La sociedad occidental hunde su idiosincrasia en el humus de las tradiciones cristianas, que de un modo u otro perviven en la actualidad, ora en su trasfondo de creencias ora en una superficialidad ritual y festiva. De ahí que la Navidad, conmemoración del nacimiento de Cristo, haya sido tema iconográfico y argumental destacado de todas las manifestaciones artísticas de esta parte del mundo, las cuales, a su vez, han servido como efectiva vía de propagación de su mensaje piadoso. Pero los productos de la creatividad humana surgidos de tal inspiración pueden ser admirados más allá de cualquier significado religioso, a tenor tan solo, si se quiere, de sus valores puramente estéticos, conceptuales o narrativos. Buen ejemplo de ello brindan las piezas literarias que a continuación se comentan.
El teatro sacro
A finales de la Baja Edad Media (siglos XII-XIII), con el cristianismo difundido y asentado ya en toda Europa, la Navidad se convirtió en tema recurrente del teatro popular. Al igual que los frescos pintados en los muros de las iglesias, las obras representadas servían para instruir a la plebe analfabeta en uno de los episodios clave de la historia sagrada.
Esta tradición dramática navideña pervive aún en numerosas manifestaciones folclóricas locales, tanto en diversos países del Viejo Continente como en América Latina, y tiene en España un destacado testimonio medieval: el Auto de los Reyes Magos, escrito en verso y de autoría anónima, hallado en los archivos de la catedral de Toledo. Los estudiosos han datado esta pieza a mediados del siglo XII. No se conoce una obra teatral más antigua en lengua española.
A las puertas del Renacimiento, el teatro navideño español alcanzó su dimensión culta en las obras de Gómez Manrique (1412-1490), autor de La representación del nacimiento de Nuestro Señor; Gil Vicente (1465-1536) y Juan del Encina (1468-1529).
Poesía para todas las edades
Precisamente a Juan del Encina se debe la aportación del villancico a la literatura navideña. Esta canción de origen profano y posibles raíces mozárabes, que en sus inicios solía interpretarse mediante polifonía, fue adaptada con gran versatilidad no solo al teatro sacro, sino también, en su modalidad más sencilla, a las celebraciones navideñas de la plebe. El villancico, que ha tenido infinidad de cultivadores anónimos, suele narrar historias costumbristas en las que participan personajes evangélicos junto a tipos populares.
Por otra parte, grandes poetas en lengua española de todas las épocas se inspiraron en las tradiciones navideñas, o tomaron su ambiente o valores como pretexto para algunas de sus composiciones en verso. Cabe destacar a Lope de Vega (1562-1635), con Duerme, mi niño; sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695) y su Romance a san José; Gabriela Mistral (1889-1957), autora de A Noel; César Vallejo (1892-1938), con Nochebuena; Gerardo Diego (1896-1987), autor de Canción al Niño Jesús; y Álvaro Mutis (1923-2013) y El festín de Baltasar.
Uno de los episodios más célebres del relato navideño, la adoración de los Reyes Magos de Oriente ante el portal de Belén, dio asunto a los poemas Los tres reyes magos, del nicaragüense Rubén Darío (1867-1916); La travesía de los Reyes Magos, del británico T. S. Eliot (1888-1965); La adoración de los Magos, del español Luis Cernuda (1902-1963); y El camello cojito, poema de Gloria Fuertes (1917-1998) destinado al público infantil.
Títulos clásicos del cuento navideño
Sin duda alguna, el cuento es el rey de la literatura navideña. De hecho, muchos estudiosos consideran que los propios Evangelios no son más que tal. Y al estilo de los cuatro textos canónicos, la historia del relato de tema navideño está plagada de fantasías de diversa especie, donde conviven humanos y seres sobrenaturales, fábulas que suelen ser muy del agrado de los niños.
Durante los siglos XIX y XX, el relato de Navidad se decantó por tres vertientes temáticas principales: el apólogo de intención moralizante, ensalzador de los ideales de hermandad y generosidad ligados a la fiesta; el ejercicio de nostalgia, ligado al elogio de la inocencia infantil; o una combinación de los dos anteriores. Resultó frecuente, además, que relatos de una u otra orientación se aderezasen con notas costumbristas, que también se podían amalgamar con elementos fantásticos y sobrenaturales.
El modelo y espejo de todos los relatos navideños es la Canción de Navidad (A Christmas Carol) del británico Charles Dickens (1812-1870). Este autor criticón con severidad las desigualdades sociales de su tiempo, denunciadas en novelas inmortales como David Copperfield y Oliver Twist. En Canción de Navidad también mostró su preocupación por las condiciones de vida de los más humildes, pero lo hizo esta vez en forma de apólogo moral y respaldado por la fuerza simbólica de la fantasía. ¿Quién no conoce el argumento de la pieza?: un patrono avaro, Ebenezer Scrooge, es visitado en Nochebuena por los espíritus de las Navidades pasada, futura y presente, que logran conmoverlo para que mude de carácter y practique la filantropía. El relato ha conocido diferentes versiones cinematográficas.
Otro cuento ya clásico de las fechas navideñas es El cascanueces y el rey de los ratones, del alemán E.T.A. Hoffmann (1776-1822). Narra la fabulosa historia de un muñeco con forma de soldado, que sirve para romper la cáscara de las nueces; la figura toma vida en Nochebuena, vence en una guerra al rey de los ratones y acaba casándose con la niña de la casa, Marie, a quien hace dueña y señora de un fabuloso país habitado por muñecos y repleto de árboles de Navidad y palacios de mazapán. Esta narración es más conocida por su adaptación musical, el ballet Cascanueces del compositor ruso Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893).
A la pluma del danés Hans Christian Andersen (1805-1875) debemos La vendedora de fósforos, historia de una niña pobre que subsiste vendiendo cerillas. En la última noche del año muere de frío en plena calle mientras ve caer una estrella, señal de que «un alma se eleva hacia el cielo con Dios», para ir a un lugar donde «no hay frío ni hambre». Al igual que Dickens, Andersen denunció en este cuento las miserables condiciones de vida que sufrían tantos niños de la época, y se sirve de la desgracia de su protagonista para alzar la voz en demanda de la compasión de las clases altas de la sociedad.
Menos conocido que La vendedora de fósforos, El abeto es otro cuento de temática navideña de Andersen. Su protagonista es un árbol de Navidad abandonado, que recuerda sus años de juventud pasados en el bosque. El autor aborda así la tristeza de las personas que pasan en soledad estas fiestas cuyo carácter familiar se recalca hasta el agotamiento, y muestra la necesidad de amor y consuelo común a todos los seres humanos.
El gigante egoísta, del gran autor británico Oscar Wilde (1854-1900), incorpora al relato la propia figura del Niño Jesús. Un gigante malhumorado levanta un muro para que no entren los niños a jugar en su jardín. Sin la chiquillería, los árboles se marchitan y la desolación cae sobre la casa. Triste, el gigante derriba el muro y la primavera vuelve junto con los niños. El protagonista siente especial cariño hacia uno de los chicos, el más pequeño de todos, que repentinamente deja de visitarlo… Volverá al jardín muchos años después, por Navidad, cuando el gigante ya es anciano. Entonces, el dueño de la casa se percata de que el niño viene herido en las palmas de las manos; ruge de rabia y quiere tomar venganza, pero el chiquillo lo tranquiliza, explicándole que esas son las heridas del amor. Al día siguiente aparece muerto el gigante, bajo un árbol y cubierto de capullos blancos.
Uno de los grandes autores de la literatura rusa, Anton Chéjov (1860-1904) se sumó con Vanka a la lista de escritores que cultivaron este subgénero navideño. La historia resulta amarga: el protagonista, el niño Vanka, pasa la Nochebuena escribiendo una carta a su abuelo, en la que le pide que lo lleve con él a su aldea natal, para librarse de las duras condiciones de vida que le reporta su trabajo como aprendiz de zapatero. La súplica del muchacho se equipara al llanto de los niños que no tienen la Navidad feliz que otros sí pueden disfrutar, y, como en los casos de Dickens y Andersen, trasluce en este texto una vibrante reivindicación de la justicia social y la protección de la infancia.
A finales del siglo XIX, el pastor presbiteriano estadounidense Henry Van Dyke (1852-1933) publicó uno de los cuentos navideños más leídos en Norteamérica: El otro rey mago. Se trata de la historia de Artabán, el cuarto mago de Oriente, quien se retrasó en su camino hacia Belén porque se detuvo a socorrer a un moribundo. Canto a la caridad y la compasión, este relato es muy valorado por su cuidada ambientación histórica y orientalista.
La aportación de otros autores
Ya en el siglo XX, un coetáneo y compatriota del anterior, O. Henry (William Sydney Porter, 1862-1910) escribió sobre la costumbre del presente navideño en El regalo de los Reyes Magos: la pieza narra los planes de dos recién casados que quieren sorprenderse mutuamente con un vistoso regalo, aunque disponen de poco dinero, y en un tono evidentemente moralizante ensalza la generosidad como virtud entre los esposos. Sin embargo, el destino no tiene reparos en burlarse de los cónyuges, puesto que la esposa vende su cabello para adquirir una cadena de platino destinada al reloj de oro de su marido, y este vende el reloj para comprarle a su mujer un neceser con peines y otros utensilios con los que cuidar su hermosa cabellera. Borges ensalzó a O. Henry por su habilidad para los finales inesperados; méritos literarios aparte, otro cantar es el mensaje moralizante de este relato, un tanto chocante si consideramos que su autor tuvo serios problemas con la justicia, debido a delitos económicos.
Dos relatos de Truman Capote (1924-1984), Un recuerdo navideño y Una Navidad, están protagonizados por Miss Sook, una solterona, y el niño Buddy, quien no es otro que el propio autor. Ambos cuentos evocan el rostro más amable de la Navidad, cuando esta adquiere las facciones de las personas que tratan con generosidad a su prójimo; además, en el segundo de estos textos se ofrece una caritativa explicación sobre la verdadera naturaleza de Papá Noel, que podrá servir a muchos padres cuando tengan que desvelar a sus hijos la verdad sobre el fabuloso personaje («Por supuesto que existe Papá Noel. Solo que es imposible que una sola persona haga todo lo que hace él. Por eso el Señor ha distribuido el trabajo entre todos nosotros. Por eso todo el mundo es Papá Noel. Yo lo soy. Tú lo eres. Incluso tu primo Billy Bob»).
A esa misma evocación nostálgica se suman La Navidad de un niño en Gales, del británico Dylan Thomas (1914-1953), y el Cuento de Navidad del ruso Vladimir Nabokov (1899-1977), con la peculiaridad de que este último incorpora la figura del ausente, esta vez por su condición de exiliado.
Desde Perú, Ciro Alegría (1909-1967) aportó su particular contribución al cuento navideño con Navidad en los Andes y Misa de Gallo. Dos historias también autobiográficas, como los recién comentados relatos de Capote, que rebosan nostalgia de la niñez y expresan con maestría los sentimientos de apego y amor que un niño siente hacia sus padres. Cabe decir que el padre de Alegría se declaraba ateo, pero celebraba la Navidad en su hogar por la ilusión con que sus hijos la vivían.
Hay que recordar igualmente a otros escritores en lengua castellana, activos en nuestros días, que también han cultivado el relato navideño: los colombianos Héctor Abad Faciolince y Santiago Gamboa, los españoles Elvira Lindo y José Ovejero, el peruano Santiago Roncagliolo, el argentino Andrés Neuman y el mexicano Élmer Mendoza.
Algunos casos particulares
J. R. R. Tolkien (1892-1973), mundialmente conocido entre los jóvenes –y no tan jóvenes– por las fantasías épicas de El Señor de los Anillos, El hobbit y El Silmarillion, contribuyó a la literatura navideña con una obra epistolar, Las cartas de Papá Noel, que son recopilación de las misivas escritas a sus hijos en nombre del ficticio personaje, acompañadas con dibujos de su propia autoría. Textos e ilustraciones dan fe –nunca mejor dicho– de la poderosa imaginación del autor y lingüista británico.
No por ser pretendido espejo de virtudes está la Navidad exenta de vicios y formalidades incómodas, y autores hubo que desmitificaron la forzosa alegría que, se pretende, embarga a las personas con motivo de estas fiestas. Bien lo ilustró el gran Chéjov, a quien volvemos de nuevo para recordar El suplicio del Año Nuevo, cuento en el que despliega su cáustico humor en la sátira de uno de los hábitos navideños que pueden convertirse en más engorrosos, como es el intercambio de visitas de cumplimiento entre amigos y parientes. Otra figura de las letras universales, el premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014) destacó los aspectos más hipócritas de esta celebración en Estas Navidades siniestras, cuya primera frase constituye todo un resumen de la obra: “Ya nadie se acuerda de Dios en Navidad.”
En cuanto al mestizaje con otros géneros, también hay buenos ejemplos. De la mano del estadounidense Ray Bradbury (1920-2012), la ciencia ficción se coló en su Cuento de Navidad (1920-2012). Lo propio hizo Agatha Cristhie (1890-1976) con el relato de intriga criminal, plasmado en las novelas El pudding de Navidad y Navidades trágicas, protagonizadas las dos por el detective Hércules Poirot. Y el mismo ambiente de intriga y crímenes compartió El ladrón de la Navidad, de Mary Higgins Clark y Carol Higgins Clark.
Periodista, fotógrafo, escritor e investigador.