El destino suele dar vueltas de campana, por ello se dice que el suelo del infierno está empedrado de buenas intenciones. Del mismo modo, los propósitos aviesos pueden dar lugar a beneficios para sus víctimas. Aún permanece en la retina de los telespectadores del mundo entero la secuencia en que una periodista húngara, Petra Laszlo, del canal de televisión magiar N1, zancadilleaba a un emigrante sirio que para mayor indignación llevaba en sus brazos a un niño de siete años. No se sabe si la simpática reportera tenía que obtener una imagen con la suficiente cota de dramatismo para ser felicitada por sus jefes y, de paso, conmover al espectador con el impacto visual de la tragedia, o si por el contrario cumplió con el deber patriótico de impedir —o intentarlo— que un extranjero abandonase el centro de reunión establecido por las autoridades húngaras en Roszke, localidad fronteriza con Serbia, donde los refugiados disfrutan de un régimen de alojamiento mucho peor que el de los perros de la pequeña burguesía europea (aunque es cierto que los pobres animales no tienen la culpa de los fregados que organizan los humanos). Laszlo trabajaba en un medio periodístico cercano a la extrema derecha, por lo que la segunda hipótesis tiene visos de probabilidad. De cualquier modo, una vez más se cumplió la fábula del cazador cazado y otro visor captó de pleno la perversidad de la escena: tan feo resultó el gesto que la agresora fue despedida por sus patronos, reacios a las polémicas.

Veleidades de la fortuna, el agredido, Osama Abdul Mohsen, era una persona conocida en Siria, puesto que había entrenado a un equipo de la primera división de aquel país, el Al-Fotuwa, y tal vez comprendió en ese momento el enfado de los jugadores rivales cuando sus pupilos les aplicaban esa bellaquería que ha dado en llamarse “falta técnica”, muy aplicada en situaciones de fuga —léase contrataaque— como aquella en que estaba empeñado Osama cuando fue zancadilleado por Lazlo. Al conocerse la identidad del prófugo, la Escuela de Oficial de Entrenadores de Fútbol y Fútbol Sala (CENAFE), con sede en la ciudad de Getafe (Madrid), ofreció al sirio un puesto en su staff técnico que aquel aceptó como un regalo del cielo. Ayer, 15 de agosto de 2015, Osama Abdul Mohsen y dos de sus hijos hicieron escala en Barcelona, camino de Madrid, cansados pero contentos, aunque la felicidad solo les llegará en toda su plenitud cuando puedan traer junto a ellos a la esposa y los dos hijos mayores de la familia, que aún permanecen en un campamento para refugiados de Turquía.

Podría concluirse que los Mohsen serán felices —ojalá se cumplan las buenas expectativas— y comerán perdices, y que este cuento se ha acabado. Pero aún quedan decenas de miles de fugitivos de la cruel guerra siria desperdigados por Turquía, Grecia y el centro de Europa, a la espera de que la Unión Europea (UE), campeona del humanitarismo (o por lo menos, de su discurso), se decida a acogerlos. Porque la iniciativa de la CENAFE ha sido encomiable, como también lo será —si se cumple— la oferta de hospitalidad que el Papa Francisco ha exigido a los establecimientos religiosos europeos, pero la solución de este problema no vendrá ni de la caridad ni de los esfuerzos de los particulares, sino de la acción firme y valiente de la UE, que bien podría destinar a este fin una parte de los centenares de miles de millones de euros depositados en fondos europeos para distintas contingencias.

¡Señoras y señores gobernantes, por una vez salven a las personas, no a los bancos, aunque corran el riesgo de sentar precedente!

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