Ahora se vive mejor que antes. Este es el periodo más brillante de la especie humana. Estos mantras se repiten hoy en día sin parar entre aquellos que se refieren a sí mismos como optimistas racionales. Proclaman que se ha alargado la esperanza de vida y que se ha mejorado exponencialmente su calidad, que se han erradicado terribles enfermedades, así como el hambre, y que las guerras son cosas del pasado.

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Ilustra Evelio Gómez.

La tasa global de alfabetización ha subido increíblemente desde la época industrial. La viruela fue erradicada y la polio sigue sus pasos. El SIDA es una enfermedad crónica y ya no resulta mortal. La peste porcina y la rabia ya no deben preocupar a nuestros animales ni a nuestros ganaderos. La optimización de los cultivos ha sufrido grandes avances y, por ende, la producción de alimento ha aumentado hasta hacer posible enfermedades que antes tan sólo padecían reyes y obispos, como la obesidad y las arterias saturadas en grasa. El aire es limpio, el agua potable, la comida sabrosa y el transporte rápido, cómodo y seguro. Tenemos vacaciones pagadas, “playstations”, móviles de última generación, internet a 500 megas, agua caliente  y una libertad personal y de expresión nunca antes vista en sociedad alguna. Por supuesto, estamos hablando del primer mundo, aquellos países situados en el hemisferio norte, aquellos que se autodenominan Civilización Occidental. Blancos, Cristianos, Democráticos y Capitalistas.

Sin embargo, si posamos nuestra mirada por debajo del paralelo 30 la cosa no pinta tan bien. La alfabetización sigue siendo un problema crónico, una simple gastroenteritis sigue siendo tan peligrosa como un jaguar y el SIDA prosigue su sanguinaria matanza. El hambre es la enfermedad estrella y las grandes barrigas tan solo se ven en aquellos a punto de morir de desnutrición. El aire es limpio, el agua mortal, la comida escasa y el transporte tosco, incómodo y peligroso. El incesante y agotador trabajo, orientado a producir a precios ridículos las materias primas que consumimos los de arriba, bordea -sino entra de lleno- en la definición de esclavitud. Allí, internet son los ancianos -si es que aún viven- y la paz no es más que una frágil utopía rota por constantes erupciones de violencia. Violencia producida por nuestras minas de coltán, por nuestros diamantes de sangre, por nuestra arbitraria división de su territorio y por sus dictadores de conveniencia, ahora aliados y mañana despreciables tiranos. Todos ellos, factores que han impedido e impiden su desarrollo social, cultural y económico. Porque, de prosperar, los muy salvajes nos venderán la comida y los productos que consumimos a precio de mercado, cosa que nuestros bolsillos no podrían sostener. Porque, de prosperar y llegar a comer cuatro veces al día, consumir a nuestro nivel y vivir el sueño americano, no quedaría planeta en dos telediarios.

¿El periodo más brillante de la historia de la humanidad? ¿Para quien? ¿Hasta cuando? La humanidad no vive mejor que nunca, nosotros vivimos mejor que nunca. Tales afirmaciones no son más que míseras racionalizaciones, que nos sirven a los blanquitos socialmente agraciados para justificar nuestro expolio del tercer mundo, para ocultarle a nuestros insensibilizados ojos una dolorosa verdad. Y esta verdad es que la edad dorada del mundo occidental se ha sustentado y se sustenta en la permanente y eternizada edad oscura de los territorios subdesarrollados.

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