“El que se hace bestia, evita el dolor de ser hombre”
Samuel Johnson
Cuando María, aquella camarera de piso afroamericana, despertó en un hotel de lujo durmiendo al lado de un joven magnate de los negocios americano, se sentía como si la noche anterior hubiera sido poseída por una versión femenina del señor Hyde. No obstante, a pesar de los goces extremos y de los placeres de la carne en la isla de Jekyll, no recordaba apenas nada de lo que había ocurrido la noche anterior. Estaba claro que había sido una desenfrenada noche de juerga en un lugar en el que no se permitían los teléfonos móviles ni las preguntas indiscretas. Al día siguiente tomaron un avión y volvieron cada uno a su respectiva la normalidad como si nada hubiera pasado. Ella fue en el supermercado, como siempre, algo feliz por ser una despreocupada hermosa persona con una formación básica. Pero tuvo el primer atisbo de recuerdo de unas extrañas conversaciones que tuvieron lugar mientras ella estaba totalmente ebria a altas horas de la noche. ¿Había sido aquello algo real, o formaba todo parte de un extravagante sueño? Probablemente, todo lo había soñado y era producto de su imaginación. Sin embargo, la subida del precio del detergente le hizo recordar, de nuevo, algunos extraños secretos que parecía haber escuchado en aquella enorme bacanal en la isla privada. Entonces fue a tomar café con una amiga y decidió no contarle nada de su visita a aquella región del pecado que había sido el lugar elegido por la élite financiera occidental, para una reunión secreta. Todo lo que he vivido ha sido un sueño o pertenece a la leyenda, se dijo para sus adentros. Solo ha sido una descomunal juerga. ¿Quién me iba a creer si yo, una simple camarera de piso, les contara que los seis o siete banqueros más importantes de Estados Unidos se habían reunido, en una isla secreta para montar una institución privada con la que controlar la economía mundial? Así se legalizó el monopolio del dinero en Estados Unidos. Ella misma a veces dudaba que dichas teorías conspirativas fueran producto del abuso de sustancias psicotrópicas que aquellos hombres poderosos le habían proporcionado. Es más, resultaba obvio que eso a veces provocaba malas pasadas. ¿Los fondos buitre estaban comprando bonos? ¿Significaba eso que había Estados a precio de saldo? Siempre en silencio, mientras saboreaba el café, y su amiga le contaba la bajada del precio de las hipotecas y la alegría que para ella conllevaba aquella buena noticia, ella rumiaba todo lo que había vivido. Sin embargo, María, recordó entonces otro fragmento de su orgía en la fiesta privada, en la que se hablaba de bajar el precio de las hipotecas, para subir el precio de todo lo demás. Se bajaba el precio del dinero para aminorar la descomunal deuda americana. Una lógica aplastante surgía de las caras borrosas de aquellos magnates ebrios: ningún imperio había mantenido su hegemonía cuando había tenido que pagar más dinero por los intereses de su deuda, que lo que invertía en su industria bélica. Luego hablaron del real de a ocho y de las guerras del opio. Se suele creer que dichos conflictos entre el imperio británico y China comenzaron por motivos comerciales y de salud pública. Y es cierto. Pero lo que no se dice, a menudo, es que el momento exacto en el que estallaron tuvo mucho que ver la independencia de México y la caída de la circulación de la moneda de plata del imperio español. Y ahora China había calculado el bono hegemónico que obtenía Estados Unidos por la dolarización de la economía mundial, aproximadamente, en un ocho por ciento. Eso significaba que tenían prisa por acabar con Bretton Woods. ¿No podíamos cambiar, mentalmente, el opio por el gas, y mirar la guerra de Ucrania desde la perspectiva de la decadencia de una moneda de reserva mundial, y un imperio decadente que quiere a toda costa vender su gas más caro a un mundo multipolar que prefiere la ley de la oferta y la demanda? Desde esta perspectiva, la guerra de Ucrania debía continuar por siempre, porque no sería una guerra por el territorio, sino por la hegemonía del dólar como moneda de reserva mundial.
—Tal vez por eso al deep state no le importa demasiado la seguridad de Donald Trump —dijo de repente María.
—¿Qué dices? –preguntó su amiga.
—Nada. Nada. Creo a partir de ahora voy a estudiar periodismo para escribir en la sección de ciencia ficción.
Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.