Estaba escuchando que El Rey León consiguió el récord de ventas de entradas sobre El Fantasma de la Ópera, que los ayuntamientos de Catalunya se revolucionaron, que Gallardón dimitió. Pero por primera vez en los últimos años las noticias eran como el paisaje africano en Memorias de África, en realidad no interesaban a nadie.
Estaba escuchando que El Rey León consiguió el record de ventas de entradas sobre El Fantasma de la Ópera, que los ayuntamientos de Catalunya se revolucionaron, que Gallardón dimitió. Pero por primera vez en los últimos años las noticias eran como el paisaje africano en Memorias de África, en realidad no interesaban a nadie.
Me quedé perpleja cuando un WhatsApp le recordó a mi hijo de 15 años lo que debía contarme. Volviendo de la escuela había visto un hombre con un cuchillo clavado en la espalda. Allí comenzó una guerra de información incontrolada. Los adolescentes con sus grupos comenzaron a ser como la Agencia Efe, pero mucho más imaginativa, al menos antes de que le dijesen mariquita a Rajoy.
Me cogió un histérico ataque de pánico materno. No podía seguir a mi hijo y sus amigos, la rapidez de la información o desinformación, que viene más al caso, no me dejaba tomar ninguna decisión sensata. Vi comprometido mi trabajo de madre.
Hice lo que creí más razonable, encendí la tele.
Ya había cinco víctimas de un acuchillador que parecía que agredía al azar.
“Que te lleve en coche el abuelo, tú al básquet en bici no vas.” Primera decisión tomada bajo la influencia del pánico.
Al otro día me levante a las seis y media volví a encender la tele. No lo habían detenido.
A las diez de la mañana mi WhatsApp hervía. Sobre todo el grupo de los padres de alguna extraescolar de esas que hace mí hijo. Mensaje de XX: “moro tenía que ser”. Ese fue mi termómetro para comprender lo que estaba pensando la buena gente.
El Facebook era una jaula de grillos. Pasé de conectarme a Twitter. La tele seguía siendo mi referente: sé que la tele en estos casos sólo da aquellas noticias que no nos hacen entrar en pánico, sobre todo es más lenta y la información es parcial. Yo no necesitaba saber si el susodicho era negro, blanco, amarillo, morenillo o desteñido. Tampoco necesitaba conjeturar sobre los porqués de las agresiones. Lo único que quería saber era si lo habían pillado.
El pánico evito mi xenofobia y mi racismo.
El caso es que mucha gente sin miedo, desde el calor del hogar, se dedicó a atizar el fueguito del racismo en las redes. Y algún medio les dio una mano.(1)
Por la tarde detuvieron al hombre (2). Mi hijo volvió a su vida normal y finalmente dejé de ser sólo madre para volver a ser persona. Eso implicó enfrentarme a las diez mil memeces colgadas en las diversas redes.
Biológicamente al hombre/mujer con miedo le sube la adrenalina, corre, escapa. Pero lo que he visto ha sido mucha testosterona. Mucho envalentonado mandando a los musulmanes a su país ¿A cuál país y a qué musulmanes? Pues no lo sé. Ellos, creo yo, que tampoco. Al final todos son “moros”. Cuando nuestra comunidad es atacada tendemos, como animales que somos, a reaccionar de dos maneras: correr a encerrarnos o defender atacando. Por lo visto estos días hubo muchos atacando y defendiendo. Pero hoy en el occidente europeo las guerras se liberan en tres sitos: el estadio, los platós de Tele 5 y las redes sociales. Cultura mediando se supone que estos instintos se pueden controlar. Pero parece que nuestra cultura tiene una base xenófoba enquistada.
Estamos ante el peligro de la crisis, las reacciones son siempre contra lo que no conocemos realmente, o lo que conocemos de manera parcial. Así hemos tenido que leer que hay gente que en su vida no ha visto a nadie pedir tanto como a los miles de inmigrantes que hay en Lleida (3) ¿no será que la población inmigrante es la que primero se queda sin trabajo cuando hay crisis? Otros cuentan su experiencia con los subsaharianos que le han robado, denuncia mediante, el tipo esta fuera en dos horas ¿La justicia sólo es laxa para los moros, negros y sudacas? Igual que las ayudas (4). Opiniones como estas intentan racionalizar u objetivizar el racismo basándose en parcialidades. El racismo es algo que está ahí, latente, pero no es genético. Se puede educar en la diversidad. Ello comporta un aprendizaje muy largo que debe provenir de la familia como célula primordial en interacción con la sociedad y sus instituciones. Pero el desprestigio institucional es tan grande que ya puede salir por la tele el alcalde Ros diciendo que no debemos ser xenófobos que se lo pasaran por el forro.
A veces me canso de hablar de racismo y xenofobia, porque en realidad pienso como Tar Ben Jellou (5), porque no existe el racismo, sin una base potente de clasismo. Así nos da completamente igual que la camiseta del Barça diga Qatar. Los jeques ponen la pasta y se vuelven al barquito de 60 metros de eslora que amarran en el Puerto Olímpico. Pero resulta que el currante que tenemos tomando el té en el bar del barrio a las diez de la mañana, porque pasa los lunes al sol, ese, ese es un yihadistas. El racista nunca se ha puesto a pensar que el jeque practica la diplomacia de los petrodólares. Hoy paga una camiseta del Barça, mañana subvenciona una guerra, una guerra que produce verdaderos yihadistas. Fabricados a gusto de USA.
Luego hay quien cree aún que el racismo es biológico, que lo llevamos en la sangre:
“XX XX @94XXXX Ser racista és com a qui no li agraden els gossos. Tot són gustos. #DATODATO #iSinoUsAgradaUnfollow! Ah i #MencantenElsGossos”
Este tipo de jóvenes, como @XX XX94, viven en el país de los Teletubbies, o en el de Instagram que es lo mismo. Si la muchacha del ejemplo se encontrase un día a una señora rica y prepotente, una señora tipo Espe, esta señora la despreciaría por pobre, por «choni«, por «chav«, que queda como más fino en inglés (6). Pero esta joven prefiere seguir la guerra entre desheredados. Y obviamente estará encantada de que Qatar Airways continúe pagando camisetas al Barça.
Después de tanto despilfarro de agresividad el malo de nuestra película era un logroñés estudiante de medicina. Un neonazi. (7)
A partir de esta noticia las actitudes no cambian, simplemente se justifican: lo que más abunda es la gente con sentido común, el del bar: “es que los moros no se integran” Disculpen pero ¿no es la frase más pelotuda que han oído? Primero les pediría que me definiesen integración. Por lo que he dilucidado, integración para esta gente, es que el inmigrante extracomunitario tenga los mil y pico de euros al mes que sirven para los gastos de casa, cole, alquiler, en un barrio que no sea el Centro Histórico, por supuesto, y que disponga de un margen de doscientos euros anuales para participar en una peña en el Aplec del Cargol.
Estas justificaciones inconsistentes apoyan a los movimientos racistas y xenófobos. Aquellos que nacen de la ignorancia organizada y se componen de flojedades mentales, inseguridades y falta de recursos alternativos a la violencia. Ignorancia, flojedad mental, inseguridad y violencia se han conjugado en la cabeza de este estudiante de medicina y ha encontrado su lugar en los movimientos neofascistas ¿Dónde si no?
Ahora mientras escribo hay una manifestación de UCFR en frente de la Diputación de Lleida en contra del racismo y la xenofobia. Porque además de haber conseguido a nuestro criminal neonazi, también tenemos una población solidaria.
Estoy gratamente sorprendida, de que la gente no sea tan fácil de matar o bien que este tipo sea un gran inútil.