Las olimpíadas griegas eran capaces de interrumpir guerras para respetar la sacralidad del evento deportivo. Esa tregua, practicada desde el siglo VIII A.C., se llamaba ekecheiria, por la cual tanto los deportistas como los espectadores de naciones en guerra podían viajar seguros a la misma ciudad donde se organizaban los juegos y volver, todo bajo la protección del honor ajeno. Los deportistas y los asistentes solían viajar desde lo que hoy son Grecia, Turquía, Italia e, incluso, desde el norte de África, distancias que para entonces eran más largas y costosas de lo que hoy puede ser un viaje de Tierra del Fuego o de Jakarta a París.

Antes de convertirse en otro producto comercial en nuestra civilización capitalista, la diosa de los juegos olímpicos eran Nike, o victoria, grito de Maratón antes de caer muerto por su esfuerzo heroico. La ekecheiria, la tregua, la suspensión de todas las guerras, estaba dedicada a Irene (Eirene), la diosa de la Paz y hermana de Dike, diosa de la justicia. Los artistas griegos solían representarla como una joven hermosa con el niño Pluto sostenido en su brazo izquierdo, a pesar de que Pluto no era su hijo. Como la estatua de la libertad de Nueva York, Irene también tenía una corona y, en su brazo derecho, levantaba una antorcha. Antes de convertirse en un nuevo mito (el mito capitalista de la libertad de apropiación) este gesto y el mismo concepto de libertad tuvo un significado muy diferente al actual y, por miles de años, fue más o menos el mismo en diferentes culturas de diferentes pueblos y continentes: era el gesto del gobernador generoso que se asomaba ante el pueblo para anunciar que en ese momento histórico, las deudas de los de abajo quedaban anuladas. Este gesto no era simplemente un acto de generosidad, sino una necesidad existencial para la continuación del funcionamiento de una sociedad estancada, en declive. De ahí la idea de libertad, ya que muchos esclavos y no esclavos no eran libres por sus deudas, exactamente como hoy en día. Como lo explicó el gran economista estadounidense experto en deudas, Michael Hudson, la frase “Señor, perdona nuestros pecados” procede del más antiguo y repetido reclamo de “señor, perdona nuestras deudas”, que se encuentra incluso en la Biblia―cuando es traducida sin los dogmas religiosos del momento.

El Pluto que sostenía Irene, la diosa de la paz, era (o es) el dios de la riqueza, lo cual, para un mundo antiguo, tenía sentido: de la paz surge la prosperidad. Por una trágica ironía, hoy las llamadas democracias son plutocracias, es decir, son la expresión del poder de los ricos y son éstos quienes multiplican sus riquezas con cada guerra. Para los inversores capitalistas, la renta de la paz es poca y es lenta.

Luego de 2700 años, finalmente, nos hemos civilizado y las cosas son diferentes. Pluto creció y asesinó a Irene, lo que explica la abolición de la ekecheiria en los Juegos Olímpicos y en cualquier otro gran evento deportivo como los mundiales de fútbol. En 1992 se intentó revivir esta tradición antigua y las Naciones Unidas aprobaron una resolución que, como muchas de sus resoluciones, sólo se aplican cuando benefician o no molestan a los matones del barrio.

Ahora, los grandes eventos deportivos, no sólo las olimpíadas, siempre estuvieron marcados por la política mayor. Algunos casos ocurridos en el último siglo son recordados por los libros de historia más por sus traiciones políticas que por los logros deportivos.

Luego de ganarlo todo, Uruguay se negó a participar en el mundial de fútbol de Italia 1934, como protesta a la arrogancia europea que se quejó de que el primer mundial organizado por Uruguay estaba muy lejos del centro, lo que me recuerda a la broma que a veces me hacía mi querido padre: “mejor vení vos, que estás más cerca”. Uruguay había viajado a las olimpiadas organizadas en Europa en París 1924 y Ámsterdam 1928 y las había ganado las dos, cuando por entonces esos eran los torneos mundiales de fútbol, donde cada país enviaba los mejores, no equipos alternativos o con límites de edad, como hoy.

Para Francia 1938, Uruguay tampoco participó. Volvió a protestar porque los europeos decidieron romper la promesa de un mundial en cada continente (la sede le tocaba a Argentina, donde hasta hoy Uruguay es siempre favorito), y para respetar el boicot contra el fascismo, por entonces liderado por Hitler y Mussolini. Además, Uruguay fue la primera selección que competía en torneos internacionales con un jugador negro, lo que no dejaba de ser una declaración ética y política que incomodaba a muchos, incluso a algunos países latinoamericanos.

No por casualidad, Italia volvió a ganar ese mundial hasta que se suspendieron por la guerra y, cuando se reiniciaron en Brasil, Uruguay volvió a ganarlo con el famoso maracanazo, mito nacional que forma parte del ADN psicológico de aquel pequeño y despoblado país.

Algo similar se puede decir de la copa del mundo Argentina 1978. Uruguay no participó no por razones políticas, sino por su propio fracaso en las eliminatorias ―aunque la negativa de citar a sus mejores jugadores del extranjero para las eliminatorias pudo deberse a la misma dictadura militar de entonces, pero esto es solo una nota para los expertos en la historia del fútbol.

La copa del mundo del 78 fue un regalo para el genocida Rafael Videla, quien no escatimó presionar a sus propios jugadores en los entrenamientos, a selecciones extranjeras (como la de Perú) y de apresurarse a salir en la foto cuando Argentina logró su primera conquista mundial, un logro muy diferente al de 1986. Fue una fiesta político-deportiva en medio de las matanzas y desapariciones de un régimen fascista que usó el campeonato como Mussolini había usado el Mundial del 34, Hitler, las Olimpíadas de 1936 y, en 1938, el Mundial de la FIFA, tipo Die Europa über alles ―Europa sobre todo, Europa primero.

Algo similar dirán los historiadores de las Olimpíadas de París 2024. Serán recordadas como las olimpíadas del genocidio, con distintos nombres. Ninguna de las guerras en curso han provocado ninguna ekecheiria (tregua), sino todo lo contrario. En la era de los medios, los poderosos esperan siempre alguna gran distracción mundial para cometer sus peores atrocidades.

Como en el caso de los años del nazismo y del fascismo, el único efecto consistió en marginar a quienes no eran los favoritos del poder político central, como Rusia, e invitar a participar a Israel, en medio de uno de los peores genocidios de las últimas generaciones, con la agravante de que no sólo está fundamentado en el racismo explícito, indisimulado (no sin paradoja, es en los deportes donde podemos observar la mayor resistencia al racismo), sino que es cometido con las armas, el dinero y la bendición mediática del mismo centro hegemónico que, como en tiempos de la esclavitud, se golpean el pecho definiéndose como los campeones de la Democracia, la Libertad y los Derechos Humanos.

Tres categorías morales en las cuales no llegan a ninguna medalla ―pero se las cuelgan igual.


*Fuente original: https://rebelion.org/olimpiadas-de-sangre/

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