L’eau argentée – Syria autoportrait. Estamos ante una de las películas más impactantes de 2014, distribución limitadísima en salas, posibilidad de verla en plataformas digitales, opción fundamental para ver la gravedad de sus imágenes al ritmo de asimilación que cada uno sea capaz de soportar. No hay manipulación que valga, más que la producida por la composición artística del cineasta en la sucesión de las escenas, las imágenes son reales, tan reales como que proceden de grabaciones caseras, filmaciones con móviles, y, a partir de un momento dado, de la correspondencia video epistolar seguida a través de YouTube por ambos codirectores, Osama Mohammed refugiado en París y Wiam Simav desde la barbarie de Homs, uno de tantos cementerios vivientes de este mundo que no para de causar muerte y destrucción y cuyo futuro aparece, cada día, más colapsado, Mohammed compone la película y Simav desconoce el resultado hasta que lo consigue ver en una presentación parisina, es una obra a dos voces, a dos cámaras, donde el ojo se multiplica, el producto es colectivo, pero la idea primaria es individual.

Crítica de L’eau argentée – Syria autoportrait

En los últimos años, hemos asistido a muchísimas películas que parten de la misma idea, reflejar la realidad a partir de grabaciones anónimas, muchas de ellas, por no decir la práctica totalidad, en países árabes, dígase la revolución verde, la revolución de Taksim, la revuelta en Irán antes del segundo triunfo de Ahmadineyad y la salvaje represión durante y después de aquellos hechos…… Lo que nunca había visto antes había sido la capacidad de crear poesía con imágenes desde el horror y el miedo. No es película para sensibilidades a flor de piel, la sociedad occidental se regodea en la desgracia ajena sometiendo al individuo a una especie de duelo colectivo ante accidentes o atentados cuando las víctimas son “de los nuestros”, si median 4 ó 5 mil kilómetros de distancia parece que estamos dotados de un alto grado de hipocresía para no sentir el más mínimo dolor por el sufrimiento ajeno.

A las puertas del Mediterráneo la barbarie viene sucediéndose desde hace cuatro años, uno de los pocos sátrapas de la zona de influencia del mundo árabe que ha sobrevivido a lo que, inicialmente, eran revueltas populares contra las dictaduras, ha sido Al Assad, el dictador hereditario de Siria, y en Siria se desarrolla este documental de inspiración poética creado con las imágenes captadas por 1001 sirios y sirias, del inicio de la revolución, de apariencia democrática y liberadora, a la progresiva aparición del fundamentalismo religioso, de un  país autodeclarado laíco, pero salvaje en la represión del disidente político, a la implantación de un régimen que progresivamente va dominando más zonas del país con una inspiración milenaria, retornar al siglo VII a base de sangre y fuego.

Impacta ver a animales esqueléticos devorándose unos a otros, impacta, como no puede ser de otra manera, comprobar cómo el sadismo humano no tiene límites, es más que probable que el recital y conjunto de imágenes pudiera ser aún más tenebroso, más sanguinario, más destructor. Lo que se ve es suficiente y revelador, somos alimañas regodeándose del dolor ajeno, las razones por las que una persona decide grabarse mientras humilla, golpea, asesina o sodomiza a otra se me escapan, todo indicaría que lo que supone barbarie debería tratar de ser ocultado, que nadie lo sepa, que nadie me incrimine. Salvo que busques notoriedad, hacer méritos en tu tribu, te sientas impune y recompensado cuanto más salvajemente te comportas, o directamente trates de crear miedo en la población, permitiendo la difusión de las imágenes.

Durante muchos meses los telediarios hablaban de la barbarie del régimen sirio cuando era el enemigo a abatir, ahora que el Assad se ha convertido en aliado necesario para frenar o desgastar el avance de la horda integrista del estado islámico, sus tropelías, sus crímenes, sus bombardeos a la población civil han desaparecido de las noticias. En L’eau argentée, título original junto con el título en árabe, y que alude al nombre traducido de la codirectora de la película (otra vez los franceses poniendo su dinero y su industria para permitir que el cine de verdad tenga eco y tenga cómo hacerse), la sensación de miedo, de terror, de que en cualquier momento puedes ser destruido invade los sucesos que contemplamos, sucesos a los que la voz añade el elemento misterioso, el elemento de reflexión. Si para Simav todo resulta inexplicable, incluso hasta el momento en que jugándose la vida, decide empezar a filmar en la calle con su videocámara o desde su casa antes de abandonarla por los bombardeos, acompañada de un niño para quien cruzar una calle se convierte en un ritual sangriento a la espera de que el francotirador no esté presente o no quiera disparar, para Ossama, desde París, lugar en el que se queda cuando es advertido de que las primeras imágenes que exhibió en Cannes en 2012 pueden provocar su desaparición y ejecución si decide regresar a Damasco, lo inexplicable es que, estando libre y seguro, se siente prisionero entre cuatro paredes, rodando únicamente desde su ventana el cielo plomizo de París y la impenitente lluvia de una ciudad que no es la suya.

El diálogo entre ambos es desolador porque apenas queda solución, al plano casi inicial en el que se recoge el corte del cordón umbilical de un recién nacido, se le amputa rápidamente toda esperanza mediante las imágenes de tortura a un adolescente en calzoncillos repetidamente golpeado por las fuerzas de seguridad de la dictadura. Hay preguntas, pero apenas hay respuestas, no puede haberlas, como no hay respuestas para que los soldados se filmen en los descansos de los combates o disparando, o se autofilmen ejecutando, agrediendo o vejando a la población, “no lo busques porque no lo vas a encontrar” les dicen a unos padres que buscan a un hijo detenido, “si no tienes más hijos manda a tu mujer y nosotros te ayudamos a hacer más”. L’eau argentée es la suma de las iniquidades del género humano, es Siria, pero no habrá guerra en el mundo que no permita recopilar imágenes similares, el subtítulo de autorretrato no deja de ser de lo más acertado, son sirios recogiendo imágenes de sí mismos, animales y personas reventadas, poblaciones demolidas, manifestaciones que dejan regueros de sangre y docenas de cuerpos tirados en la calle al ser dispersadas con fuego real disparado para acertar en el objetivo.

Las 1001 y una noches e Hiroshima mon amour como referentes culturales de esta película, una película en la que Simav tiene la necesidad de seguir contando por qué mientras cuente, hable con sus alumnos, exhiba películas de Chaplin en una escuela improvisada (ay, rememorar Los viajes de Sullivan desde la desgracia) cuide de su hijo, visite las tumbas, seguirá viva, habrá superado un día más, “Hiroshima….” Es el referente conceptual y visual de Ossama, tras salir de la proyección de esta película mantiene una conversación con un joven que quiere abrir un cineclub en un barrio de la ciudad, las recomendaciones o ideas de Ossama no son lo importante, lo fundamental es que a ese último recuerdo de una conversación le sigue la grabación de una imagen en la que el cuerpo del joven cinéfilo es arrastrado por otros ciudadanos tras recibir un disparo mortal, las consecuencias de una guerra se reproducen 70 años después en otro continente, en otra religión, en otro espacio, pero igualmente desolador, el cine sirve como escape y como garante contra el olvido, en la sociedad de la imagen ésta puede volverse insoportable. “’L’eau argentée” es una de las grandes propuestas de este año.

Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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