Un año más, la Plataforma Antifeixista de Palafolls (Barcelona) protesta por la presencia de exlegionarios en las procesiones de Semana Santa previstas en esta pequeña población del Maresme.
Dentro de las procesiones religiosas organizadas para Semana Santa por las cofradías de los barrios de Santa María y Sant Lluís de Palafolls está previsto el desfile de la Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios de Barcelona. Para los partidos políticos, organizaciones y sindicatos que forman la Plataforma Antifeixiste de la localidad, esto es un acto de apología del fascismo y del militarismo que nada tiene que ver con las expresiones legítimas de religiosidad que tomarán las calles de muchas poblaciones de Catalunya en estas festividades. Algunos miembros de la Cofradía que organizan la procesión, también nos han hecho llegar su malestar por la utilización política de sus actos que, como en la larga noche franquista, son un vestigio del llamado “Nacionalcatolicismo”, seña de identidad de la ideología fascista que demostraba la total hegemonía de la jerarquía católica en aspectos de la vida pública, y lo que es más sangrante, la vida privada, de todos los ciudadanos.
Como preámbulos a la concentración de protesta que tendrá lugar el próximo jueves 29 de marzo a las 18 horas delante del ayuntamiento de Palafolls, el pasado sábado 24 de marzo, tuvo lugar una mesa redonda sobre Memoria Histórica a cargo de la musicóloga Anna Costal i Fornells y la historiadora Anna Grau i Gimeno. Antes del acto, con una sala abarrotada, hablamos con el regidor de Esquerra Republicana en el ayuntamiento de Palafolls, Francesc Alemany i Martínez:
En estos momentos de retroceso en la libertad de expresión, derechos civiles y democráticos en el Estado español en general y en Catalunya en particular: ¿Cómo valoran desde ERC la presencia de Legionarios en las procesiones?
Nosotros tenemos el mayor respecto posible para las procesiones, creencias y expresiones culturales de ámbito religioso, nada más faltaría, sobre todo para una religión católica que en teoría procesa respecto y estima hacia los demás. Quiero dejar esto muy claro, porque hay gente al que no le llega este mensaje. Nosotros participaremos en la protesta por el desfile de los legionarios.
Se comenta que hay organizaciones de extrema derecha que vendrán de fuera del pueblo. ¿Tienen constancia de ello?
Los legionarios, excepto alguna persona que no tengo el gusto de conocer y pueda ser de aquí, la inmensa mayoría, por no decir todos, vienen de fuera. De hecho esta es su semana grande, y circulan por todo el territorio.
Una cosa que me llama la atención, aun sabiendo que están inutilizadas… ¿pero legalmente se puede desfilar con armas, como los subfusiles cetme que portan los legionarios en las procesiones? ¿Se imagina un desfile armado de signo contrario?
Al contrario es inimaginable, clarísimamente. Nosotros hemos expresados esta incomodidad y desde el Ministerio del Interior se nos ha dicho que son armas inutilizadas y no tienen ningún tipo de peligrosidad. Se nos hizo la comparativa que es como cuando los “trabucaires” salen en las fiestas mayores catalanas. Nosotros pensamos que no es lo mismo, que la simbología es más alarmante y negativa. Ésta gente utiliza una malentendida libertad, entendemos, y hacen lo que han de hacer.
Ya en la mesa redonda, Anna Costal i Fornells, profesora de la Escuela Superior de Música de Catalunya, hizo una curiosa disertación con el título: “Las calles ya eran nuestras, cultura popular en la Catalunya revolucionaria del siglo XIX”, donde la música y las fiestas populares cumplían un signo de identidad y de unión entre los diversos movimientos republicanos y catalanistas de entonces. Nos habló del primer alcalde del reino de España que proclamó la republica nueve veces, en el siglo XIX, la república federal española. Se trataba del político natural de Figueres (Girona), Abdón Terradas, que fue el autor del himno “La campana”, que traducido del catalán reproducimos aquí:
Ya la campana suena,
el cañón ya retruena.
¡Vamos, vamos, republicanos, vamos!
El garrote, la escopeta,
la hoz y la horca.
¡Oh, catalanes, con valor empuñemos!
La Corte y la nobleza,
el orgullo de la riqueza,
caigan de una vez a nuestro nivel.
Que pague quien tiene renta
o bien alguna prebenda:
el que no tiene tampoco ha de pagar nada.
Nos habló del político e inventor Narcís Monturiol, socialista utópico. De las famosas corales de obreros de Anselm Clavé, para decirnos:
“Hasta el siglo XIX, el monopolio de las calles lo tenían las tres grandes instituciones, los poderes fácticos. Una era la iglesia. Pensar que en Barcelona, cada tres días había una procesión religiosa en las calles. La otra era la Monarquía, con todas sus subdelegaciones del gobierno monárquico, y la tercera era el ejército. Todas ellas tenían el monopolio de los ceremoniales y rituales en las calles. Con la revolución francesa hubo un cambio de paradigma total, que más allá en lo que derivó, que fue otro imperio del señor Napoleón, y después monarquía, república y cambios continuos; la Toma de La Bastilla se convirtió en un símbolo que fue el inicio de una transformación social, un despliegue de gestos, rituales y un nuevo imaginario que hicieron, para utilizar una palabra que está de moda, que la gente se empoderada de la calle. Como pasó en Francia, la fiesta sin Dios se abrió paso, y se tuvo que inventar la fiesta laica, por parte de los republicanos y revolucionarios. Aunque llegó a España de mano de los primeros románticos radicales; como el militar y escritor Andreu de Fontcuberta, que firmaba sus escritos como: José Andrew de Covert-Spring. Este primer romanticismo incorporó un nacionalismo cosmopolita, que no era otro que el gran ideal del la fraternidad entre los pueblos, el ideal de la Novena Sinfonía de Beethoven o la Oda a la Alegría de Schiller”.
Por su parte, la historiadora Anna Grau i Gimeno, nos presentó los libros de su padre Francesc Grau i Viader, que se incorporó al Ejército Republicano en la llamada “Quinta del Biberón”. Formó parte de la 224 Brigada Mixta que participó en la ofensiva del puente de Balaguer (Lleida) y después en la Batalla del Ebro. En enero de 1939 fue hecho prisionero y confinado en la plaza de toros de Logroño, `pasando luego al campo de concentración de Miranda del Ebro; porque sí, aunque muchos lo ignoren, en la España franquista hubo campos de concentración, como el citado, y los de Tarragona y Reus, entre otros. Eran llamados eufemísticamente “Colonias de Trabajo”, y en muchos se aplicó el trabajo esclavo. Su hija nos dijo:
“Mi padre nunca se consideró un vencido. Yo no lo recuerdo como una persona vencida. Perdió la guerra, sí, pero no lo vencieron, y dedicó su vida a que no se olvidará la tragedia colectiva de aquellos años. Porque hasta ahora sólo teníamos la versión de los sublevados.”.
Los libros son “Rua de captius”, crónica novelada del paso de Francesc Grau por los campos de concentración franquista, y publicado en castellano por Club Editor con el título “Cautivos y desarmados”, y “Dues línies terriblemente paral-leles” (referencia a las trincheras), que en forma de dietario nos relata la vivencia del autor, que con diecisiete años, se fue al frente. Es un canto a la pérdida de inocencia de unos adolescentes idealistas que se vieron en la tesitura de tomar partido por la democracia ante el fascismo que se abrió paso en España, para luego infectar a toda Europa. De este libro es el pasaje más conmovedor que nos leyó Anna Grau:
“He matado a un hombre. Puede ser que para tranquilizar mi conciencia debería de decir que he liquidado un adversario, que he suprimido un enemigo. He matado un hombre y no puedo engañarme a mí mismo… Ha salido de su foso de tirador, situado un poco más avanzado que la trinchera, y al pasar por un claro… No era la primera vez que le veía abandonar su sitio y encaminarse raudo a la cima de la posición. No debe haber zanja que comunique su pozo de tirador con la trinchera. Aparecía siempre en el momento más impensado y su exposición duraba sólo unos segundos. Al tiempo de encarar el fusil ya había desaparecido. Hoy me ha encontrado con el arma a punto, él se ha detenido un instante en aquel claro desnudo, su figura ha coincidido exactamente con mi punto de mira… Ha sido un gesto instintivo, el mío. El hombre ha bajado dando tumbos, cuesta abajo, hasta que ha quedado inmóvil. Si no fuera porque ha quedado en una postura un poco extraña se diría que duerme. Yo sé que de este sueño nunca se despertará. ¡Está muerto! Pese a que de esto hace ya un buen rato, nadie de los suyos baja a recogerlo. Deben esperar que anochezca. Temen mis tiros; les da miedo mi puntería. Ellos no saben que, ahora, tiemblo de pies a cabeza como una hoja, y que no sería capaz de acertar a un elefante a tres pasos. Por otra parte, si viera que alguien se dirige a retirarle no dispararía. ¡No dispararía! ¿No dispararía? ¿Estoy seguro de que no lo haría? Mi acción de antes ha sido impensada; producto de un reflejo incontenible que te obliga a pulsar el gatillo al mínimo movimiento; a la sospecha más leve. Ahora ya estoy prevenido y tengo la seguridad que no dispararía. Aunque sólo fuera por no ver más hombres tumbados, en una posición un poco extraña, como si durmieran… Anochece. El hombre aún está allí mismo, en la misma postura”.
Cuando se reeditó la novela “Rua de captius” salió una crítica en el diario El país de Catalunya que firmaba la escritora Merçé Ibarz, el 30 de enero de 2014:
“La boca cerrada y los ojos tapados respecto del franquismo que domina el saber general, en particular de los jóvenes, producen desazón. En el 75 aniversario del final de la guerra, del exilio republicano y del inicio de una posguerra muy larga, las rememoraciones en los medios dejan traslucir lo que no se ha querido saber ni querido explicar. Algunos historiadores han hecho su trabajo, pero la Propaganda de la Transición (ya no llamo Cultura a eso) hizo todavía mucho mejor el suyo, copar los canales de difusión. En realidad poco sabemos de la dictadura.
La caída de Barcelona evocada estos días se traduce en impresiones y relatos a medias, rememoraciones de testigos que entonces eran niños. Sus ancestros se llevaron la experiencia a la tumba, y ahora no es fácil saber quién resistió. Confieso que he conocido a más de un resistente interior, y eso que no nací aquí. Alguien ha escrito en este periódico que la ciudad entera, la Cataluña unánime, salió a recibir a los vencedores por la Diagonal. No quienes serían mi familia y amigos. Las fotos de Brangulí y de Pérez de Rozas muestran a barceloneses aclamando a Franco con brío y, aunque ciertas, son también imágenes pendientes del hilo del miedo y la censura. Claro que hubo quien se alegró, los catalanes que ayudaron a Franco a bombardear la ciudad en 1937 y 1938, los espías de Franco estudiados por Xavier Montanyà, y tantas gentes de derechas. Y las gentes hambrientas, que confiaban en la guerra terminada. Pero, ¿terminó?
Leo en La Vanguardia los recuerdos del señor Ángel Bello, que el 26 de enero de 1939 tenía seis años. Había, dice, personas encargadas de controlar la falta de entusiasmo entre el público. Un vecino, cuenta, le urgió a levantar más el brazo, que el niño se había fracturado un año antes. Y se alza de la mesa y le demuestra al periodista que no puede aún levantarlo. Un gesto antiguo, inconsciente.
En Barcelona los vencedores fusilaron a 1.734 presos, hombres jóvenes, en Montjuïc y en el (ahora sepultado por el Fòrum) Camp de la Bota, entre 1939 y 1952. Otros prisioneros siguieron durante años en las cárceles. ¿Unánime Cataluña? Las cifras no se conocen todavía (¡!) pero se calcula que los exiliados fueron unos 100.000. Si el exilio cultural y político fue devastador, las gentes comunes que en mitad de su vida, en su vejez, en sus primeros años tuvieron que salir a la intemperie fueron, también, el capital humano que faltó luego tanto como la emigración actual de jóvenes faltará. Si el exilio del 39 tuvo la compensación para algunos de vivir en libertad, para muchos fue un trago más que duro. También para los que lograron regresar.
Los que se quedaron, no todos lo hicieron a gusto, que indicativo tener que recordarlo. La semana que viene, Club Editor rescatará el libro testimonio “Rua de captius”, de Francesc Grau i Viader (1920-1997), soldado de la quinta del biberón, descatalogado desde su primera edición de 1981. Lo dedicó, traduzco, “a mis hijos, quienes, faltos de información como tanta gente de su edad, me han preguntado diversas veces cómo eran los campos de concentración españoles”. El libro sigue fresco como el primer día, pocos han querido saber qué cuenta.
Grau i Viader conoció los campos de Logroño y de Miranda de Ebro. Apelando a las palabras del papa Woytila en Auschwitz, suma campos franquistas y campos nazis. Pero a diferencia de los nazis, los campos franquistas no son ahora lugares de memoria. Un lugar de memoria no es un lugar de resentimiento histórico sino de educación cívica. Pero no hay manera, a pesar de estar los campos franquistas documentados por historiadores y visualmente identificados por la fotógrafa Ana Teresa Ortega. Sin asunción del pasado, ¿cómo pueden evaluar unos ciudadanos, la gran mayoría de los cuales no votaron la Constitución porque todavía no habían nacido, el panorama político actual? La contrarreforma legal, el cisma entre Cataluña y España, la crisis económica que es también una grave crisis democrática.
Pero peor que no aceptar los lugares de memoria, peor incluso que alterar la historia, es renovar la propaganda del fascismo. Las tropas franquistas entraron en Barcelona al mando del general Yagüe, el carnicero de Badajoz de la masacre en su plaza de toros en agosto de 1936 (que, como otros crímenes de la Guerra, no será investigada por decisión de la Audiencia Nacional). Imagino el terror al verlo entrar por la Diagonal. Es el mismo general Yagüe al que, Burgos, la primera capital franquista y ciudad en la que murió en 1952, prepara un homenaje titulado: “Un hombre y el resurgir de Burgos”. Lleva las riendas su hija, María Eugenia Yagüe Martínez del Campo, que, a diferencia de los hijos de Grau i Viader, sabe bien desde siempre lo que hizo su padre.
Si otro Gamonal no lo remedia, tendremos en Burgos un homenaje al carnicero de Badajoz y de Barcelona para celebrar la primavera.
¿Terminó la guerra en 1939 y la posguerra en 1975?
Periodista, fotógrafo, escritor e investigador.