No sé por dónde empezar. Ni si quiera sé si debo contar lo que hace unos meses me cambió la vida para siempre, pero lo ocurrido no puede quedar en el reducido círculo de mis amistades y mucho menos de los llamados expertos.

Todo comenzó una tarde de sábado de un gélido invierno, cuando hojeaba unos libros de mi biblioteca. No es por alardear, pero poseo una de las bibliotecas más importantes del país gracias a mi abuelo. Él me dejó en herencia la suya y yo la fui ampliando hasta convertirla en lo que hoy es.

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Ilustra Evelio Gómez.

Pero el mejor legado de mi abuelo fue la afición por la lectura y los libros. Pensando en esto último, se me ocurrió aquella tarde de sábado rememorar el juego que mi abuelo se inventó para familiarizarme con los libros y habituarme a la lectura. Lo voy a explicar. Cuando yo tenía apenas ocho años, mi abuelo me contó que los miles de volúmenes que descansaban en las estanterías de roble de su biblioteca estaban todos conectados entre si, es más, me contó que todos los libros del mundo se podían leer como uno solo y que contenían mensajes secretos que ni los propios escritores conocían, ya que esos misteriosos mensajes procedían del subconsciente y de lo que mi abuelo llamaba la “memoria genética”. Sólo a la persona que pudiera leer todos los libros del mundo y en el orden correcto se le rebelaría la Gran Verdad, y eso era una tarea imposible.

A mi corta edad no entendía los conceptos de los que me hablaba mi abuelo pero la imaginación infantil se desbordaba con la idea de los enigmas por resolver. El juego consistía en coger un libro y abrirlo al azar, leer un párrafo, una frase o una página entera y dejar que el texto nos llevase a otro libro y luego a otro… Pondré un ejemplo para que se entienda mejor: “Dos hombres juntos están siempre a punto de enzarzarse en una pelea, y ellos lo saben. Adam Trask no llevaba mucho tiempo en casa, cuando empezó a surgir cierta tirantez entre su hermano y él…” (Al este del Edén, J. Steinbeck). Lógicamente, esta historia y su desenlace nos conducían al pasaje bíblico (Génesis 4,8) sobre Caín y Abel y este a su vez a otro. De esta manera pasé mis tardes con Cervantes, Dickens, Balzac, Faulkner, etc.

Ya fallecido mi abuelo supe que lo que yo atribuía a una gran memoria y erudición era el fruto de un trabajo previo que mi abuelo realizaba durante la semana, y que su elección de libros y páginas no era el resultado de la casualidad, sino de una minuciosa planificación, por ello fue mucho más extraño el descubrimiento que hice aquel fatídico sábado rememorando el viejo juego infantil.

El libro que había abierto casi se me cae de las manos al leer: “Tienes que usar la Luger para liberar a tu familia del dolor que se avecina…”. Hacía dos días que había comprado una pistola Luger de colección en perfecto estado de funcionamiento y la lectura de aquella frase me perturbó. Volví a leer la frase y allí estaba, negro sobre blanco. Superado el estupor inicial, cogí otro libro y lo abrí al azar, “El sueño de la muerte será el bálsamo para tanta angustia, mata, mata…” Tiré el libro al suelo y abrí otros leyendo siempre mensajes similares. Parecía una macabra broma del destino y yo un juguete en sus manos. Poco a poco fui recobrando la calma y pensé que quizá mi abuelo tuviera razón y todo esté escrito. Cogí los libros que cubrían el suelo y los llevé al jardín. Allí, bajo las azaleas, descansaban mi mujer y mis dos hijos desde hacía dos días. Ahora les podía demostrar que lo que hice fue por su bien y que los libros así lo demostraban con su… ¡Gran Verdad!

El celador que me facilitó lo necesario para escribir esto, me dejó el libro Al este del Edén. Gracias a ello supe que mi misión aún no había terminado, en sus páginas pude leer…”Mata al celador, mata al celador, mata…”

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