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Como el desaparecido J. D. Salinger -muerto en enero de 2010-, el poeta y narrador mallorquín Miquel Bauçà i Roselló (1940-2005) se convirtió en un misántropo y se encerró en un piso que ni amigos ni editores conocían. Su relación con ellos era el apartado de correos que da título a esta pieza. El anonimato, la invisibilidad, la soledad, la literatura y el alcohol, fueron las vías de exorcizar los fantasmas de la esquizofrenia que le rondaban desde muy joven.

Las circunstancias de su muerte dispararon la leyenda de poeta maldito, de escritor de culto que solo conocían unos pocos iniciados. Desde que en 1998 su obra cumbre El Canvi –una especie de diccionario, de mil páginas, de aforismos pero con el ritmo de una novela- recibiera el premio “Serra d’Or”, su obra creció y los críticos se encontraron con una obra enigmática, onírica, a veces extraviada, pero profundamente filosófica e espiritual. Claro que como Bauçà tenía la escritura como una terapia personal, escribía mucho y sin corregir. Quizá su automalditismo (perdonen el palabro que me acabo de sacar de la manga) ha oscurecido una valoración más ponderada de su obra última, más extraña, irregular y desbordada que nunca. En la narrativa tiene obras notables como la novela experimental Carrer de Marsala, que en 1985 obtuvo el “Premi Ciutat de Barcelona” y que fue traducida al francés como La différence. Novela que con su catalán genuino y depurado en lo esencial, cautivó a los que estaban cansados de una literatura fácil y de consumo rápido.

altPero como les decía, su muerte, al principio, ocupó las páginas de sucesos y no las de literatura. El 3 de enero de 2005, los Mossos d’Equadra, alertados por los vecinos que se quejaban de un fuerte olor, se personaron en un piso de la calle Marqués de Sentmenat del barrio de Les Corts de Barcelona. Tras forzar la puerta se encontraron el cuerpo del poeta en avanzado estado de descomposición. Había muerto por causas naturales en diciembre. Pero no acabó aquí la cosa, ya que durante un mes permaneció el cuerpo en el instituto forense sin que su cadáver fuera identificado, hecho que me recuerda lo sucedido con el arquitecto Antoni Gaudí. Una llamada anónima alertó a los familiares y a la prensa.

Pero ni Salinger ni Bauçà fueron los únicos escritores que buscaron el anonimato o se ocultaron tras seudónimos y personalidades inventadas. El caso del autor del Tesoro de Sierra Madre, Bruno Traven es el más conocido, pero hay muchos más, como el de Maurice Blanchot, pero eso es otra historia.

Como me picaba la curiosidad por saber quién podía estar utilizando el apartado de correos que un día fue de Bauçà, ni corto ni perezoso escribí una carta. A vuelta de correo recibí la respuesta: Causó baja en el apartado.

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