A menudo, los días grises y lluviosos nos desvelan un sentimiento hogareño, ganas de acompañarnos de los nuestros, de darnos mimos, de pausar nuestra atención hacia lo que nos produce bienestar en cuanto a nuestras necesidades más básicas. Sin embargo, cuando las circunstancias no nos lo permiten, esos días pueden llegar a resultar un verdadero tormento y preservar la calma ante la adversidad y lo desconocido, se vuelve nuestro mejor aliado.

Ya habían transcurrido días desde que Julián y sus dos hijos, Sira y Helio, habían quedado atrapados en el caserón familiar a causa del temporal que azotaba la comarca. El caserón se alzaba colina abajo entre dos valles y su acceso, ahora impracticable, lo dibujaba una pedregosa pista agreste por la que sólo era posible el tránsito utilizando algún tipo de vehículo todoterreno. Estuvieron trabajando a pleno rendimiento tratando de reforzar el aislamiento del caserón, cubriendo con pasta de jabón las goteras a medida que iban apareciendo y, puesto que el tendido eléctrico estaba fuera de servicio, también fabricaban velas caseras con la parafina que Julián siempre guardaba para el insecticida que preparaba para proteger sus cultivos. Así, apenas les quedaba tiempo para relajarse. Tanto fue así, que en lugar de ello las discusiones entre los hermanos terminaron por ser el plato fuerte casi a diario, con las improductivas intervenciones de Julián tratando de motivar algo de paz entre sus hijos.

Como cabía esperar, después de otra de aquellas húmedas mañanas, tratando de pegar bocado a algún trozo de pan duro de los que ya iban escaseando, los ánimos terminaron de agotarse y Helio rompió a llorar. El pequeño lo hizo de una forma realmente escandalosa y Julián y Sira, abandonaron de inmediato sus respectivas multitareas y se mantuvieron junto a Helio en silencio, aunque visiblemente dispuestos a prestarle cualquier ayuda que las pausas de su llanto les hicieran entrever. Esa fue la gota que colmó el vaso, valga la expresión en éstas circunstancias. Una vez que el niño hubo terminado su explosión de profundo malestar, los tres se dieron por vencidos con respecto al mantenimiento insaciable del caserón. Ninguno se había pronunciado al respecto hasta ese momento, asumían las labores que se iban presentando, sin embargo, en su fuero más interno estaban verdaderamente desesperados.

Pero ¿cómo desistir cuando se trataba de su hogar?, no era una cuestión nada fácil de abordar. Estuvieron intercambiando ideas y diferentes propuestas durante el resto de la mañana, sin reparar en que el agua se iba abriendo paso entre las paredes al tiempo que la familia tomaba una decisión. Cuando quisieron darse cuenta, era tarde para contener la sobrecogedora cantidad de huecos por los que caía el agua a borbotones. Sus miradas se cruzaron con la urgencia de encontrar en otros ojos una solución. No había tiempo para poner el grito en el cielo otra vez, ahora lo inminente era salir de aquel caserón. Hacerlo suponía un acto de valentía, obligados a actuar sin dejarse llevar por las emociones que les habían estado desbordando todos esos días, dando como resultado a una situación mucho peor. Al proponérselo, su miedo se fue convirtiendo en tesón y determinación para afrontar aquella situación límite.

Entre los tres, consiguieron echar abajo la puerta de la azotea y una vez allí, utilizaron una de las ventanas para encaramarse al tejado. Así fue como en pie, sobre el techado, quedaron estupefactos al ver cómo los valles que colindaban con el caserón se habían convertido en furiosas corrientes de agua. Varios helicópteros de salvamento recorrían la comarca y la familia no tardó en ser vista, para uno a uno ser rescatados y puestos en lugar seguro. Tapados hasta los ojos por las mantas que, como a ellos, también les habían repartido a todo el que se refugiaba en aquel pabellón de emergencias, los tres rompieron a llorar. Pronto, esas lágrimas dieron paso a carcajadas de risa que, finalmente, se deshicieron en sendas muestras de cariño entre los tres. No sabían cuánto tiempo podrían haber resistido en el caserón en aquellas circunstancias, lo que sí admitieron fue la importancia de analizar las situaciones antes de actuar por la inercia del miedo.

Sin embargo, el llanto desesperado del pequeño Helio supuso un golpe de realidad y de toma de conciencia, expresar sus emociones les había salvado literalmente la vida a los tres. No reprimir nuestras emociones ni dejar que nos desborden es todo un reto, la diferencia entre actuar de un modo u otro reside siempre en nuestra capacidad de análisis.

marta pérez fernández revista rambla

Amante de la música y las letras. Apasionada por el dibujo y el deporte. Estudié música, comencé con cuatro años y toqué el violín hasta cumplir los dieciocho. Desde entonces, Londres, Barcelona y Madrid han supuesto grandes experiencias vitales. Escribo porque tengo mucho que decir y necesidad de comprender.

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