Hay un gran temor en Argentina por considerar a Macri dictador y la mala costumbre de llamar democrático a su gobierno. Parece ser que “dictaduras” fueron las de los militares porque no surgieron de las urnas y democracia la del actual gobierno por haber sido votado por el pueblo.

Nos hemos quedado, como es habitual, con las meras palabras, y las palabras, que deberían ser las intermediarias entre las ideas y su expresión, “con la menor pérdida posible” como expresó Ortega y Gasset, por esa humana, demasiado humana pereza mental, se han ido quedando solas, aisladas de su contenido. Palabras, palabras, palabras… O no nos dicen nada, o nos caen bien gordas, o re-simpáticas, y ya sean la bolsa del hombre de la bolsa o el calcetín con regalos navideños, no tenemos ni la menor idea de lo que llevan dentro.

Pero hagamos un poco de mayéutica. ¿Recuerdan aquel método que inventó Sócrates, según nos trasmite su discípulo Platón, que consistía en llevar a la gente, a través de un diálogo, a la plena consciencia de que hablaban sin saber de qué hablaban? Así, cuando enfrenta al General Laques y le pregunta qué significa ser valiente, aquel le responde Avanzar siempre. Ya, ya, le replica Sócrates, pero entonces, cuando un ejército, por cuestiones de estrategia, retrocede, ¿es un ejército de cobardes? Bueno, bueno… Y así, preguntando y respondiendo, se va enterando el prestigioso general que no tiene ni puta idea de lo que está diciendo.

Por eso, es bueno que sepamos, antes de hablar de dictadura, qué es una dictadura y de democracia qué es democracia. El dictador era, en la Antigua Roma, una persona a la que, ante una situación crítica, por lo general bélica, se le daba poder absoluto para llevar las riendas del país. En el mismo sentido, entendemos hoy en día por dictadura al poder absoluto para gobernar que adquiere un individuo o un grupo de individuos (como el caso de la Junta Militar que tomó por fuerza el poder en nuestro país en 1976), aunque por lo general, sin tan sanos propósitos.

La democracia, forma de gobierno surgida en la Antigua Grecia, daba al pueblo la posibilidad de elegir a sus gobernantes (aunque no a toda la población, hay que decirlo, porque los esclavos no votaban). En sentido amplio, se la define hoy en día como “el gobierno del, por y para el pueblo”, es decir, que acorde a las necesidades de la población la gente lo elige y los electos gobiernan procurando satisfacer los requerimientos del pueblo. A esta forma se opone la oligarquía (etimológicamente “gobierno de pocos”), que surge de una minoría y gobierna para esa minoría.

Si el actual gobierno llegó al poder tras una campaña política mentirosa, prometiendo todo lo contrario de lo que luego hizo, si siguió y sigue mintiendo, si se niega a dialogar con los sectores que representan los diversos intereses del país (dialogar, en su sentido nominal, no significa oír lo que el otro nos dice sino oponer dos discursos diferentes para llegar a una síntesis o resolución conjunta), si se da el lujo de vetar leyes salidas del Congreso, si cae permanentemente en la ilegalidad, nombrando jueces por decreto, apresando a la dirigente social Milagro Sala violando sus fueros parlamentarios como diputada de Parlasur, si además alivia los impuestos a los que más pueden pagarlos, y recarga a los que menos, aumentando la pobreza y, peor, la indigencia, que es propia de los países subdesarrollados (contrariamente a lo que hacen las democracias avanzadas, como en el caso de Suiza, que los que más ganan pagan más y todos contentos), nos hallamos ante un gobierno oligárquico y ante una dictadura.

Palabras bonitas o feas, pero ciertas, porque las palabras deben reflejar un contenido. Por ejemplo, si yo le digo que mi vecino le caiga a trompadas a su mujer porque oigo sus quejas y porque la veo siempre llena de moratones, pero mi vecino me dice que no, que no le pega, que en realidad le está dando masajes según una nueva técnica oriental, ¿qué me diría usted?

Diremos, pues, que el gobierno de Macri es una dictadura pero, valga la aclaración, una “dictadura civil”, porque no se impuso con las armas (al menos de momento, hasta que sepamos para qué van a utilizar los dos mil millones de dólares a gastar en armamento, al parecer innecesario) sino a través del voto popular. Las cosas tal cual son, y que nadie nos diga que nos falta diccionario.

Pero el voto popular, también hay que decirlo, no necesariamente representa a la democracia; de ese raro hontanar que son las urnas no suele brotar agua pura. El voto es también un acto político del cual el votante es responsable, tan responsable como el funcionario al que elige. Si el electo se la pasa haciendo cagadas, de sus cagadas también es culpable quien lo eligió. Porque votar no significa apoltronarse en casa viendo en la tele a los candidatos que se presentan, ilusionarse con el que más nos gusta, ya sea porque sus promesas cubren nuestras ilusiones o porque es el más guapo, y echarles el voto como quien echa una ficha en la ruleta. Votar significa abandonar la desidia mental e informarse (sobra la información sobre candidatos cuando uno la busca), reflexionar y evaluar antes de decidir. Y si ninguno nos resulta convincente, disfrutar de la suprema responsabilidad política de no votar (o votar en blanco en países como la Argentina en que el voto es obligatorio).

El primero de este mes de abril los partidarios de la continuidad de la gobernanza Macri hicieron una gran manifestación en su apoyo en Plaza de Mayo y algunas ciudades del interior del país. Estaban allí los conocidos de siempre, los que por ideología siempre están y estarán con gobiernos a lo Macri: a ellos nada se les puede reprochar, estaban en su sitio. Pero cuando las cámaras y los micrófonos de las cadenas televisivas preguntaban a diversos asistentes por qué se manifestaban, encontramos motivos de lo más variopintos. Algunos en “defensa de la democracia”, aún los que expresaban estar en oposición total o en parte con las actuales políticas, otros, porque veían “decencia de los nuevos dirigente” que, en contraposición, llegaron para luchar contra la espeluznante y jamás igualada corrupción del gobierno anterior. Que Dios los perdone porque no saben lo que piensan.

¿Decentes? Viajemos con la máquina del tiempo hasta ayer nomás. Milagro Sala no sólo fue apresada arbitrariamente, sino que se la supuso autora de los más depravados hechos de corrupción que, sin embargo, a más de un año de hallarse en prisión no se ha podido probar ninguno. Y en prisión sigue. A la ex presidente Cristina F. de Kirchner un tal juez Claudio Bonadío pretendió procesarla por una medida tomada por su gobierno, la conocida como “dólar futuro” por la cual el gobierno, por una necesidad de divisas, ofreció comprar dólares al precio oficial, los que, en el momento de su venta, se pagarían al precio del momento, lo que habría de significar una discreta ganancia a los inversores. Todo quedaba claro: el candidato oficial Scioli y el opositor Macri se comprometieron categóricamente a no devaluar la moneda si llegaban al poder. Dicho y hecho, lo primero que hizo Mauricio Macri al asumir la presidencia fue devaluar la moneda. Y nos venimos a enterar, muy poco tiempo después, que tanto las empresas del Presi como sus familiares y allegados habían comprado “dólares futuro”. ¿Información privilegiada? De no ser así, hubiese quedado muy decente que los devolviesen al precio que los compraron. ¿Lo hicieron?

Pero si esto puede quedar, esforzándonos muchísimo, en una nube de sospechas, hay hechos de corrupción comprobados, tanto de Macri como de la vicepresidenta Gabriela Michetti. Con sus empresas oh shore en Panamá, que el presidente no declaró y que, descubiertas, afirmó que estaban inactivas cuando se demostró lo contrario, cometió un delito, porque defraudar al fisco es un delito. Por su lado, a la vice Michetti le descubrieron una denuncia hecha por el robo, en su casa, de una “bolsa” con 30.000 dólares. ¿De dónde sacó toda esa guita? Bueno, primero se la había prestado o regalado su novio, y después se los habían dado para su Fundación SUMA, una fundación que no tenía ni empleados ni actividad. Por esas nos andamos. ¿Esto será todo? Tiendo a pensar que no es más que la punta del iceberg, pero no es más mi opinión, piense usted lo que quiera.

Arturo Seeber, escritor argentino

Pero lo que podemos decir, sin temor a equivocarnos, es que el presidente Mauricio Macri y la vicepresidente Gabriela Michetti son un par de delincuentes y sin temor a caer en el insulto. Habremos hablado con propiedad, porque por delincuente se entiende a aquel que comete delitos.

¿Y estas cosas las saben sus partidarios? Saben lo que quieren saber y basta, porque en Argentina no se reflexiona, se actúa por afiliación y por pasión: el subdesarrollo también toca a las mentes. Se actúa de acuerdo al lado de la “grieta” en que cada cual se encuentra. Al que está de nuestro lado se le justifica todo, hasta las peores injusticias.

En el programa “Animales sueltos” Jorge Asís observó que en la manifestación del primero de abril todos los asistentes eran “blancos”, que no se veía ningún “morocho”. El blanco contra el morocho, el ciudadano de primera contra el de segunda, el conquistador contra el conquistado, la “grieta” que vienen arrastrando, desde tiempos de la conquista, los países de Latinoamérica. Dos clases sociales que se odian mutuamente, que viven con la obsesión de exterminarse mutuamente, la grasa militante y la militante carne magra. Dos países en uno. Racismo, racismo de la más pura ortodoxia, por mucho que nos guste vanagloriarnos de que los argentinos no somos racistas.

Así, todo gobierno en nuestra querida patria termina fracasando, porque nuestro problema no es político sino social. Mientras los hermanos están desunidos nos devoran los de afuera, y vaya si nos han devorado ya bastante.

Lo suyo sería procurar unir a las dos argentinas, dejar de gastar pólvora en chimangos y unir fuerzas para hacer de nuestro país ese gran país que creemos tener pero que lejos estamos de tener.

Verdad que es fácil decirlo pero, ¿quién está por la labor?

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