Manifestantes que enfrentan a la fuerza de policía la tarde del 6 de agosto de 2011, alrededor de las 22:00, hora local.

Una de la madrugada. El ruido es insoportable. Las sirenas de policía se comen el aire. Imposible dormir. Abro la ventana de mi cuarto. Están aquí. Han llegado a Islington. Unos quince encapuchados. Jóvenes. Uno alza la cabeza y señala una de las ventanas de mi edificio, mirando a una chica. “Y tú qué coño miras, me he quedado con tu cara, vendré a por ti.”

Londres no puede dormir. Al caer la noche la rabia se despierta. Los violentos salen de sus casas con su uniforme reglamentario: sudadera negra, pasamontañas y barra de metal. Es la hora de descargar odio. Como una plaga de insectos que se extiende al oscurecer. Son jóvenes, muy jóvenes. Gritan. Amenazan. Destrozan todo lo que encuentran a su paso.

Lo que comenzó siendo una manifestación pacífica por la muerte de un chico por un disparo de la policía ha acabado en un auténtico caos. Desde el sábado pasado, la tensión se respira en el aire. Casi se puede cortar. Robos en cada tienda. Coches, autobuses e incluso edificios incendiados. Londres se acuesta temblando una noche más, por miedo a despertar envuelta en llamas.

La ciudad entera está indignada. Es el oportunismo en persona quien se ha apoderado de las calles. Los encapuchados no se mueven por unos ideales. No reclaman nada, sólo destrozan y roban. Esto no es una protesta, es vandalismo en estado puro. Falta de respeto, de educación y de moral. Chicos anti-todo que han aprovechado el desconcierto para descargar sus frustraciones personales contra la sociedad.

Vilma Dunylaite, de 30 años, empleada de una tienda Subway, estaba trabajando el lunes por la noche en la zona este de la ciudad cuando un grupo de jóvenes pasó por delante de su tienda y lanzó una de las mesas de la terraza contra la ventana del local. “Fue cuestión de segundos. Rompieron el cristal y salieron corriendo porque la policía los perseguía.”

Los encapuchados no son tontos. Tiendas de móviles y videojuegos, supermercados y centros comerciales son el objetivo. Orange, Game, G-Star, LIDL. Se llevan ropa de marca, televisores, I-phones e incluso vuelven a casa con carritos de la compra llenos hasta reventar. Este parece ser su nuevo hobby.

Janine Boshoff, de 30 años, residente en Londres, comenta a Revista Rambla: “Me gustaría saber dónde están sus padres. Hace un rato he ido a visitar a una amiga que trabaja en la tienda Office y estaba cerrada y totalmente tapiada. Esta situación es ridícula. Hoy es mi cumpleaños y ni siquiera podré salir a celebrarlo.”

De día, la gente intenta hacer vida normal. Pero al anochecer todo el mundo se va rápido a casa. “Oh, dios. Todo esto es horrible. Me voy ahora mismo. Estoy demasiado asustada”, dice una residente del barrio de Bayswater.

Al cuarto día de infierno, la policía británica ha duplicado el número de efectivos. La situación parece perder intensidad en el centro de Londres pero ciudades como Manchester o Birmingham se han convertido ahora en el epicentro del mal. Sabemos cómo ha amanecido hoy Inglaterra. Pero nadie sabe cómo se acostará.

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