Se conoce que anduvieron resbalosas las mujeres del PSOE. Y dieron – o provocaron – algún que otro desafortunado traspiés. Las palabras de Víctor Gutiérrez, responsable del área LGTBI del partido, enfatizando así su apoyo a la “Ley trans“, han levantado un enorme revuelo en las filas socialistas… y más allá. Venía a decir este reciente fichaje estrella que había sido necesario apartar de sus responsabilidades a unas cuantas trasnochadas feministas que entorpecían la adopción de dicho proyecto, pero que todo estaba ya en orden para sacarlo adelante. Las disculpas, obligadas, no tardaron en llegar. Hubo que reconocer que, sin el compromiso del feminismo militante, difícilmente se hubiesen alcanzado los avances en derechos civiles para gays y lesbianas de que hace gala España. Sin embargo, el daño estaba hecho y prevalecía un mensaje: “Este cotarro lo hemos manejado siempre los hombres. Y sí, en un momento de debilidad, aflojamos las riendas y algunas mujeres se nos subieron a las barbas. Pero, ya las hemos puesto en su sitio”. ¿Exagerada percepción? En absoluto. El transgenerismo va de eso: de poner a las mujeres “en su sitio”.

Haciéndose eco de esas tensiones, el digital “República” afirmaba: “Estalla el enfrentamiento entre el colectivo LGTBI del PSOE y las feministas del partido”. Un titular muy inexacto. Las feministas socialistas, por lo que se ve, no andan a la greña con ningún colectivo, sino con la misoginia y el machismo rampantes que usurpan esas siglas. Y es que nos hallamos ante una paradoja. Impugnando la realidad material inmutable del sexo biológico, el transgenerismo no sólo amenaza las conquistas de las mujeres, sino que cuestiona también la homosexualidad – la atracción hacia personas del mismo sexo – e incluso la propia transexualidad. ¿Cómo se entiende que semejante corriente de pensamiento se haya atrincherado en organismos que se definen por la defensa de esos colectivos? La explicación última surgirá sin duda de una clarificación en sus propias filas. Me atrevería, no obstante, a aventurar una hipótesis: estos marcos están mayoritariamente dominados por hombres – las lesbianas han ido quedando relegadas a un segundo plano e invisibilizadas. Y, probablemente, por hombres cuya posición económica y cultural les permite vivir su orientación sexual desde una posición de relativa comodidad, al abrigo de las discriminaciones y manifestaciones de homofobia que persisten en nuestra sociedad. Homosexuales o heterosexuales, todos los hombres hemos sido socializados en una cultura patriarcal, de preeminencia y violencia larvada contra las mujeres. Lo gay no quita per se lo machista, sólo la conciencia puede hacerlo. Y las condiciones materiales de existencia determinan en gran medida la conciencia. Así, determinados segmentos expresan un suerte de homopatriarcado, potenciado por el triunfo del individualismo y el mercantilismo neoliberal. Es lo que refleja, por ejemplo, la actitud de quienes recurren a los vientres de alquiler – es decir, a la explotación reproductiva de mujeres pobres -, convencidos de que sus deseos son fuente de derecho. El desfile del Orgullo en Madrid acogió este año un nutrido cortejo, casi exclusivamente formado por hombres, que exhibían a sus hijos recién comprados y reivindicaban el recurso a la “maternidad subrogada” – sin que los organizadores de la marcha objetaran nada respecto a la celebración de una práctica delictiva. El delirio queer pretende instaurar la tiranía del deseo. De ahí su éxito entre quienes habitan esa burbuja hedonista. Para ellos, las feministas son unas impenitentes aguafiestas.

Cada vez más gays se van percatando de la manipulación de que son objeto. El anagrama LGTBI no para de incorporar letras e “identidades”… “Q”, “A” y todo lo que dé la imaginación. La confusión generada de este modo no es inocente, sino que desdibuja luchas progresistas históricas, las falsifica y las utiliza con una finalidad retrógrada. La homosexualidad no es ninguna “rareza” (queer), las orientaciones sexuales (LGB) se sitúan en un plano distinto al de una anomalía física (I)… Y todo ello es a su vez distinto de las manifestaciones de disforia, más allá del enfoque que se dé a ese fenómeno. Racionalmente, no tiene sentido referirse a ese mosaico de realidades como un “colectivo”. Pero la mezcla entre lo objetivable y lo etéreo sirve para borrar la materialidad del sexo y afirmar la preeminencia del sentimiento. En nuestra sociedad patriarcal, son las mujeres – el sexo oprimido – quienes necesitan aferrarse al reconocimiento de esa materialidad para defenderse, pues sobre ella se yerguen la injusticia y la violencia que sufren por parte de los varones. Estos pueden permitirse fantasear, a base de estereotipos, con convertirse en mujeres; pueden invadir sus espacios. E incluso tratar de arrebatarles, merced a la ciencia, su entidad biológica como hembras de la especie humana… Nada de eso subvierte, sino antes bien conforta, la posición dominante de los hombres. He aquí, en última instancia, por qué son las feministas quienes están dando la voz de alarma contra el transgenerismo… y por qué a los hombres nos está costando tanto captar el peligro que representa.

Es saludable que la gente “salga del armario” y viva su sexualidad con plenitud. Muy al contrario, la izquierda debería encerrar en un armario la cultura woke y tirar la llave. La obsesión por lo políticamente correcto hace que nos den gato por liebre. Quien se atreva a cuestionar las leyes trans, alertando acerca de su impacto en la coeducación o en la salud de los menores, será inmediatamente acusado de transfobia. Quien advierta de la colonización por parte del lobby transactivista de entidades que surgieron para combatir la discriminación de gays y lesbianas, se arriesga a ser tachado de homofobia. Sea. Pero ya es hora de ir llamando a las cosas por su nombre. El machismo se manifiesta tanto en una reunión de cuñados como en el Pride. No. Las feministas no tienen problemas con ningún colectivo. Ni en el PSOE, ni en ningún otro sitio. Tienen problemas con la misoginia… y con la indiferencia de los hombres de izquierdas. Veremos qué pasa con la tramitación de la Ley Trans en el Congreso de los Diputados. Veremos también qué voces atiende Yolanda Díaz en el proceso de escucha que acaba de iniciar. La izquierda en su conjunto aún no es consciente del traspiés que puede dar como no se sacuda a tiempo el confeti y el brillibrilli.

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Barcelona, 1954. Traductor, activista y político. Diputado del Parlament de Catalunya entre 2015 y 2017, lideró el grupo parlamentario de Catalunya Sí que es Pot.

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