Brasil cuenta desde hace una semana con un nuevo vocablo y dos incógnitas. La nueva palabra que está monopolizando el debate mediático, social y político brasileño es rolezinho. La primera incógnita a desvelar es saber si detrás de este término se esconde un fenómeno
Brasil cuenta desde hace una semana con un nuevo vocablo y dos incógnitas. La nueva palabra que está monopolizando el debate mediático, social y político brasileño es rolezinho. La primera incógnita a desvelar es saber si detrás de este término se esconde un fenómeno como el que dio origen el pasado mes de junio, a. las mayores protestas registradas en el país desde hacía décadas
La segunda incógnita: confirmar si esa posible explosión social estalla este fin de semana como algunos vaticinan.
Nada en principio hacía pensar que esa hipótesis pudiera llegar a plantearse. De hecho, el fenómeno del rolezinho ─literalmente, un paseíto o una vueltecita─ no es más que una simple convocatoria para encontrarse y pasear por un centro comercial, promovida en las redes sociales por jóvenes de la periferia urbana de São Paulo. Lejos de denunciar el capitalismo y la cultura consumista,los asistentes a estas citas, que están llegado a reunir hasta 6.000 personas, no buscaban más que pasear en grupo por uno de esos grandes templos del ocio que para los brasileños son los shopping; pasarlo bien en un encuentro que rompa la virtualidad de Facebook, propiciar algún flirteo y subrayar una visibilidad demasiado amenazada todavía por la exclusión social y urbana.
El fenómeno comenzó a detectarse en 2012, en muchos casos promovido por usuarios de Facebook con miles de seguidores en la red social que organizaban una cita para encontrarse con sus fans. Poco a poco estas reuniones se fueron consolidando como una opción de ocio en la que los jóvenes recorrían en grandes grupos los centros comerciales, cantaban provocativas letras de funk o rap, o realizaban pequeños gestos de irreverencia como gritar o correr por los pasillos. Hasta ahora solo se habían producido incidentes menores como algún hurto aislado de ropa o zapatillas de marca. Eso sí, la irrupción de los grupos de jóvenes era vista con suspicacia y temor por parte del público que habitualmente acude a estos centros comerciales, básicamente familias de clase media ascendente, así como por los responsables de los establecimientos. De hecho, algunas tiendas optaban por bajar sus persianas cuando se acercaba la hora marcada para el rolezinho y en algunos casos la Policía intervino para desalojar a los participantes, aunque sin que se produjeran graves casos de violencia.
Todo eso parece haber cambiado tras los incidentes registrados el pasado sábado en São Paulo, cuando efectivos de la Policía Militar procedieron a disolver con gases lacrimógenos y balas de goma al millar de jóvenes que se había congregado en el centro comercial Itaquera. La acción policial se saldó con seis jóvenes detenidos, dos de ellos menores. Ese mismo fin de semana otros centros comerciales de la capital paulista conseguían órdenes judiciales declarando ilegales estas concentraciones y amenazando con multas de hasta 10.000 reales (más de 3.000 euros) a quienes incumplieran esas disposiciones.
Sin embargo, lejos de frenar el fenómeno, las medidas represivas han ayudado a propagarlo más, incluso fuera de São Paulo, con rolezinhos de solidaridad. Por ello, algunos medios temen que se vuelva a repetirse un efecto amplificador como el vivido en junio cuando la represión policial a una marcha contra la subida del transporte público fue el detonante de la explosión de protestas que encendió e país. Especialmente teniendo en cuenta que muchos analistas dan por hecho una nueva oleada de protestas, especialmente conforme se aproximen las elecciones presidenciales en las que Dilma Rousseff aspira a revalidar este año su mandato. Por ello, no faltan voces alarmistas que advierten del potencial riesgo de vandalismo que se esconde detrás del rolezinho. En este sentido, la derecha mediática, que ya intentó desacreditar la fase de las protestas del año pasado criticando la supuesta violencia y radicalización de sus protagonistas, no ha dudado en destacar que el nuevo fenómeno podría dar nuevas alas a la actuación de grupos anarquistas como el Black Bloc, que vienen siendo estigmatizados en los últimos tiempos.
Por lo pronto, lo cierto es que los últimos hechos y la proyección mediática que han tenido, lejos de debilitar el fenómeno parecen haberle dado nuevos bríos. Así, solo en São Paulo hay convocados por las redes sociales cuatro rolezinhos para este próximo sábado, incluyendo uno en el Shopping Itaquera. Además hay previsto encuentros similares las próximas semanas en numerosas ciudades brasileñas como Rio de Janeiro, Brasilia, Rio Grande du Sul, Santa Catarina o Pernambuco. Frente a esto los centros comerciales de todo el país están tomando iniciativas judiciales, como las que prohibieron algunas de estas concentraciones, al tiempo que exigen medidas a las administraciones públicas para que refuerce policialmente la vigilancia. Sus gestiones, además, han llevado a clausurar algunas de las webs desde las que se efectuaban las convocatorias.
Sin embargo, algunas de estas medidas, junto con la reacción policial, han resultado en algunos casos contraproducentes. Y es que, en la práctica, resulta difícil de justificar actuaciones que restringen el acceso a unos centros comerciales que, aunque privados, se han proyectado en el Brasil desarrollista y consumista como el único espacio de ocio seguro en unas ciudades donde los desequilibrios sociales existentes siguen provocando niveles de inseguridad preocupantes. En la práctica, esto supone que el único modo de evitar un rolezinho es interceptando, expulsando o prohibiendo la entrada de los sospechosos, esto es: jóvenes con estética funk, mayoritariamente negros y procedentes de la periferia urbana. Esto ha llevado a diversos movimientos sociales a respaldar las convocatorias de los próximos días, al tiempo que denuncian el apartheid racial y social que, sin proponérselo, el fenómeno ha puesto de manifiesto.
Sin embargo, no son pocas las voces que cuestionan el supuesto trasfondo reivindicativo de unos comportamientos que son fruto del éxito económico. El rolezinho sería, en última instancia, hijo de la llamada Clase C, esos millones de brasileños que escaparon de la pobreza extrema durante la década de gobierno del Partido de los Trabajadores, para integrarse en una precaria nueva clase media, cuyos ingresos medios de unos 1.700 reales mensuales (540 euros) les sitúan todavía a años luz de la clase media consolidada. Para ellos, el progreso social se manifiesta por la capacidad de integrarse en la sociedad de consumo, aunque sea a costa de endeudarse pagando a plazos con la tarjeta de crédito. Un sector social ascendente y, además, ávido por marcar distancias con los sectores sociales más empobrecidos, una obsesión que explicaría, por ejemplo, su gusto por la ropa y los calzados de marca que destaquen su ascenso.
Una clase media precaria que ve en su acceso al consumismo y al centro comercial su definitiva integración al modelo social consolidado en los últimos años. El resultado final es una juventud de clase C que estaría reivindicando su visibilidad en el corazón simbólico de un sistema que, como pondría de manifiesto el rolezinho, los sigue recibiendo todavía con no pocas dosis de desconfianza y prejuicio.