solo han servido como una herramienta de comunicación, han facilitado el uso de un lenguaje y un discurso sobre sostenibilidad que ha sido adoptado por muchas instituciones, empresas y organizaciones, pero es un discurso que casi siempre se usa para legitimar las políticas y las estrategias que ya existían”, explica Carole-Anne Senit, profesora de Inclusive Sustainability Governance en la Universidad de Utrecht (Países Bajos) y una de las autoras principales del artículo publicado en 2022.

En muchos sentidos, la Agenda 2030 se ha convertido en una herramienta de greenwashing y socialwashing, es decir, en una forma de vender como ambiental y socialmente sostenibles acciones que no lo son. “De hecho, en nuestro libro [publicado también en 2022 por Cambridge University Press], lo bautizamos como rainbow washing, en relación a los colores de los ODS y los colores del arcoíris”, añade Senit. “La Agenda 2030 se ha convertido en una herramienta poderosa de legitimación, porque al final es un documento muy importante acordado de forma global por todos los países de las Naciones Unidas”.

Para la investigadora, es injusto decir que nada ha cambiado, porque sí hay países que han avanzado en algunos objetivos y se han tomado la agenda más en serio, aunque el progreso sea muy lento. Los motivos de los escasos resultados, sostiene Senit, son variados y no solo tienen que ver con la falta de fondos y de voluntad política. “Una de las causas es que existen contradicciones específicas entre los objetivos, es decir, que algunas acciones para avanzar en algunas metas pueden hacerte retroceder en otras. Además, el desarrollo sostenible es conflictivo a nivel político, hay decisiones que son muy difíciles de tomar porque necesariamente va a haber gente que gane y gente que pierda con ellas”, añade.

¿Es posible todavía hacer funcionar la Agenda 2030?

Estamos muy lejos de las metas de la Agenda 2030. Incluso aunque ahora se le diese un impulso a los ODS (algo poco probable teniendo en cuenta el contexto político internacional), alcanzar los objetivos para finales de la década es prácticamente imposible. Eso no quiere decir que la estrategia no pueda funcionar todavía, sobre todo, si se le da más tiempo. “Lo que deberíamos hacer sería ampliar el tiempo de implementación. Creo que no tiene sentido enfrascarse en una negociación para fijar una nueva agenda con nuevos objetivos, sobre todo, porque nos arriesgamos a que el resultado sea menos ambicioso que lo que tenemos ahora”, explica la investigadora de la Universidad de Utrecht.

En 2023, Senit, junto a científicos de universidades europeas y estadounidenses, publicó otro artículo en Science en el que señalaba las cuatro grandes reformas que serían necesarias a nivel de gobernanza para poder hacer avanzar la Agenda 2030. Estas reformas deberían perseguir obligar a los países de ingresos más altos a comprometerse con la consecución de los ODS, crear un sistema de revisión de los avances efectivo, traducir al menos una parte de los ODS en leyes internacionales vinculantes e integrar los objetivos en las prácticas de las instituciones internacionales y nacionales.

“Si se implementan de manera complementaria, estas reformas de gobernanza catalizarían el potencial transformador de los ODS”, concluye Senit. “Al final, lo que hace falta es verdadera voluntad política. Parece una respuesta trivial, pero es la realidad. Necesitamos políticos audaces que sean capaces de tomar decisiones difíciles para avanzar hacia la sostenibilidad”.


*Fuente: https://climatica.coop/agenda-2030-puntos-oscuros-no-teoria-conspiracion/

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