La desorganización horaria en Catalunya es el resultado de la superposición de los viejos horarios fabriles agravados por las transformaciones sufridas por el crecimiento económico durante el franquismo y el impacto de las demandas propias de los años de crecimiento desordenado especialmente del sector de los servicios y también, ocasionalmente, de la cultura del presencialismo al trabajo o bien por la necesidad de realizar largas jornadas laborales para alcanzar salarios adecuados al coste real de la vida. La reforma horaria sigue sin ver la luz.
Dicha situación comporta serios obstáculos para la competitividad y la producción empresarial. Conlleva un aumento de riesgos psicosociales de las personas trabajadoras, la persistencia de la división sexual del trabajo con el mantenimiento de la desigualdad de género, los problemas de salud derivados de la falta de sueño en adultos y niños, el bajo rendimiento escolar, la falta de tiempo personal y personal para el ocio y la cultura, el activismo social, y en una disminución del bienestar de la sociedad en general.
A lo largo de los últimos años, se ha profundizado en la investigación, y los estudios de los cuales se disponen demuestran que se hace todo lo necesario y urgente para deshacer la rémora que representa la desorganización horaria actual, incapaz de solucionar la complejidad del momento presente.
Prácticamente en toda Europa, el horario laboral es de 8-9 horas a 17-18 horas, con una pausa de máximo una hora para almorzar a la mitad de la jornada. En España, y, por tanto, en Cataluña, el ámbito escolar llega a tres horas, y provoca que la jornada laboral se alargue hasta las 19-20 horas de la noche, incluso superando la franja.
La jornada poco compactada provoca cenar a partir de las 21 horas en el mejor de los casos, pone dificultades de tiempo para tener cura de los niños y gente mayor, debilita la participación cívica y comunitaria, imposibilita el consumo y goce de la cultura, y, por descontado, provoca una bajada de la eficiencia de las organizaciones. El prime time televisivo está instalado en horarios que disminuyen las horas de sueño. Hay un solapamiento entre el tiempo personal y el tiempo de descanso. Además, esta organización del tiempo de vida cotidiana no tiene el origen en el clima, un mito que desmonta a solas comprobando que Portugal, Marruecos, Italia o Grecia tienen puesta la hora de la cena entre las 19 y 21 horas.
Por otro lado, en Europa hace algunas décadas que empezó la sustitución de los horarios nacidos con la era Industrial por otros adaptados y flexibles a las necesidades de igualdad, productividad y participación de la ciudadanía. Varios estudios de la Fundación Europea para la Mejora de las Condiciones de Vida y Trabajo, Eurofund, con datos de Eurostat, muestran que están avanzando en el buen camino, a pesar de que hay diferencias entre estados según los modelos adoptados.
En nuestro país, el debate apenas se inicia hace unos años, y ahora parece que se toma consciencia de manera más amplia en un contexto de crisis en que hay de encontrar fórmulas de optimización de los recursos escasos, pero, sobre todo, en que hay que proponer estilos de vida no determinados exclusivamente por una compulsión productivista y consumista.
El orden horario tendría que ser la norma, y la flexibilidad individualizada la excepción en todos los ámbitos. Establecer un horario racional generalizado ha de ser la norma a aplicar en todos los ámbitos sociales y económicos, públicos y privados, sin perjuicio que se reconozcan, después, determinadas situaciones de flexibilización horaria, y, por lo tanto, excepciones a las normas generales para atender determinadas situaciones personales o de determinados colectivos.
En este contexto es donde se ha puesto en marcha la iniciativa para la reforma horaria “Ara és l’hora” reconocida por la Generalitat de Catalunya como plataforma interlocutora en esta cuestión. El objetivo fundamental de la campaña es impulsar unos horarios beneficiosos para las instituciones, las empresas y la ciudadanía. Hace falta, en definitiva, pasar de unos horarios propios de la era industrial a unos que se adapten a las necesidades de la nueva sociedad del conocimiento y del consumo, con más complejidad social y aumento progresivo de las desigualdades.
Fruto de las demandas, hay que solicitar a las administraciones que apoyen medidas que hagan posible hacer la transición hacia la reforma horaria formulada en un momento concreto en el tiempo. En la forma en que está organizada nuestra sociedad, el tiempo acontece un factor sistémico dentro del modelo social. Hay que buscar medidas legislativas, de promoción y sensibilización que aborden el cambio a tres niveles: a nivel “macro”, de la sociedad, a nivel “meso”, de las organizaciones, empresas e instituciones que la componen, y a nivel “micro”, de las personas.
Superado el debate de la convivencia, el objetivo de estos trabajos es debatir la viabilidad para transitar hacia el regreso de Cataluña a los horarios anteriores al franquismo, adaptados a la nueva realidad social, económica y cultural. Los agentes que pueden hacer posible esta reforma se sitúan principalmente en la acción sobre los horarios laborales, pero también en los escolares, los comerciales, los culturales, los deportivos, los televisivos y los asociativos, así como en las infraestructuras públicas y privadas que se lo puedan permitir.