altEl periodista catalán, que desde 2008 ha vivido en primera fila las transformaciones de la sociedad egipcia, ofrece nuevas claves para entender el juego en el que militares y Hermanos Musulmanes desde hace décadas se pasan la pelota

 

El periodista catalán, que desde 2008 ha vivido en primera fila las transformaciones de la sociedad egipcia, ofrece nuevas claves para entender el juego en el que militares y Hermanos Musulmanes desde hace décadas se pasan la pelota y advierte que, pese a que la revolución no ha podido romper aún con esta dicotomía, el proceso de cambio sigue abierto.

 

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Se quedan cortas las cuatro noticias que llegan, cada tanto, con estruendo de bombas y cifras de detenidos. Se quedó corto también, en su día, el aluvión informativo que plagó los medios con imágenes de la revolución. Lo que ha pasado y lo que pasa en Egipto necesita de explicaciones más profundas y detalladas para empezar a comprenderse. Quizás hacen falta libros. Como el que ha escrito Marc Almodóvar, periodista y documentalista que desde 2008 ha vivido en Egipto, siguiendo de cerca los movimientos sociales y políticos que han sacudido al país.

 

Fue precisamente la frustración de no poder contar como hubiera querido lo que sucedía a su alrededor mientras estallaban las revueltas en enero del 2011, lo que movió a Almodóvar a escribir su libro. Egipto tras la barricada nace de la necesidad de ir más a fondo en la información y en la interpretación de unos hechos que, pese a su trascendencia (o tal vez por ella) se le han hecho grandes a unos media que recién se preocuparon por entender las cosas cuando aparecieron los primeros muertos. “Ya en 2008 los movimientos obreros contra Mubarak eran muy potentes. Cuando llegué, los activistas enseguida me pidieron que difundiera al máximo lo que estaba pasando porque los medios convencionales no querían publicar nada. Así que en 2009 creé un blog para informar sobre las protestas y el libro que ahora publico lleva su nombre” explica Marc Almodóvar en la entrevista realizada para Público este viernes en la mítica librería Taifa del barrio barcelonés de Gracia.

 

Tal como lo describe Santiago Alba Rico en el prólogo, Egipto tras la barricada recoge “minuto a minuto la guerra mortal entre el Ejército y la Hermandad musulmana: un Ejército que impone una y otra vez su ley y una Hermandad ingenua, hipócrita, temerosa e interesada, que cree poder derrotar a los militares pactando con ellos y haciéndoles concesiones contrarrevolucionarias”. En esta eterna partida de a dos, ¿la revolución ha perdido su turno?

 

Yo creo que no. Primero, porque la transformación de la mente de miles de jóvenes es un hecho revolucionario en mismo. Segundo, porque la transición sigue abierta: la candidatura del Al Sisi no está generando el seguimiento unánime que se esperaba. Los nasseristas, que en su día respaldaron el golpe contra Mursi, están ahora levantando la voz contra el proceso político y las elecciones presidenciales y, por su parte, los salafistas también están denunciando la ley electoral. El pacto para derrocar a Mursi está sufriendo fracturas, y si a eso le sumamos los nuevos cortes de suministros energéticos que vendrán en verano, la inflación constante y la retirada de las ayudas que Arabia Saudita y Kuwait le están dando a Egiptoporque la situación económica de estos países no creo que les permita mantener al Régimen a largo plazo – el resultado serán unas reformas lanzadas por los militares, iguales a las que en su día plantearon los Hermanos Musulmanes, lo cual provocará en las clases populares los mismos efectos dolorosos y desestabilizadores que entonces. Quiero decir con esto que la posibilidad de que vuelva a surgir una agitación política que provoque nuevos cambios está a la vuelta de la esquina.

 

Mucha gente, de hecho, ve en la subida al poder del General Al Sisi una buena oportunidad para obtener más pruebas concretas en su contra…

 

Sí, es lo mismo que decían antes de que ganara Mursi: “que llegue al Gobierno para que se vea claramente que no era verdad lo que nos prometía”. Si sube Al Sisi y los egipcios vuelven a tener a un militar en primera plana política, se va a generar el momento idóneo para que las fuerzas revolucionarias, después de tres tortuosos años de experiencia, puedan demostrar que son capaces de romper estos discursos hegemónicos.

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¿Ves posible la creación de un bloque opositor fuerte e independiente que pueda escapar de la dialéctica Ejército-Hermanos Musulmanes, tan arraigada en Egipto a lo largo de la Historia?

 

Si tenemos en cuenta que los egipcios vienen de 30 años de mubarakismo, del reinado de Faruq y de un largo protectorado británico, vemos claro que estamos ante un completo desierto de organizaciones sociales y políticas. Partiendo de  esto, no podemos esperar que de la noche a la mañana surja una oposición articulada que sea capaz de romper todas las barreras sociales que el Régimen ha construido.

 

Sin embargo, lo que más me impactó durante los primeros 18 días en Tahrir (los que siguieron a la caída de Mubarak) fue la eliminación de las distancias entre ricos y pobres, que en Egipto suelen ser muy marcadas. Personas que vivían realidades completamente opuestas y que hablaban lenguajes distintos iban, de pronto, codo con codo. El problema es que luego, tras la caída de Mubarak y el pacto con los islamistas, todos esos muros sociales se han vuelto  a construir. Yo creo que es ese el obstáculo más grande para la formación de un bloque opositor sólido y espero que los revolucionarios hayan aprendido durante estos tres años y puedan actuar ahora con mayor amplitud de miras.

 

La potente propaganda antirrevolucionaria llevada a cabo por el Ejército desde la caída de Mubarak ha calado en gran parte de la población. ¿Sigue todavía vigente ese desprestigio?

 

En un país de 80 millones de personas hay que tener claro que los varios millones que se manifestaron siguen siendo una minoría. La mayor parte de la población no participó y lo siguió todo desde casa a través de los medios de comunicación del Régimen. Además, problemas como la caída del turismo, el aumento del desempleo, el cierre de muchas empresas, los cortes eléctricos o la subida de los precios se vendieron como consecuencias de las protestas y la violencia en las calles, cuando lo que realmente agudizó la gravedad de la situación fueron las negociaciones con el FMI.

 

Aunque mucha gente compró este discurso, otra no lo hizo, por ejemplo, los obreros, que a principios de enero han vuelto a salir a la calle para reclamar por el salario mínimo, conscientes de que la participación activa genera un cambio. Cada vez más personas están despertando de ese sueño dulce con los militares y dicen “nosotros nos dejamos el sueldo en posters de Al Sisi para que solo nos traiga miseria”.

 

Desde la destitución de Mursi ¿crees que realmente existe una confrontación entre los Hermanos Musulmanes y el Ejército o siguen pactando bajo la mesa?

 

Si algo ha caracterizado a la Hermandad a lo largo de la historia ha sido su talante pactista, el intentar ser siempre lo menos molestos posible. Pero ahora todavía es muy temprano para saber lo que pasa, aunque podría ser que termine sucediendo. Hay que englobarlo todo en la situación de la zona, la gran guerra entre Arabia Saudita y Qatar, los primeros declarando a los Hermanos Musulmanes como organización terrorista, los segundos acusados de apoyar a los islamistas. Lo que pasa en Egipto es solo el tablero de ajedrez en donde se juega toda esta batalla regional.

 

¿Cuál es el papel de la Unión Europea en este juego?

 

Es curioso porque, pese a que Egipto nos puede parecer un país muy lejano, España es su tercer socio comercial, es decir, el tercero en el mundo que más importa sus productos. Por otra parte, el año pasado el Ministerio de defensa vendió armamento a Egipto por el valor de 50 millones de euros, que al día de hoy no sabemos en qué se utilizó, si sirvió para la represión en las manifestaciones o no. También tenemos que el Estado español ha estado protegiendo a un fugitivo egipcio, Hussein Salem, reclamado por la justicia cairota por corrupción, a quien se le facilitó la nacionalidad y se le permitió evadir, desde Madrid, sumas millonarias. Por no decir que España ha construido los túneles del Canal de Suez y la carretera que une el Cairo con Alejandría. En fin, que España no es un país más, es un socio privilegiado de Egipto. Ante estos intereses comerciales tan fuertes, lo que ha interesado a la UE en todo el proceso de transición es mantener la rueda de producción y que todo vuelva a “la normalidad”. Para eso se ha analizado la situación de la forma más simplista posible, concluyendo que la gente salió a la calle para pedir elecciones, cuando en realidad se movió por algo mucho más amplio. Su consigna era “pan, libertad y justicia social” pero Estados Unidos y la UE les dio lo último que pedían: una reforma constitucional pactada entre el Ejército y los Hermanos Musulmanes para salir rápidamente del paso.

 

Viendo en España los crecientes recortes en libertades y Derechos Humanos, los ajustes económicos que ahogan a la población y agravan las desigualdades sociales o la enorme corrupción política, no parecería que tuviéramos motivos muy diferentes a los de Egipto para salir a la calle en forma masiva. ¿Por qué crees que ese levantamiento aquí no se produce?

 

Antes que nada hay que aclarar que el estallido del 25 de enero en Egipto tampoco se venía venir. Yo, la noche anterior, estaba con activistas que pensaban que serían otra vez los cuatro de siempre y, mira, al final fue la masa la que se apoderó de las manifestaciones y las agrupaciones tuvieron que abandonar las banderas y todo liderazgo. Hay un chip que en un momento dado cambia y no se puede prever.

 

De todos modos, yo que creo que en España no hemos llegado todavía al mismo punto de desesperación que ellos. Venimos de un sueño fabricado del que muchos no han acabado de despertar. Además en Egipto también estaba presente el factor de la humillación personal, provocado por la actuación policial y la Ley de emergencia que permitía que, por el simple hecho de estar sentado en un café, te llevaran detenido.

 

Bueno, aquí no estamos tan lejos, con la nueva Ley mordaza del PP se abre la veda a la represión y la penalización de voces disidentes…

 

Es verdad, en España muchas de esas cosas ya suceden pero, o no tenemos todavía suficiente conciencia de ello, o no queremos darnos cuenta para no admitir que a nosotros también nos están pisoteando. Por ejemplo, el gran problema de la gente joven que se ha pasado tantos años estudiando y ahora no le sirve de nada, o la comprobación de que al final eres propiedad de un banco… Todo eso que es humillación, pero nos cuesta enfrentarlo. A ver el click cuando llega.

 

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