Triana es sinónimo de idiosincrasia. Hablar de este arrabal sevillano es hablar de la solera de un barrio que tiempo atrás hizo las veces de pueblo, con su vida en la calle y su sentir comunal, pero se encuentra ahora en la piel de una pequeña ciudad, víctima de la caricaturización de lo que fue. “Podrían tirar Triana entera, dejar a la gente, y seguiría siendo Triana”, sentenció Gualberto García, pionero del rock andaluz, nacido en un corral de vecinos en la calle Pagés del Corro, en pleno corazón del mencionado barrio.

Pero, ¿qué sería de Triana sin su gente? Cada vez resisten menos de aquellas personas a las que el músico de Smash hacía referencia como sustento de la esencia de este lugar. Los pocos trianeros de toda la vida, que en su día pudieron con la especulación inmobiliaria de mediados del siglo XX, conviven ahora con fenómenos como la turistificación y la gentrificación, sintiéndose extranjeros en sus propias casas. La pureza del arrabal fue y es amenazada, al tiempo que las personas en las que se mantiene viva se ven obligadas a dejar atrás su barrio, o a resistir en él a duras penas.

Origen de una identidad

Una característica innata del barrio de Triana es su multiculturalidad. La rica historia del arrabal es fruto de las distintas poblaciones que han pasado por él desde el siglo XII, cuando empezaron a asentarse en este rincón de Sevilla los trianeros más primitivos.

Sus orígenes datan de la época almohade, como reflejan los restos encontrados en el Castillo de San Jorge, levantado a orillas del Guadalquivir, con el fin de vigilar y proteger el desaparecido puente de barcas. La construcción de este último, a consecuencia del desplazamiento del cauce del río, supuso un punto de inflexión en la vida del barrio. Antes de esta modificación, el arrabal se caracterizaba por las frecuentes inundaciones que impedían su habitabilidad.

La relación entre Triana, el río, y las inundaciones, ha sido una constante hasta hace pocas décadas, marcando las formas de vida que se han ido desarrollando en el barrio.

El principio del fin

Para entender cómo se han ido desarrollando los acontecimientos en el barrio, es necesario conocer la historia de la Cava de Triana. Se trató de una zanja cavada (de ahí su nombre) donde hoy se encuentra la calle Pagés del Corro, con el objetivo de desviar el río ayudando a aliviar su caudal en épocas de crecidas. Así, no es de extrañar que cada vez que tenía lugar una inundación en la ciudad, la Cava quedara completamente anegada.

En época de lluvias, la excavación tenía una función protectora de cultivos, pero, en verano, invertía su forma cóncava, y se convertía en una enorme montaña de basura muy difícil de atravesar. Esta situación provocó que, a principios del siglo XX, el Ayuntamiento decidiese proceder a su saneamiento trazando en su lugar la calle que conocemos hoy.

A comienzos del siglo pasado, esta y otras calles del barrio fueron testigos del crecimiento de la población de Triana. En las casas de vecinos se hizo habitable la parte de la vivienda que, hasta entonces, había estado destinada al mantenimiento de animales y cultivos. Esta modificación constituyó el origen y el aumento, en número y extensión, de un elemento clave para comprender los posteriores éxodos: los corrales de vecinos.

Repartidos por todo el barrio, los corrales de vecinos instauraron una forma de entender la vida en todos los trianeros que por ellos pasaron. Constituidos como un conjunto de viviendas alrededor de un patio central se caracterizaban, entre otras cosas, por albergar en su interior un baño común para todos los vecinos, una cocina comunitaria, y pilas con restregadores para lavar la ropa en el exterior donde, además, solía haber abundante vegetación.

Se trataba de pequeños habitáculos, por lo que los inquilinos desarrollaban gran parte de sus actividades diarias en torno al patio que los unía. Este lugar común pasaba a acoger, en algunas ocasiones, celebraciones familiares como bautizos o bodas, en las que participaban todos los residentes en el corral.

En un escenario donde la vida se compartía y los vecinos se convertían en familia, la falta de comodidades pasaba a un segundo plano. “Aquellas condiciones de vida nunca se vieron como un inconveniente”, asegura Ángel Vela Nieto, escritor, periodista y trianero nacido en la Cava, que conoció de primera mano la vida en los corrales de vecinos, desde muy temprana edad, a través de sus amigos de juventud.

Las personas que se habían criado en su corral, no entendían el día a día sin ese sentido de clan, sin la lectura comunal que hacían de la convivencia entre habitantes de un mismo espacio. Sin embargo, los corrales, que constituían el hogar de aquellos trianeros, ocupaban un terreno con mucho potencial para generar riqueza, desde el punto de vista inmobiliario.

La proximidad del arrabal con el centro de la ciudad, unida a las numerosas conexiones existentes entre ambos puntos y el Aljarafe, hicieron de Triana el blanco perfecto para edificar nuevas viviendas, destinadas a personas pertenecientes a clases sociales que diferían mucho de las presentes, hasta el momento, en esta zona de Sevilla.

Corrales de vecinos. A pesar de la destrucción masiva de corrales de vecinos que se dio en Triana, a partir de la segunda mitad del siglo XX, algunos de ellos resisten al paso de los años gracias a la labor de sus residentes. El Hotel Triana es un ejemplo de corral que se conserva en la actualidad, al estar protegido parcialmente por el PGOU. María José Blanco García

A partir de la segunda mitad del siglo XX, los políticos locales, unidos a las empresas que pusieron sus ojos sobre Triana, llevaron a cabo numerosos movimientos especulativos que trajeron graves consecuencias para el barrio.

Alegando condiciones de insalubridad en los corrales de vecinos, los trianeros que en ellos vivían fueron expulsados de sus hogares por parte de las autoridades. Muchos de aquellos corrales fueron destruidos o modificados de manera agresiva para, en su lugar, levantar nuevas viviendas destinadas a personas con un poder adquisitivo mayor, que pudieran permitirse vivir en un espacio privilegiado como era Triana.

Primer adiós

Los primeros éxodos de trianeros que se dieron en el arrabal, a diferencia de lo que se encuentra establecido en el imaginario popular, no respondieron, al menos de manera predominante, a una cuestión étnica, sino a una cuestión económica.

Andrea Oliver Sanjusto, antropóloga, y nieta de una de las vecinas del barrio que fue expulsada en la primera oleada de movimientos poblacionales, aporta luz sobre esta compleja cuestión desde una perspectiva diferente. “No fue una limpieza étnica, la cual no pretendo blanquear porque sí hubo parte de ello, pero no fue, en esencia, una limpieza étnica, ni solamente eso. Fue una limpieza de pobres”, comenta la antropóloga, haciendo referencia a la expulsión indiscriminada de gitanos y payos que convivían en armonía, compartiendo un mismo espacio, y creando formas de vida comunes materializadas en los corrales de vecinos.

Estos hechos no se dieron únicamente en la zona de la Cava de Triana, a pesar de ser esta la más popular y sonada. Otras partes del arrabal como la Barriada de la Dársena, o el Turruñuelo, también se vieron afectadas por la especulación urbanística e inmobiliaria.

Existe diversidad de opiniones sobre el grado de voluntariedad que presentaron los trianeros que se marcharon del barrio, pues la versión oficial que ofrecían, tanto el Ayuntamiento, como las empresas interesadas en los terrenos, era cuánto menos esperanzadora. Este acontecimiento se presentó como una reubicación de determinadas familias pobres a las que, viviendo en unas condiciones de higiene y seguridad infrahumanas, se les ofrecía la posibilidad de adquirir un nuevo hogar en otro lugar de la ciudad.

Muchos de los vecinos no lo consideraron una expulsión, puesto que, voluntariamente, accedieron a colaborar con el proyecto en vista de que ofrecía un buen futuro a sus familias. Muchas de ellas fueron reubicadas en zonas como el Polígono de San Pablo, Torreblanca, o el Polígono Sur. Barrios recién creados o aun sin terminar, sin servicios mínimos de colegio, hospital, transporte, o alcantarillado.

En consecuencia, personas que estaban acostumbradas a vivir en corrales de vecinos, con unas costumbres y formas de vida poco compatibles con modelos de vivienda vertical, fueron trasladados a bloques de pisos. Rotos aquellos lazos de vecindad, la adaptación resultó extremadamente compleja.

Ángel Vela recuerda esta época como traumática para los trianeros que dijeron adiós a su barrio de toda la vida y decidieron, o se vieron obligados, a emprender un nuevo camino. “Yo tengo amigos que se tuvieron que ir a Madre de Dios y a Torreblanca. Sé que muchos de ellos se acostaban llorando, añorando su corral. Eso del cuarto de baño y la cocina alicatada no les daba la felicidad. La felicidad la tenían en su patio, con sus vecinos, con aquella convivencia. Tú quitas a una persona mayor de su ambiente, la metes en una barriada nueva, donde no conoce a nadie, todo muy frío, con una comodidad que no valoran, porque hay otros valores muy por encima de esa comodidad y, lógicamente, se deprimen”.

Las consecuencias de estos primeros éxodos de la segunda mitad del siglo XX, no solo afectaron a las personas que se fueron. También incidieron sobre el propio arrabal que dejaron atrás, y los vecinos que en él se quedaron, poniendo en juego la identidad e idiosincrasia de uno de los barrios más puros y genuinos que alberga la ciudad hispalense.

Algunos, de manera excepcional, pudieron volver a Triana tras largos años de lucha incansable. Este fue el caso de la abuela de Andrea quien, tras ser expulsada de la Dársena junto a toda su familia y trasladada al Polígono Sur, consiguió décadas después una casa en el Hotel Triana, donde aún reside. Uno de los últimos corrales de vecinos que, a día de hoy, resisten en el barrio al estar protegido parcialmente por el PGOU.

La gentrificación de Triana se fue haciendo cada vez más notable a lo largo de los años 60 y 70 hasta que, en los años 80, la centralidad que adquirió el barrio provocó una subida estratosférica de los precios de la vivienda y el alquiler. En los 90, las viviendas en Triana eran las más caras de la ciudad, después de las del casco histórico.

Así, a pesar de regresos como el anteriormente mencionado, el sentir general de los trianeros que tuvieron la oportunidad de resistir en el barrio desde un principio, auguraba que aquellos éxodos solo constituían el inicio de un largo proceso.

Involución

El barrio de Triana ha ido adaptándose, con el paso de los años, a las exigencias económicas y demográficas de estos nuevos tiempos en los que se encuentra su ciudad. Sin embargo, a pesar de que, a priori, la adaptación se ha llevado a cabo con fines evolutivos, existen voces que la califican de involución.

Pagés del Corro, 11. Este edificio construido en 1888, y restaurado en 2007, posee una de las fachadas más identificativas del barrio. Sus azulejos constituyen un claro homenaje a la popular cerámica de Triana. A día de hoy, alberga en su interior un apartamento turístico. María José Blanco García

La gentrificación, que fue haciéndose cada vez más notable en el arrabal durante toda la segunda mitad del siglo XX, se une, desde hace varias décadas, a la turistificación. Ambos procesos combinados resultan en un cóctel letal para los que viven a esta orilla del Guadalquivir, aunque ésta es una realidad que, actualmente, comparten muchos otros barrios de Sevilla.

“Triana se ha convertido en un parque temático, el único que vive es el turista. Tú sales y no ves una cara conocida, aunque te lleves tres horas andando por el barrio. Imagínate el cambio que es eso de la Triana-Pueblo que yo conocí, a esta cosa que es ahora”, se lamenta Ángel Vela Nieto recordando el ambiente familiar y cercano que se respiraba en este lugar, donde la convivencia entre la población local era ejemplar.

No son pocos los trianeros que, a día de hoy, sufren las consecuencias de esta situación. Andrea Oliver, cuya familia luchó por volver a Triana tras los primeros éxodos, se ha visto obligada a dejar atrás su barrio. La compra de edificios por parte de inversores que acometen reformas integrales de los mismos, ha hecho que los precios del alquiler sean ahora prohibitivos. Después de toda una vida en el mismo barrio, ella es la primera generación de su familia que tiene que marcharse.

“Me he ido de uno de los sectores que más crece en el precio del suelo, que se está convirtiendo en una de las zonas con mayor poder adquisitivo, y que es mi barrio, al más pobre de España, que está en el sector Tres Barrios – Amate. Allí me he comprado mi casa y, ahora, estoy viendo yo los lazos de vecindad, las estructuras de barrio, los comercios locales, y la vida en la calle que yo recuerdo haber vivido en Triana cuando era pequeña, pero que ya se ha perdido”, alega la antropóloga.

Ibán Díaz Parra, doctor en Geografía, ha llevado a cabo distintas investigaciones sobre las causas y consecuencias de la turistificación en Sevilla. Según el experto, el punto en el que la ciudad se encuentra en este momento tiene que ver con la desregulación de los alquileres que se llevó a cabo a partir de 1985, a través del Decreto Boyer.

Entre otras cosas, se eliminaron los topes de precios y se redujo por norma general la duración de los contratos, al permitir que, libremente, las partes contratantes llegaran a un acuerdo conjunto. En consecuencia, se empezaron a dar más garantías al propietario, al tiempo que los inquilinos cada vez lo tenían más difícil. Esto, actualmente, se une al nacimiento de plataformas digitales que facilitan la turistifiación de las ciudades.

Como asegura Ibán Díaz Parra, “surge un dispositivo tecnológico nuevo que, virtualmente, permite que cualquier vivienda en una ciudad se convierta en un alojamiento turístico. Esto resulta en los pisos ofrecidos mediante plataformas digitales. En la actualidad, el mercado de los alojamientos turísticos que se ofertan a través de estos medios es un mercado completamente paralelo y desregularizado”.

De esta forma, aunque es innegable que el sector turístico sustenta gran parte de la economía de Sevilla y sus barrios más conocidos, no se deben pasar por alto sus consecuencias, ni enfrentarlas con resignación.

El periodista y escritor Francisco Correal Naranjo habla sobre la medida en que esta situación afecta a Triana. “La turistificación es un fenómeno que no se puede parar. Por muy fuerte que sea la personalidad de Triana, eso termina afectando a la identidad de cualquier barrio”.

La pérdida de comercios locales, frente a la llegada de franquicias a las que no pueden hacer competencia, es la primera muestra de cómo inciden la turistificación y la gentrificación en la característica personalidad de la que presume Triana. Del mismo modo, la peatonalización de calles como la de San Jacinto, es concebida por muchos trianeros como un greenwashing. Esto quiere decir que las mismas quedan libres de los humos que generan los vehículos, pero ese espacio se privatiza en forma de terrazas que impiden andar libremente a los ciudadanos, o patinetes eléctricos que invaden las calles del barrio.

La contaminación no desaparece, ya que pasa a ser acústica, a través de medidas que, una vez más, favorecen al foráneo en detrimento del local. Andrea Oliver lo resume alegando que “se pierde el derecho a vivir en esta ciudad para los que hacemos ciudadanía”. Así, a situaciones como las mencionadas, es preciso sumar el encarecimiento, no sólo del suelo, sino de los productos básicos, o las dificultades que todo esto supone para los jóvenes trianeros que desean formar una familia en su barrio de toda la vida, viéndose obligados, para ello, a caer en la precarización.

Derecho al arraigo y apropiación del espacio

Cualquier persona puede elegir irse, en este caso, de su barrio, cuando las condiciones que se presenten no le permitan seguir viviendo como desea. Pero, también, debe poder permanecer en él, si le place, haciendo uso de la legitimidad que le concede el haber nacido y crecido en el mismo, sin que nadie tenga derecho a expulsarla y ocupar su lugar.

Silla de enea en una esquina de Triana María José Blanco García

La antropóloga Andrea Oliver se refiere a este concepto y pone de ejemplo su propia situación. “Yo me he ido de Triana, mi barrio, como podría haberme no ido y haberme quedado allí haciéndome notar, porque tengo derecho a ese arraigo. Por eso, tampoco culpo a la gente que, a costa de pagar y aguantar allí como sea, se queda”.

Relacionado con el derecho al arraigo, Ibán Díaz expone la problemática de la no apropiación del espacio. Actualmente, debido a la turistificación, tanto los ciudadanos que se marchan, como los que se quedan tras los éxodos, dejan de apropiarse del espacio en el que viven. “La gente, al no sentir ese espacio como suyo, al sentirse extranjera, lo cuida menos, se preocupa menos por él. Esto está sucediendo en Triana”.

Como solución a esta problemática, Ángel Vela Nieto propone incidir en la sociedad desde la educación. “Triana debería ser una asignatura en los colegios del barrio, porque eso lleva a un conocimiento que las nuevas generaciones deberían tener”. Así, los jóvenes trianeros serían conscientes del derecho que tienen a quedarse en su hogar y apropiarse del espacio que ocupan.

Paralelismos

En la actualidad seguimos asistiendo, irremediablemente, a la expulsión de vecinos de Triana y, aunque los años han provocado que algunos factores se intensifiquen, las características de estas marchas no se alejan tanto como podríamos pensar de las que tuvieron lugar hace siete décadas.

La precariedad laboral generalizada en la mayoría de los sectores, unida a la aceleración de la vida en todos sus aspectos, es una característica determinante de los “éxodos contemporáneos” que están teniendo lugar actualmente en Triana y que afecta, predominantemente, a los más jóvenes. Esto tiene que ver con las dificultades con las que se topan las nuevas generaciones a la hora de buscar un trabajo que les permita seguir viviendo en su barrio de toda la vida, o con lo difícil que puede llegar a resultar adquirir una vivienda en propiedad.

Andrea Oliver hace referencia a lo anterior, basándose en su propia experiencia. “Antes podía haber una esperanza, un ‘pues me busco la vida y veo cómo vuelvo’, aunque en muchos casos se tratara de una fantasía. Ahora te vas, y lo haces con una mano delante y la otra detrás, porque sabes con seguridad que la vuelta es imposible”.

Calle Castilla. La Parroquia de Nuestra Señora de la O, unida a las coloridas fachadas de esta emblemática calle de Triana, contrasta con un cartel que refleja la inmersión del turismo en lo que siempre fue el corazón del barrio. María José Blanco García

Además de consecuencias económicas, la antropóloga destaca que los éxodos a los que estamos asistiendo actualmente llevan consigo un componente cultural que antes no jugaba un papel tan destacado. “El problema es que ahora expulsas y exportas, ya no solamente a la gente, sino también la cultura, trayendo luego de importación cosas nuevas, y la perspectiva romántica de lo que el ‘guiri’ quiere o espera encontrar aquí”.

Se observa, así, una destrucción del patrimonio etnológico más clara en el caso de los primeros éxodos al tratarse de formas tradicionales de vida. En los éxodos actuales, esta eliminación de formas de vida se une a una eliminación del uso del espacio público.

A pesar de las diferencias de contexto entre aquellas marchas del pasado siglo y las que están teniendo lugar ahora, existen paralelismos muy marcados respecto a sus causas. La lógica que se sigue, en ambos casos, es la de extraer el máximo beneficio de la propiedad, aumentando las rentas. En definitiva, quien paga más se queda con el espacio. “Si antes la clase media pagaba más que la gente que tradicionalmente había habitado Triana, se la quedaba. Si ahora el turista paga más que la clase media, la clase media se puede ir yendo también”, expone sobre esto Díaz Parra.

Coincide con el geógrafo, el periodista Ángel Vela. “Ahora mismo hay muy pocos trianeros en Triana. La gente que hemos tenido la suerte de poder quedarnos somos unos afortunados, estamos aquí como el resultado de un milagro. Dos hermanos míos se pudieron quedar en Triana, pero cinco se tuvieron que ir fuera, porque vivían en casas que echaron abajo. En distintas épocas es la misma tragedia, el resultado es que la gente de aquí se tiene que ir”.

Francisco Correal definió a Triana como un barrio que convive permanentemente con el exilio y el desarraigo, aunque la esencia de este arrabal se mantiene viva en la gente que, cerca o lejos de él, ha formado parte de su pasado, y construye su presente. Sin embargo, es imprescindible que realidades como las expuestas se traten y se pongan en conocimiento de la ciudadanía, ya que, como dice la frase atribuida al poeta y filósofo Ruiz de Santayana, “el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”.


*Fuente: https://www.elsaltodiario.com/ciudad/triana-se-fue

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