La historia nos ha concedido pintoras magistrales, ocultas, a menudo, por la alargada sombra de artistas misóginos, narcisistas o presuntuosos. Uno de esos casos es el de María Blanchard, una pintora exquisita, con obras que enmudecen a cualquiera, por su personal manera de entender y expresar el arte, que permaneció en segundo plano de la vanguardia, pese a superar en muchos casos el estilo, la estética y la expresión de sus coetáneos. Una vida de amargura, pero también de lucha, superación y ternura.
A esta pintora de Santander, nacida, curiosamente, el mismo año que Picasso, en el seno de una familia burguesa, se la conoce como la pintora jorobada (así la define Lorca) debido a la malformación de columna que torturó su cuerpo desde que se gestaba en el vientre de la madre. Fue entonces cuando la mujer, embarazada, sufrió un aparatoso accidente que afectó gravemente al feto. Durante toda su vida, Blanchard (quien toma el apellido materno, de origen francés) tuvo que sufrir el rechazo de todos aquellos que no la aceptaban por su aspecto físico.
Esta circunstancia condicionó en parte su vida, pero su fuerte personalidad y su enorme valor humano y artístico le sirvieron para ganarse el respeto de sus compañeros, convirtiéndose en la gran dama del cubismo. Y es que María Blanchard ha sido y sigue siendo todavía hoy la gran desconocida del grupo de artistas que consolidaron la renovación artística a principios del siglo XX. Tras estudiar arte y pintura en Madrid, visitó en diversas ocasiones París -incluso con una beca- para perfeccionar su técnica. Hasta que en su tercer viaje decidió establecerse definitivamente en Montparnasse y no volver a España.
Así que fue en París donde María Blanchard alcanzó su madurez artística, al lado de otros genios y amigos, convirtiéndose en una de las pocas mujeres que se inició en el cubismo. Destaca su enorme calidad y originalidad, con unos cuadros que evocan un sentimiento doloroso, con una violencia inusual. En París encontró su hogar, su refugio, el esplendor, junto a leales compañeros como Diego Rivera, con quien llegó a compartir taller. Nunca sin dejar de generar admiración y respeto.
Como decimos, la deformidad, el deterioro físico, la incapacidad para engendrar, marcaron la obra de Blanchard, generando un lenguaje de especial sensibilidad que termina por atrapar al espectador, generando una mezcla de admiración y empatía. La propia María Blanchard llegó a decir: «cambiaría toda mi obra… por un poco de belleza». Quizá por ello existan tan pocas fotografías de la pintora. Y es que María Blanchard soñó siempre con la belleza y el único modo que tuvo de alcanzarla fue pintado.
Llama la atención que tras su fallecimiento, la familia Blanchard retiró todas sus obras expuestas en las grandes galerías franco-belgas, relegándolas a la oscuridad, hecho que dificultó el conocimiento de su legado artístico. Actualmente, parte de su obra se encuentra expuesta en el Museo Reina Sofía, donde los visitantes contemplan impávidos la maestría de la pequeña María Blanchard, la verdadera gran señora del cubismo.