A más de 3.000 kilómetros de distancia, Abdul Yousfan sigue el conflicto sirio como si todavía estuviera allí. Dejó su país hace cuatro décadas por estudios y ahora, desde la otra punta del Mediterráneo, vive la masacre que sufre su pueblo con intensidad. Cada dos sábados, Abdul se reúne con otros compatriotas para manifestarse contra el régimen de Bashar al-Assad. La marcha, que se repite desde hace diez meses, va desde la Plaza de Catalunya hasta la Plaza de Sant Jaume en Barcelona. En ella se respiran todas las esperanzas que la comunidad siria en el extranjero tiene depositada en el levantamiento, pero a la vez, se recogen todos sus temores.
Y es que, según cuenta, las instituciones diplomáticas del país árabe actúan como un servicio de inteligencia para controlar a los opositores. El miedo que Bashar al-Assad inculca en la población se extiende mucho más allá de las propias fronteras sirias. Esto explica que muchos sirios que hoy viven en España no quieran manifestarse contra el régimen por temor a represalias. Abdul trabaja como médico en Barcelona y, desde que estalló la revolución en su país, se ha sentido identificado con el levantamiento por “oposición al régimen dictatorial”. En este sentido, afirma sorprendido que nunca se había imaginado que el pueblo sirio pudiera dar el paso para derrocar al gobierno de Bashar al-Assad. No obstante, recuerda los intentos por parte de los Hermanos Musulmanes de plantar cara al régimen de Hafez al-Assad, padre del actual presidente de Siria, y que acabó con una auténtica masacre en Hama (1982) de más de 50.000 muertos. A diferencia de aquel movimiento, Abdul señala que lo que ocurre actualmente en Siria es una revuelta popular espontánea. “No hay ninguna organización que se pueda hacer responsable de lo que está teniendo lugar en las calles de las ciudades sirias”, confirma.
Abdul tiene a toda su familia en Siria, a excepción de su mujer y sus cuatro hijos, que viven con él en Barcelona. Él no puede entrar en el país por estar en desacuerdo con el régimen. Cuando le preguntamos si ha pensado en traer a España a algún miembro de su familia, afirma que “para reclamar una vida digna, se ha de hacer desde la patria de uno mismo”. Desde la lejanía, es muy difícil saber qué ocurre exactamente en su país. “Principalmente, me informo a través de Internet y las redes sociales, porque no hay ningún medio de información autorizado en Siria, excepto los que están controlados por el gobierno”, afirma. En este sentido, destaca el ataque que están sufriendo los periodistas internacionales. “El mundo tiene que obligar a Bashar al-Assad a que deje entrar a organizaciones de derechos humanos y a que los medios de información extranjeros puedan trabajar libremente”. En cuanto a la comunicación telefónica con su familia, dice que es prácticamente imposible: “Me comunico con un sobrino que viaja a Jordania por trabajo y me cuenta cómo están las cosas en la familia, la ciudad…”. De allí, le cuentan que la situación es muy precaria. “La gente vive muy mal, con unos recursos muy limitados. No hay grandes empresas, ni grandes industrias. Sólo hay trabajo en el campo”. Abdul destaca el empobrecimiento de la población, incapaz de tener una mínima capacidad de ahorro: “La gente vive al día. Además, los sueldos no están garantizados. Los funcionarios llevan tres meses sin cobrar, lo que agrava la situación”.
El problema socioeconómico en Siria se pone a prueba con la falta de abastecimiento de las ciudades, que la gente combate compartiendo los recursos de los que dispone. En este sentido, Abdul comenta que “el Estado ha dejado de suministrar trigo a las ciudades. Existe un gran control sobre todo lo que sale y entra en ellas, principalmente, productos básicos”. La represión de Bashar al-Assad se extiende a todos los ámbitos, desde las cárceles, donde hay cientos de personas sin registrar, hasta hospitales. Además, muchos de los métodos utilizados son, verdaderamente, crueles, como por ejemplo, el saqueo de casas o el robo de ropas de invierno para que la población no pueda combatir el frío. El problema de fondo de todo esto es que la justicia en Siria tiene unos altos niveles de corrupción. “Como que la Constitución está diseñada a medida del dictador, éste puede actuar impunemente”. Abdul señala que Siria es el único país donde existe la pena de muerte por tener determinadas ideas políticas.
Cuando le preguntamos sobre el origen de esta situación, nos responde que “todo es efecto de la dictadura que heredó Bashar al-Assad. No hay mucha diferencia entre él y su padre: los dos son dictadores”. De Hafez al-Assad dice que fue un militar que dio un golpe de Estado para secuestrar el país, mientras que de su hijo afirma que le han realizado un lavado de cara para aproximarse a Occidente. “Este ha sido el error más grande cometido por Occidente”, sentencia. Para Abdul, el problema más grave que tiene Siria es que, para que llegue el cambio, las organizaciones internacionales han de querer acabar con la dictadura. La posición geoestratégica de Siria, que ha protegido a Israel durante 40 años, sin duda, dificulta este proceso. Asimismo, este opositor al régimen critica que desde el gobierno sirio se presuma de antisionismo y antiimperialismo. Y es que recuerda que Siria no ha hecho nada por recuperar los Altos del Golán, territorios ocupados por Israel desde la Guerra del Yom Kipur (1973), y que intervino en la Guerra del Golfo (1991) de la mano de Estados Unidos. De esta manera, llega a la conclusión de que las relaciones de Siria entre los diferentes pueblos han de ser establecidas por un parlamento elegido democráticamente.
Otro de los aspectos contradictorios que rodean el conflicto sirio es el papel de la Liga Árabe. Abdul nos comenta que para él este organismo no tiene ninguna credibilidad, pues “está repleta de monarquías corruptas y regímenes totalitarios. Todos están contra el cambio, y por tanto, a favor del régimen dictatorial”. Opina que las actuaciones de la Liga Árabe en Siria son maniobras políticas para dar tiempo al régimen de Bashar al-Assad para que acabe con la revolución. De todos los países que conforman esta organización internacional, destaca Arabia Saudí, de la que dice que es la primera nación que teme el cambio.
El futuro de la revolución es incierto y el sufrimiento inunda las ciudades del país. A pesar de ello, Abdul ve un halo de esperanza. “Si triunfa la revolución, el futuro será, sin duda, mucho mejor. Antes no había visión de futuro y ahora sí la hay”. Aunque el pueblo sirio esté sufriendo, el hecho de manifestarse contra el régimen está devolviendo la dignidad y la libertad a sus habitantes. Precisamente, el principal objetivo de este levantamiento es lograr la igualdad y la libertad, mediante el reparto de la riqueza y el establecimiento de una democracia. Los recursos económicos de Siria se basan, principalmente, en la agricultura y el petróleo. El problema es que este último siempre ha estado controlado por el gobierno y nunca ha entrado dentro de los presupuestos del Estado. Por lo tanto, únicamente la familia de Bashar al-Assad se ha podido beneficiar de su explotación: “Son dueños absolutos del país”, no duda en señalar. De esta manera, para Abdul, si se acabara con el régimen, la población de Siria sí tendría futuro, pues no es un país pobre y posee una importante base intelectual, que lamenta que se encuentre exiliada. En cuanto al modelo de democracia al que aspiran, nos cuenta que los sirios no están tomando como modelo ningún Estado Occidental. “Sólo queremos una democracia real, en la que las personas sean iguales ante la ley y disfruten de los mismos derechos, como el derecho al voto”, afirma. Abdul no cree que el pueblo tenga que esperar a que haya una base intelectual que acompañe la revolución del pueblo: “Es una revolución espontánea, sin partidos políticos”. No obstante, señala que el pueblo sirio pide de manera desesperada una protección foránea. “Llámalo si quieres una intervención exterior. Peor que el régimen que estamos sufriendo no hay nada”, nos llega a decir. Y sobre esa posible entrada de potencias extranjeras, no teme que se repita el caso de Irak.
En una hipotética Siria sin Bashar al-Assad, Abdul no piensa que los radicales islámicos lleguen al poder. “Nos han hecho creer que la única alternativa a la dictadura era el extremismo islámico, pero no es cierto”. Así, apunta que ninguna de las revoluciones árabes ocurridas desde el 2011 han tenido un carácter similar a la Revolución de Irán. No obstante, afirma que “el Islam es parte de la cultura árabe y, por lo tanto, es cierto que hay integristas que forman parte de la sociedad, pero no son la alternativa real”. En este sentido, pone énfasis en el modelo de democracia conseguido por Turquía, donde han conseguido montar un Estado laico, con una mayoría de la población musulmana practicante. Para conseguir la libertad y la igualdad tan ansiada, Abdul finaliza que hay que seguir luchando: “Éste es el primer paso para el cambio, no el definitivo”.