Uno de los elementos que permiten que el acoso se mantenga en el tiempo es el silencio. Es un callarse ante un insulto, una burla o una agresión. Es un mirar hacia otro lado por si acaso me toca a mí. El silencio es el amigo del acosador, la mirada desafiante, el conmigo o contra mí. 

Asimilamos esta regla social en los patios de los colegios y nos acompaña a lo largo de la vida. No hace mucho tiempo, una agresión escuchada en el patio de vecinos formaba parte de la esfera íntima de una pareja y esto no lo defendían desalmados insensibles sino gente corriente, abuelos, tíos, padres y madres. Déjalo estar, no vaya a ser que te metas en un problema. Los niños que se meten con otros niños son cosas de niños. Y con el jefe que te desprecia y te amenaza, no puedes hacer nada más que obedecer y seguir haciendo tu trabajo como te digan, sin levantar la voz porque eres tú quien tiene las de perder. El sistema está montado para que nos humillen gratuitamente, apoyado en el silencio de esa inmensa mayoría a la que aludía Mariano Rajoy para defender su gestión. Recibes apoyos en privado pero cuando hay que levantar la voz, se hunde la cabeza en el hoyo del avestruz.

De tanto mirar hacia otro lado aparece Trump, como símbolo de la perversión del sistema, pero también Viktor Orban, Silvio Berlusconi o José María Aznar. A su lado, millones de gente corriente que se dejan mecer en el violento lenguaje del matón, el del puñetazo en la mesa, que nos recuerda al padre autoritario que nos amedrenta y nos protege, siempre y cuando no nos alcancen sus guantazos. La abstracción del mirar a distancia permite los aplausos y los discursos de aprobación hasta que somos víctimas de aquello que defendemos. Trump es el resultado de todo aquello que la inmensa mayoría ha permitido a lo largo de décadas. Forma parte de la misma línea continua en la que se encuentran Obama y Bush, Merkel o el propio Hollande, este último tan crítico con las primeras decisiones del mandatario estadounidense. La gente corriente observa preocupada la ampliación del muro mexicano y la prohibición del acceso al país de nacionales de siete países árabes mientras se mantiene en un discreto silencio frente a los miles de refugiados que vagan por Europa, damnificados de las políticas migratorias y de la deriva deshumanizadora en la que se encuentra la Unión Europea.

La inmensa mayoría legitima que en el Estado Español los muertos no puedan ser honrados por sus familias. La equidistancia, lejos de suponer un posicionamiento neutral, sirve para evitar afrontar un problema y encontrar una solución. La gente corriente está contaminada por el sistema y responde a los estímulos indicados para obtener la respuesta que se desea. Nos lo enseñan desde pequeñitos. Tenemos tanto lastre que con la edad solo sabemos doblar la cerviz. Dormíamos pero despertamos, se decía en el 15-M, y de aquellos que creyeron despertar se adormecieron con la canción electoral pero la inmensa mayoría lo vio por la televisión como una película, como quieren que lo veamos, como algo lejano, que no nos pertenece. Seguimos mirando hacia otro lado como gente corriente que somos. Nos olvidamos de los que no pueden pagar la luz, de los que pelean por defender su puesto de trabajo, de los que dicen ¡basta! ante una injusticia y, también, de los que meten la mano en erarios ajenos, de los que construyen kilómetros de alambradas en nuestras fronteras y de los que nos hacen pequeñitos con sus grandes decisiones. Queremos pasar desapercibidos, no nos vaya a tocar la china. Y es que solo somos gente corriente. Qué más se nos puede pedir.

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