JOSÉ ANTONIO LARA CORTÉS
Quizá uno de los elementos que marcan el avance artístico de determinados movimientos, etapas o recorridos, es «la fractura». Con la estética siempre ha pasado lo mismo, en el transcurso de su entendimiento sobre el arte, la sensibilidad o lo bello, ha habido «fracturas» como la postkantiana, una «ruptura» ontológica, del ser. Ya no se piensa lo mismo sobre algo, no se ve de la misma manera y no se vive igual.
Con las trayectorias artísticas ocurre la misma situación. El centro de todo estudio no es su historia, es decir, quién o qué temas sobresalen en un momento concreto; lo importante para comprender esa historia es entender el sentido humano que se le da. La historia del arte podría ser una historia de la percepción (de una óptica) en la que acción y resultado orgánico tengan un papel crucial; de hecho Lionello Venturi (1885-1961) ya señaló que lo importante es el valor del artista; cómo hace su trabajo, y no el resultado que emana de este. Pero para entender realmente esas variaciones y evoluciones del arte, es considerable la participación del espectador. El espectador puede que sea uno más en la contemplación de las producciones artísticas, pero su participación es fundamental en este estudio de la percepción, una percepción que debe comprenderse desde su propia óptica –una manera de ver las cosas y las producciones pero asimilando que han existido, existen o existirán ópticas nuevas–, que pueden o no, ser acordes a su punto de vista.
El ensayo de Ortega, La deshumanización del arte, representa un encuentro con una óptica nueva, el de las primeras Vanguardias del siglo XX. La percepción y el pensar sobre el arte se modifican de nuevo, como ocurrió con el arte gótico, el renacentista, el barroco, el romántico, el impresionista, y hasta en ese momento, el cubismo.
La obra
Hay que señalar que la primera edición de su obra se publicó en la Revista de Occidente en el año 1925.
La mayoría de los ensayos estéticos que se recogen en el libro se publicaron en algunos diarios como El Imparcial o El Sol.
Lo que Ortega nos viene a decir en su ensayo es que durante el período en el que surgen las primeras Vanguardias artísticas (principios de siglo XX; el fauvismo surgió en 1905, por ejemplo), se produce un cambio en la concepción de las producciones artísticas.
Para él, la deshumanización del arte es la extracción de la obra de arte (sea teatral, musical, pictórica…) de su lado humano. Existe una transición en la manera que tiene el espectador u oyente de identificar y deleitarse con una pieza musical de Mendelssohn o Wagner (música romántica) a con una de Debussy o Stravinski (podríamos decir música naturalista). Véase el ensayo Musicalia, que se publicó primero en el diario El Sol (1921) y después en El Espectador III.
Entre un tipo de música y otra existe un lenguaje diferente. En la música romántica persiste el dramatismo, el sentimentalismo y la narratividad (en ella nos adentramos y con ella nos identificamos). En la nueva música a la que hace referencia Ortega, lo importante es el sonido mismo (es una música que emerge fuera de la individualidad).
El objeto artístico
Esta nueva concepción estética se abre en dos vías: desde una vertiente sociológica y desde una vertiente fisiológica y formal. Desde la vertiente sociológica, surge un gran cambio en la relación establecida entre los espectadores (sociedad) y el arte. Las temáticas varían y por lo tanto, la visión y sensación que se tiene sobre ellas, también. Si en el siglo anterior las producciones representaban un tema con el que el espectador podía identificarse, con el que podía verse; en el XX, hay un interés general por desmembrar su papel conciliador y accesible. En definitiva, al arte se le extrae su contenido sentimental y realista. Y con realista me refiero a que lo sentimos como nuestro.
En el romanticismo literario (siglo anterior) hay una máxima humanización de su expresión; todo ronda alrededor del protagonista. Después esto cambia. Desde la vertiente fisiológica y formal, hay una transformación en la relación entre objeto o producto artístico y espectador.
El objeto reconocible y unido a nosotros es lo que nos es habitual; cuando se nos muestra a través de una óptica nunca vista, nos puede llegar a decepcionar y no lo entenderemos. Esto es probable que pase si no se tiene un conocimiento habitual de ese nuevo tipo de arte.
Por otra parte, la deshumanización representa una depuración total o parcial del objeto humanizado (reconocible). El objeto puede llegar a ser una reducción total de la forma (incluso puede ser una forma geométrica), pero este objeto mantiene su substantividad. En el argot del docente de plástica vendría a ser la iconicidad. En las obras cubistas, por ejemplo, podemos identificar parcialmente el referente que se ha sustraído como modelo para la representación de un objeto en concreto. En cambio, en obras totalmente depuradas del arte abstracto, nos sería muy difícil establecer una alta o media iconicidad. De todas formas, podemos entender las formas que surgen del arte abstracto o del arte cubista. Tienen un sentido, se pueden asociar a algo o alguien.
Si en el Impresionismo se manifiesta una visión subjetiva del espacio (se captan los momentos, los instantes de una realidad que el artista interpreta a su antojo), en el Cubismo o el Expresionismo, aparece una visión intrasubjetiva («lo que nuestras ideas idean y nuestros pensamientos piensan», Ortega, 1956: 195).
Worringer: voluntad simpática y voluntad abstractiva
Para finalizar, es importante destacar dos conceptos primordiales del historiador del arte alemán Wilhem Worringer (1881-1965), que aparecen en el ensayo estético de Ortega, «Arte de este mundo y del otro» (capítulo: Simpatía y abstracción). Estos dos conceptos nos ayudan a entender la relación existente en el espectador entre placer, y razón o lógica, cuando creamos un objeto artístico.
El primer concepto es la voluntad simpática. Los espectadores nos adueñamos del objeto próximo a nosotros, a lo natural; lo percibimos y producimos para que nos aporte placer. Nos vemos hundidos en él, en su carácter. No somos libres, pero sí nos hace felices. Esto se podría relacionar con una pieza de la música romántica– que nos hace evocar nuestros propios anhelos o intereses– , con una descripción de Lamartine de un paisaje o al ver una obra pictórica de Turner o Caspar David Friedrich.
Por otro lado, está la voluntad abstractiva. Con este concepto Worringer se refiere al objeto geométrico. Este objeto geométrico producido a lo largo de los siglos, nos pone en un orden. Ya no somos nosotros los que nos hundimos en él. Nos centramos en ese objeto, por tanto, nos liberamos de nosotros mismos, de nuestro reconocimiento con lo que captamos.
Estos dos conceptos no se refieren únicamente a la contemplación del arte, sino a la manera en que lo entendemos y comprendemos.
Nací en Barcelona el 9 de abril de 1995. Tengo formación artística y pedagógica. Desde pequeño me ha interesado conocer y tratar las cosas desde un prisma muy personal. Quizá por mi formación, la mayoría de lo que he aportado, siempre ha sido analizado y mostrado no antes, sin pasar por los filtros de unos valores que siempre han ido cambiando, pero que guardan una relación común: la de hacer una función benefactora y justa.