Aún faltaban quince minutos para la hora acordada, cuando se abrió la puerta del estudio de Ràdio RSK y apareció Mario Ortiz, vecino de Nou Barris y autor del libro ‘Ruido de fondo’ (Ediciones del Pájaro temprano), su ópera prima. El veranillo de San Martín definitivamente había pasado a mejor vida: a pesar del sol brillante, los rayos llegaban con suma tibieza y la mañana, en resumen, resultaba fría, muy fría. Para protegerse de estas bajas temperaturas, Mario Ortiz vestía un abrigo y una gorra calada, semejante a la que uno se imagina que lucían los trabajadores al salir de las fábricas en los años 30.
Tras los “buenos días”, Mario hizo una breve referencia a la noticia de la mañana: el espacio aéreo cerrado a causa de la huelga de controladores, centenares de miles de personas atrapadas en los aeropuertos y el gobierno declarando el estado de alarma y acudiendo a los militares para reconducir tal desgobierno. No supe qué contestar: ya intuía bastantes problemas esa mañana como para preocuparme del estado de alarma de nadie.
Así que opté por hacer lo que se acostumbra en estos casos, es decir, ofrecer algo de beber. “¿Cerveza? ¿Agua?”, pregunté. “¿No tendrías algo más fuerte? Para entrar en calor…”. En el tiempo en que preparé unos vodka con cola, Mario Ortiz se entretuvo husmeando el lugar, familiarizándose. Era como un felino en territorio extraño. Por cierto, nada de gato doméstico, si no un felino de gran tamaño: alto, desgarbado, mestizo, quizá resultante de algún cruce entre leopardo y pantera.
Después de mi primer trago, y en lo que dura un escalofrío, comprendí que debía sacar algo en claro de ‘Ruido de fondo’, procurando, a ser posible, que el gran felino con el que me encontraba encerrado no me cercenase un brazo.
Las influencias de Mario Ortiz
A menudo, citar las propias influencias es un recurso para sembrar el camino de pistas falsas a la caza de lectores desprevenidos, adornando un trabajo que, después de todo, tal vez necesite adornos. No es el caso de Mario Ortiz, hombre leído, que en ‘Ruido de fondo’ no esconde -porque no podría- ni sus influencias literarias, ni de ninguna otra clase. Es un ejercicio de honestidad, que empieza por sus influencias y no parece tener fin.
“[Sobre “La línea de sombra”, de Joseph Conrad] Cuenta una tragedia de un viaje por mar, cuando él obtiene el título de capitán, que va a sacar del atolladero a un barco. No es la tormenta típica, si no la calma chicha la que devora a la tripulación. No es el pánico en la tormenta, si no la desesperación en la calma chicha”.
“Ruido de fondo” se enmarca en la literatura de raíces norteamericanas, en particular, la que se dió en llamar ‘beat generation’, con Kerouac, Ginsberg y Burroughs (si bien él rechazaba pertenecer a esta generación) como principales estiletes. Es a este último, Williams S. Burroughs, al que Mario se remite con frecuencia: Burroughs, nieto del inventor de la calculadora sumadora impresora, que encarnó en su persona una vida disoluta, apasionante, repleta de sombras y experiencias límite; Burroughs que, junto a Rimbaud, Cèline, Henry Miller, Kerouac y otros ilustres nombres, ha pasado a figurar en la lista de ‘escritores malditos’.
¿Se siente MarioOrtiz a gusto con esta etiqueta? “No, en el fondo no. Todos tenemos algo de malditos. Dijésemos que depende en el sentido que lo tomes. Yo, por ejemplo, durante muchos años he tenido una vida muy oscura, y quieras que no, parte de ello tiene la culpa las historias de Burroughs, por ejemplo, que me llenaron de curiosidad, pero no sé qué se puede entender por ‘maldición’. A mí me gusta mucho la gente sobre todo, y el lado oscuro que tenemos todos. Ése que no queremos que vean, que mostramos en pocas ocasiones, lo mezquinos que podemos ser los humanos y lo sublimes al mismo tiempo. Ese pasear entre una emoción y otra, tan contradictoria, que llevamos todos los humanos dentro”.
“Ruido de fondo”, por otro lado, bebe de la novela negra, y aquí las referencias tampoco faltan: Raymond Chandler, Luis Mateo Díaz, Vázquez Montalbán, y “La verdad sobre el caso Savolta”, de Eduardo Mendoza. Una apreciación: no es osado considerar que la huella de novela negra que más nítidamente se aprecia en “Ruido de fondo”, sea, por encima de tramas y enredos, el característico humor inquebrantable de un protagonista contra un destino adverso. “El humor ni siquiera es un mérito propio. Mi padre era una persona con gran sentido del humor, a pesar de que tuvo una vida jodida. Así que creo que es genético más que una habilidad mía, pero pienso que el humor como recurso, cuando se han de contar temas que especialmente te duelen, facilita, al menos a mí, que puedas transmitir cosas que, de otra manera, es muy complicado. Hay cosas muy duras que como no las cuentes con un poco de humor, se convierten en un desgarro tal que…”.
Leyendo a Mario Ortiz, a uno le viene a la cabeza la obra de Charles Bukowski. Ambas comparten un marcado carácter autobiográfico, de un tono vital parecido, familiar, y si bien el entorno de las historias de Bukowski se centra en Los Ángeles de la década de los 70, no es descabellado suponer lo cómodo que un tipo como Bukowski habría estado en Nou Barris, “el distrito de los corazones rotos” en palabras de Mario Ortiz, en este principio de siglo XXI. “Bukowski también las pasó putas y ¿qué humano no las ha pasado putas alguna vez en su vida? Salvo millonarios y reyes, el resto… El rollo de que no sabes qué vas a comer, o no tienes para fumar… De acuerdo, hay algo de Bukowski, por el rollo de que se trata de reflejar esa batalla cotidiana… Uno relata esa angustia, esa improvisación,… Que llega un amigo y ¡coño, ese día comes!”.
Sobre ‘Ruido de fondo’ de Mario Ortiz
“Procuro que sea algo que no tengo previsto lo que inicie la narración y la condicione, porque me gusta la espontaneidad y el rollo, no automático de los surrealistas, pero sí eso de decir: tengo un cuento que contar y no sé por dónde empezar. Eso es como hacer un viaje que no sabes a dónde vas a ir. Es una aventura, para mí, es una aventura por mar, como la que habría hecho Elcano”.
Hasta aquí, todo ha sido más o menos fácil. Hemos sorteado con habilidad y gracia (o sin ellas) el espinoso tema de hablar sobre “Ruido de fondo”. Sin embargo, es el momento de plantarnos, reunir valor, decir basta y afrontar este delicado trance. Referirse a “Ruido de fondo” sin caer en lugares comunes, clichés y tópicos se hace complicado: desgarrador relato de desesperación, viaje iniciático, una temporada en el infierno, lenguaje urbano y canalla, etcétera, etcétera. “A mí lo que me gustaba era que se viera el proceso […] Mi propio proceso. Es una experiencia terrible para un ser humano, sobretodo si sale bien de ello -que no todos salen bien, hay quien se queda colgado- y esto era, como experiencia humana, lo digno de relatar y lo que creo que había que conservar […] El tipo de gramática, esa construcción extraña de las frases, ese ir y venir, que reflejara un poco las circunstancias de la persona que está escribiendo, que lo que hace es contar su propio desvarío […] y, como desvarío, éste no está mal”.
La literatura acostumbra a modelar un tipo de vida, digamos, ideal: con personajes principales y secundarios, y sobretodo, unos obstáculos que superar, objetivos por conseguir, unas moralejas que aprender y una línea temporal que, experimentos al margen, permite seguir la historia de cabo a rabo. Es el intento de poner orden literario al caos de la vida. Lo primero, pues, que llama la atención de “Ruido de fondo” es que, incluso con una cronología que hilvana los hechos narrados, el caos se apodera del relato; en esas circunstancias, el lector se las ve y se las desea para alcanzar a comprender.
“Empecé a escribir por necesidad, y quizá ahora sea una mezcla denecesidad y placer […]”Ruido de Fondo” está escrito por necesidad. En un 80% por necesidad y en un 20% por decir “bueno, por si acaso algún día me puedo acostar con ella…”. Está escrito para ligar. Está dedicado a una persona en concreto, que además me odia las tripas, lo que no deja de tener su gracia: contra más escriba, peor. Bien mirado, todo lo que tiene el acto creativo de “Ruido de fondo” empezó siendo un impulso irrefrenable y se acabó convirtiendo en un desvarío, intentando tirarle los tejos a una mujer… Pues es lo que soy: lo que yo he tratado en “Ruido de fondo”, al fin y al cabo, es una reafirmación de lo que uno es. Para bien y para mal […] El cabrón del libro, soy yo”.
POST SCRIPTUM
“Los viajes se completan interiormente, y los más atrevidos, no hace falta decirlo, se hacen sin moverse del sitio” (“El coloso de Marusi”, Henry Miller)
Mario Ortiz, poeta y escritor, muestra en “Ruido de fondo” un vasto mundo interior que, igual que una sala de espejos, devuelve la imagen de uno mismo, alterada, deformada, hiperbólica. Su principal valor es ser el testimonio de un hombre contra las cuerdas, recogiendo uno a uno los jirones caídos, resistiendo y sobreponiéndose. “¡En fin! Llevarlo con dignidad es la mejor opción. Si no, que pruebe otro y me lo cuente” (“Ruido de fondo”, Mario Ortiz).
También posee el genio antropológico, histórico y social, de relatar en primera persona las condiciones de vida en un contexto determinado: un barrio obrero de Barcelona en los albores del siglo XXI. La lectura de “Ruido de fondo” apela al compromiso del lector: en muchos pasajes de la narración, las sombras se adueñan del ánimo. No hay lugar para la indiferencia o el cinismo: la voz en primera persona, casi siempre a punto de quebrarse, sirve de guía a quien lee, a pesar de dejar bien claro que la meta del viaje es, para uno y otro, incierta. “Lo que hace daño es lo que queda dentro. Entonces, básicamente, se trataba de que nada quedara dentro […] Si no quieres falsificar nada, entonces sí que hay que echarle huevos […]A la hora de escribir, que te importe una puñetera mierda lo que pueda pensar nadie, si no buscar la autenticidad”.
Para saber más sobre Mario Ortiz, visitad: http://el-ruido-de-leomiller.blogspot.com/
Para escuchar la entrevista entera, visitad: http://lafleca.wordpress.com/