La imagen del mundo rural en España ha experimentado una transformación en las narraciones de la cultura y los medios de comunicación. Es una lluvia fina que lleva años calando, pero ha tomado fuerza en los últimos años. Se trata de un movimiento que va más allá de la etiqueta acuñada por Sergio del Molino en 2016 con su ensayo La España vacía.
De hecho, la descomposición de ese discurso tradicional se manifiesta en una producción cultural paralela al movimiento reivindicativo de la España vaciada. En ese sentido, este nuevo posicionamiento se sitúa al lado de la etiqueta nueva ruralidad. Pero ¿qué hay de nuevo en esta narrativa? Y ¿adónde nos lleva?
Lo que hemos denominado, entonces, ruralidad reubicada es un desplazamiento narrativo dentro de la cultura que supera ciertos estereotipos del mundo rural que fueron acumulando la literatura, el cine o la televisión. Con esto nos referimos a historias en las que se potenciaba el victimismo, el tremendismo, el idilio, la romantización o, más reciente, lo hippie.
La reubicación cambia las relaciones entre la cultura, la sociedad y la ruralidad, y esa modificación se expresa en todo tipo de producciones –artísticas, literarias, audiovisuales o emitidas en redes sociales–.
Ruralizando el ensayo
Hay autoras clave que activaron esta ruralidad reubicada. Una de las más relevantes es María Sánchez. Su libro Tierra de mujeres representa bien el movimiento que genera esta narrativa. Se supera el tono victimista de los habitantes del mundo rural y se toma una posición transformativa y propositiva.
Este texto es a la vez manifiesto y mirada intimista: no niega el agravio que sufre el campo pero no se queda inmóvil ante el desequilibrio. Implica un activismo cultural tranquilo y asentado en conocimientos técnicos, como es el caso de Sánchez, veterinaria de campo.
El concepto está presente también en los proyectos impulsados por Vanessa Freixa, como el documental El no a l’ós –codirigido por Pepe Camps–, que problematiza las políticas de rewilding diseñadas desde los despachos sin tener en cuenta las realidades locales. Con ellas se pretende reintroducir especies salvajes, como el oso, en un territorio poco poblado pero humanizado, en el que resisten comunidades que de por sí ya tienen una existencia complicada.
En su reciente ensayo Ruralisme, la también ilustradora y activista Freixa habla de la necesidad de ruralizarnos allí donde estemos.
Colaboración y sororidad
La ruralidad reubicada funciona en red y es colaborativa. Esa es la lógica de proyectos como Repoblem de Ton Lloret o La Caçadora de Masíes de Marta Lloret.
Ambas iniciativas son hijas de las redes sociales y fueron convertidas en ensayos que plantean una lucha contra la despoblación y a favor del patrimonio de las masías y la cultura rural. El idilio es sustituido por un realismo posibilista, consciente de las dificultades y las cortapisas, relatadas sin estridencias.
El desplazamiento hacia el mundo rural despliega una perspectiva de género. Una prueba de esto son las creaciones en torno a asociaciones como Ganaderas en Red o Ramaderes de Catalunya, mujeres que reivindican su posición como ganaderas o pastoras, comparten su relato y alimentan la sororidad que establecen entre ellas para impulsar sus proyectos. Ese ecofeminismo entronca con una nueva forma de relacionarse con la tierra y los animales, sin ver causalidades simples ni ofrecer soluciones fáciles.
Cine, literatura y periodismo en la reubicación
Recientes películas situadas en el mundo rural, como Alcarràs, As bestas o Suro, cabalgan sobre tramas de fricción en los espacios rurales, como son la instalación masiva de energías renovables, el modelo de producción agroalimentaria o las condiciones de trabajo de los migrantes.
Aunque en algunas de estas producciones pueden asomarse los resquicios del victimismo o del tremendismo anterior, han significado también innovaciones en los sistemas de representación de la ruralidad.
En el ámbito de la narrativa destacan obras como Un amor, de Sara Mesa, que la cineasta Isabel Coixet está adaptando a la gran pantalla. Aquí, una joven se muda a un pequeño pueblo para reconstituir su propia vida, aunque se encontrará un contexto alejado de la idea del lugar reconfortante y amable.
Esa novela puede dialogar con Los asquerosos, de Santiago Lorenzo, donde el mundo rural es un sitio al que escapar. Un joven huye a un pueblo abandonado tras un confuso suceso en la ciudad. Allí no encuentra un vacío, sino que constata la superficialidad en la que vivimos en las grandes ciudades. Lejos de hablar de la ruralidad –como algunos buscan sin éxito en esta novela–, Lorenzo plantea una historia sobre el vacío de la vida urbana y moderna.
Otros ejemplos de ello son iniciativas periodísticas, aunque de pequeña dimensión. Uno es la Revista Salvaje, segundo premio de “Excelencia en comunicación” en la XII Edición de los premios de Excelencia a la Innovación para Mujeres Rurales del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Desde un reporterismo tranquilo, de calidad y sensible, la publicación desarrolla una mirada creativa, profunda, innovadora. En este sentido, asistimos a la puesta en marcha de iniciativas “desde” la ruralidad, más que “sobre” ella.
En el proyecto de investigación Ruralim “Nuevos imaginarios del rural en la España contemporánea: cultura, documental y periodismo” hemos organizado un seminario en el que indagamos sobre esos relatos que se trasladan a la literatura, el cine, el documental o los medios de comunicación. Esas narrativas hacen emerger una nueva concepción del rural y demuestran sus imaginarios están cambiando en múltiples expresiones culturales.
*Enric Castelló es catedrático del Departamento de Estudios de Comunicación de la Universitat Rovira i Virgili, Universitat Rovira i Virgili. Publicado originalmente en THE CONVERSATION.