La lluvia tiene una carga dramática que nos sobrecoge. César Vallejo lo supo condensar hasta el estremecimiento con su premonitorio verso: “me moriré en París con aguacero”. Y en París también vimos a un Humphrey Bogart con las entrañas desgarradas, a los pies de la escalinata de un tren, huyendo de la invasión alemana mientras las gotas de lluvia iban borrando de una carta el adiós de una Ingrid Bergman a la que el destino, en la mítica escena de Casablanca, impedía acudir a la cita con su amante.

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Ilustración: Sergi Galan

Pero la lluvia también representa ese mito agrario del renacimiento, la regeneración. Por eso en algunas culturas su presencia es signo de resurrección, de preludio de un tiempo nuevo. La alegría sustituye en estos casos a la melancolía y se apodera de nosotros con la ilusión de esos niños que se calzan las botas de agua al intuir con los primeros nubarrones esos divertidos charcos sobre los que saltar. Es la felicidad desbordada del enamorado Gene Kelly capaz de convertir el baile en travesura infantil en Cantando bajo la lluvia.

Aunque ya se sabe que nunca llueve al gusto de todos. Bien lo sabemos por estas tierras valencianas donde las precipitaciones acostumbran a llegar en este mes de octubre con caprichosa exageración, oscilando en sus consecuencias entre el alivio de los sedientos campos y el drama. La tenue frontera que separa la bucólica visión de una generosa cosecha y la trágica imagen de la riuà de 1957 o la pantanà de 1982 parece depender en última instancia de una simple y, en apariencia inocente, gota de lluvia de más.

Esta misma ambivalencia estaba latente en la lluvia que se dejó caer por Madrid durante el desfile militar del 12 de octubre. Fue una precipitación tenue, respetuosa del marcial trote de la cabra legionaria frente a la plaza de Neptuno desde donde las autoridades, con el monarca a la cabeza, siguieron el paso de los gallardos soldados. Pero sobre todo el chubasco quiso ser testigo del primer gran encuentro entre el presidente en funciones Mariano Rajoy, los principales dirigentes del PP y los nuevos responsables socialistas salidos del aquelarre del último comité federal que se cobró la cabeza de Pedro Sánchez.

Bajo sus nubarrones, Javier Fernández acentuó su perfil de seriedad y prudencia tan destacado por los grandes medios en sus apresuradas hagiografías de los últimos días. Si el presidente de la gestora optó así por aprovechar esa vertiente dramática de la lluvia, otros de sus compañeros parecieron más tentados por subrayar la llegada de un tiempo nuevo a la socialdemocracia española. Un cambio de rumbo, un nuevo relato que echaría a andar con una abstención más o menos expresiva en favor del Rajoy. Por eso, el cálido cobijo de Antonio Herrando bajo el paraguas del portavoz popular, su tocayo Rafael, adquirió el simbolismo iconográfico de una esperada agua de mayo.

Y mientras tanto otras lluvias se mantienen relegadas a un segundo plano. Algunas son verdaderamente torrenciales, como esas que irrumpen en las ciudades desbordando las trapas de las alcantarillas e inundando de aguas fecales nuestras aceras. Son los sumideros del PP, el ciclón de corrupciones, mordidas y mierda que discurren con fuerza incontenible estos días por la Audiencia Nacional con las declaraciones de Francisco Correa, Alfonso García Pozuelo y otros de los implicados en la trama Gürtel. Otras ya se atisban en el horizonte y llegan acompañadas con el impacto inclemente y frío de las granizadas. Es la borrasca de nuevos recortes que nos augura el meteorólogo de los antojos climáticos de Bruselas, Luis de Guindos: 5.500 millones en cuanto se desbloquee la investidura de Rajoy. Y luego más.

Cuando agonizaba la dictadura, el cantautor castellano Pablo Guerrero plasmaba las ansias de libertad y cambio con un deseo: tenía que llover a cántaros. Hoy las aguas que se avecinan no son menos copiosas, pero mucho más inmisericordes. Frente a ellas no sirven paraguas ni impermeables. Así que bien haría la izquierda en tomar nota de las enseñanzas de Noé y construir ese arca que proteja a la pluralidad de sus especies. Si es que aspira a sobrevivir al próximo diluvio, claro.

Periodista cultural y columnista.

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