El hombre doméstico tiene que ser más silencioso y dócil, más sumiso que el mejor de los lectores. El modelado del hombre, su domesticación, su conversión en un ser encerrado en los estrechos límites de la domesticidad burguesa. Un hombre entre pucheros que ha dejado de ser señor ¿es una figura posible? No hablo de una figura de la conciencia desdichada sino de una figura posible, pensable, representable.
Imaginemos por un momento a ese hombre en un anuncio. Lo vemos en el gran cartel de la autopista de acceso a la ciudad el domingo por la tarde. Volvemos al atasco universal pero aún soñamos con el tiempo que llega hasta el lunes por la mañana. Hay filas de automóviles con esquíes en el techo, sillas de bebés, compras de productos de la zona, bolsas de aseo, maquinillas de afeitar y secadores de pelo de viaje, los jaboncitos del hotel que ordenaremos al lado de otros jaboncitos del hotel resecos. En medio de todo ello ÉL, un hombre en un anuncio. Un gran plano de un hombre doméstico en un inmenso panel publicitario de autopista. Recordamos que en el anuncio del televisor lleva unos bonitos zapatos de piel recién estrenados para bailar en su cocina. Nos encanta su pirueta, esa que hace con los brazos en alto y los ojos mirando al techo. Está contento. Espera la llegada de su esposa. Al fondo, el niño en su sillita lo mira admirado, como miran los niños que aún no entienden nada.
El hombre doméstico surgió hace muchos siglos. Su historia es la historia de una larga aventura que comienza en la civilización griega. Algunos hombres no quisieron embarcarse en las naves para hacerse héroes de epopeya. Prefirieron la contemplación y se hicieron filósofos. Empezaron a hablarse y escribirse los unos a los otros. Escribieron tragedias –una forma de discutir- diálogos –una forma de hablarse por escrito-, cartas, sentencias… y de estas maneras se declaraban su amor los unos a los otros. Componían una fratría perfectamente homoerótica. Se amaban los unos a los otros. Los romanos descifraron toda su correspondencia y así entablaron una relación con los griegos. Se amplió el círculo. Cada vez eran más los que se querían. Desde ahora –estamos en el helenismo- ya podía considerarse greco-romano. Con la edad media parte de todo esto cayó en el olvido y el amor se traslado al interior de los monasterios. Escribanos y copistas hicieron bellos libros en los que los hombres hablaban, discutían, se declaraban sus amores y sus odios de manera ordenada, estructurada en argumentos y contraargumentos. La polémica se saldó con la firma de pactos. Los hermanos se transformaron en seres civilizados renacentistas cuando descubrieron un lugar en el que seres sin alma podían trabajar para ellos. Sus desavenencias masculinas se trasladaron al otro lado del océano y ellos empezaron a dejar constancia escrita de que formaban un club selecto. En efecto, la fantasía sectaria de su solidaridad quedó bien manifiesta en la proliferación de sociedades exclusivas y clubes elitistas.
Hasta este momento las mujeres no existían pero en este momento ellas se acuerdan de que es posible existir. Ellas también montan clubes y salones pero solo para sus horas libres. Las bellas artes florecen de tal manera que toda Europa parece un jardín perfumado.
He aquí el origen del hombre doméstico. El resto de la historia es de sobra conocida.
Hemos conseguido tener paciencia en cada semáforo. Hemos encontrado una plaza libre de aparcamiento al lado de un contenedor de basura del que un sin techo intenta extraer algo de mercancía puesta fuera de circulación. Hemos llegado a casa.
Ahora vamos con nuestra viejecita. Vive desde la edad media en una hondonada protectora que los picos afilados y escarpados de las montañas decidieron dejar habitable. Sé que vive allí y esta tarde he estado buscando su casa. Si la lluvia que a veces corre como una cortina lo permite, puede verse desde un bucle del camino. Hoy es el último día de la temporada de caza. La fratría cazadora buscaba jabalíes pero la lluvia les desdibujó la expedición. Cargan sus fusiles en sus coches todoterreno. Hoy no cazaron nada. Yo busqué todos los bucles del camino. Me detuve en cada uno con la intención de divisar la casita de la vieja. La lluvia cayó en vertical, en horizontal, barrió las montañas en forma de agua nieve, se abrió paso en los desfiladeros, ocultó y desocultó las cumbres nevadas.
En los tranquilos lugares el violento tumulto se licúa como la cera. Ahí la vida parece estar hecha para seres encantadores y silenciosos, seres retirados de la historia como mujeres. Pero yo no he encontrado a mi viejecita.