altEn Cataluña, y más concretamente en Barcelona, las manifestaciones de protesta contra disposiciones o contextos de responsabilidad exterior –léase, del gobierno central– suelen vestirse con atavíos festivos; son actos para todos

 

 

 

En Cataluña, y más concretamente en Barcelona, las manifestaciones de protesta contra disposiciones o contextos de responsabilidad exterior –léase, del gobierno central– suelen vestirse con atavíos festivos; son actos para todos los públicos, libres de los altercados que con frecuencia estallan cuando la protesta responde a conflictos internos. Así ocurrió el sábado 14 de junio de 2014, cuando un número indeterminado de personas, pero en cualquier caso muy importante (100.000 según los organizadores, 25.000 en cálculos del Ayuntamiento), abarrotó el tramo inferior del Passeig de Sant Joan y el contiguo Passeig de Lluís Companys, movilizados por la plataforma Som Escola en defensa de un modelo escolar con el catalán como lengua vehicular, que no establezca distinciones entre alumnos por razones idiomáticas. El lema de la manifestación: «Per un país de tots, decidim escola catalana».

 

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Todo el álbum familiar de la representación institucional concurrió a la cabecera de la mani. La cúpula de los dos grandes sindicatos –con José María Álvarez, de UGT, y Joan Carles Gallego, de CCOO– estaba en la pancarta que abría la marcha, los líderes de los principales partidos políticos nacionalistas en la segunda: la vicepresidenta Joana Ortega; la consellera de Educación, Dolors Camats; Oriol Junqueras, Irene Rigau, David Fernández… Con la excepción de Artur Mas, pero cuya ausencia era más que reparada por la presencia del gran tótem del nacionalismo convergent, Jordi Pujol, quien a su edad luce un estado de salud aparentemente envidiable. También andaban por ahí Miquel Calzada, Pep Cruz, Joel Joan y otras caras conocidas de la tele y la farándula. Por supuesto, no había representantes de PP ni de Ciutadans. En este cuadrante oficialista, los gritos de “Independència” se oían con especial vigor.

(Seguro que a más de un manifestante de a pie, y también a más de dos, le producía cierta urticaria moral compartir marcha con las señoras y señores del Govern catalán; pero a lengua compartida, interés común entre opuestos, lo cual tampoco es malo si no se abandonan luego otras causas.)

 

Por supuesto, la fiesta contó con los habituales personajes del folclore catalán: gegants, capgrossos, dracs, grallers… La percusión, local o importada, también estaba muy presente, con gran elocuencia sonora, y las tonadas tradicionales se alternaban con el canto de la emblemática S’Estaca, de Lluís Llach, e incluso de la no menos legendaria A galopar, en perfecto castellano de Rafael Alberti.

 

Integraban el grueso de la multitud grupos escolares y familiares en pleno, y una mayoría –a ojo de buen cubero– vestía las camisetas reivindicativas –había dos modelos, de distinta tonalidad verde– preparadas para la ocasión; un paisaje de padres y madres en su mayoría de mediana edad, porque ya se sabe que la maternidad se ha retrasado mucho en las últimas décadas, y con significativa presencia de personas de orígenes lejanos, al ser numerosa en Cataluña la práctica de la adopción internacional (por mucho que les fastidie a algunos, la protesta no podía ser tildada de etnicista). Una parte de esas familias había desembarcado de la flota de autocares que les aguardaban en las calles del Eixample adyacentes a la Plaça de Tetuan.

 

Entre el gentío, como siempre, actitudes y comentarios de toda ralea, desde quien estaba por la faena y reproducía atento las consignas, o incluso las iniciaba con garganta poderosa, hasta los padres que comentaban la derrota en la víspera de la selección española de fútbol, “que casi se puso en 2-0 y acabó perdiendo 1-5”. Otros ligaban de modo inextricable el combate por una escuela catalana con la reivindicación global de un Estado propio, o destacaban la necesidad de la desobediencia civil contra las medidas que vulneraban las leyes promulgadas por el Parlament de Cataluña. La profusión de banderas independentistas –la popular estelada– era abrumadora, hasta tal punto que la tradicional senyera, sin estrella, parecía haber sido desterrada de la simbología colectiva.
 

Al final de la marcha, tras dos horas a paso de tortuga bajo un cielo progresivamente encapotado y en condiciones de brutal bochorno atmosférico, con el espacioso Passeig de Lluís Companys colmado por el gentío, Muriel Casals, presidenta de Omnium Cultural (una de las organizaciones integradas en Som Escola), tomó la palabra para subrayar la doble insumisión de los convocantes, opuestos por igual ante la LOMCE del ministro Wert y la sentencia del Tribunal Constitucional que obliga a cinco escuelas catalanas a impartir en lengua castellana la cuarta parte de su horario lectivo. Casals también cifró en diez millones de personas la comunidad lingüística catalana, incluyendo en ella a la Comunidad Valenciana, las islas Baleares, la franja oriental aragonesa y el Rosselló (si el cálculo se basa en el censo, por fuerza habrá de reducirse el número de hablantes, dada la composición sociológica de territorios como Mallorca, por poner un ejemplo), y celebró el actual modelo de inmersión lingüística como adecuado para la integración social, argumento en el que las estadísticas sí parecen darle la razón.
 

Cálida acogida popular tuvieron los representantes de Escola Valenciana y la muy combativa Assamblea de Docents de Baleares, que luchan en sus respectivos solares contra gobiernos de vocación regional, nostálgicos de la uniformidad cultural y política de otros tiempos.
 

Y así, entre mutuas felicitaciones de los convocantes y alegría en los rostros de los convocados, el acto se disolvió por sí solo y sin incidentes, respetado por una tormenta –meteorológica– que parecía inminente pero consintió en retrasarse hasta la madrugada, con gran aguacero y tronada.

{morfeo 719}

 

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