Para empezar quiero señalar que a pesar del ambiente tenso, por la inopinada la visita de una representante de la extrema derecha a la universidad, todavía hace falta mucho espíritu crítico en nuestra sociedad. Después de que se marchara la policía, desde mi humilde punto de vista, todos los discursos anteriores al mío fueron anodinos y políticamente correctos. Estaban como cortados por el mismo patrón. Hasta que llegué yo. En efecto, unos días atrás, como uno tiene que pagar las facturas de alguna manera, mientras ponía una lavadora con mi uniforme de barrendero municipal, con una amarga sonrisa, escribía un correo electrónico en el que aceptaba la invitación de la universidad X, para dar una charla sobre mi último libro de relatos de rabiosa actualidad. Siempre he tenido malos referentes con grandes virtudes, desde el Lazarillo de Tormes hasta el Buscón de Quevedo, han guiado mis pasos. Por lo que no es extraño que dormir en las aulas sea una mala costumbre que arrastro desde mis tiempos de estudiante. Tal vez por eso, poco después, cuando llegó el día señalado, esperando mi turno, sucumbí a la debilidad de echar una cabezadita, allí delante de la bisoña audiencia. Naturalmente, una oleada de hilaridad recorrió los rostros de los jóvenes asistentes. Tengo que decir en mi descargo que me había pasado toda la noche trabajando, y tal vez yo valgo mucho más dormido que despierto, pues mucho más interesante que la charla que traía preparada, fue el sueño que tuve mientras hablaban los demás ponentes. Yo empecé expresando mi opinión sobre algún tema bien conocido por todos:

―La sonrisa ufana que acompaña la foto de la supresión del impuesto de patrimonio esconde una realidad cotidiana que los políticos conservadores quieren alejar del discurso político. En otras palabras, es una medida ideológica que no se ajusta en absoluto a las necesidades actuales de la gente normal. ―dije a las doce de la mañana en punto, al comenzar mi charla en el aula magna de la universidad X. ―No en vano, resulta intrigante nunca haber escuchado todavía a esos mismos políticos hablar de inversiones concretas para el cambio de modelo tecnológico, ni plantear alguna medida para mejorar los servicios públicos, o redistribuir a la riqueza. Por ejemplo, aunque los dirigentes de la Junta de Andalucía no lo digan, no pueden obviar que en ―la región con una población envejecida y una de las que más paro tiene de España― se ha incrementado la brecha entre ricos y pobres mucho más que en el resto del país. De hecho, ya hay tres millones en riesgo de pobreza y cuatro que no se pueden ir de vacaciones. Y cuánto más tarden en arreglar el problema más grande será. ¿Qué futuro les espera a nuestros jóvenes universitarios? ¿Qué están esperando en realidad? ¿Acaso quieren que el cambio de modelo para las empresas, se haga por ciencia infusa y sin inversión pública? Muy al contrario, en Estados Unidos Joe Biden consciente de la gravedad de la situación, lejos de bajar los impuestos a los más ricos, intenta sacar adelante un enorme plan de inversiones, una especie de nuevo New Deal, para modernizar el país. Vergüenza me de esa España del esperpento y de la guerra fiscal entre comunidades a ver cuál tiene una fiscalidad más ventajosa para los más ricos. Con estos mimbres, Berlanga haría una buena película, porque con la gran recesión que tenemos en ciernes, en lugar de empresarios catalanes, a su llamada bien podría acudir para evitar los impuestos, el mismísimo marqués de Leguineche. La audiencia explotó en ese momento en una enorme carcajada. Pero mi mente ya no estaba con mis papeles. De hecho, en lugar de hablar de mi libro, terminé hablando a los alumnos de mi anterior sueño: una pesadilla en la que desperté dentro de una diligencia, un vehículo tirado por ocho caballos que esperaba los últimos viajeros para partir, al tiempo que por todas partes pasaban los restos de un ejército derrotado. Allí me di cuenta que yo era un médico beodo entre un grupo muy heterogéneo de personajes. Para empezar, arriba junto al cochero, había dos pistoleros armados hasta los dientes. Pero el interior era lo más interesante. Tanto es así, que entre los viajeros se encontraban unos curiosos hombres de negocios vestidos a la moda del siglo XIX y acompañados de sus respectivas esposas. No obstante, lo interesante eran sus caras. Porque sus rostros eran muy semejantes a los de Juanma Moreno y Alberto Nuñez Feijóo. Me sentí halagado de viajar acompañado de tales prohombres. También observé un par de monjitas cuyas caras me recordaban vagamente a Isabel Díaz Ayuso y a Macarena Olona. A la derecha de las monjas se hallaba un empresario cuyo rostro se me antojaba como similar al del presidente de la patronal, y a su lado, un juez que se parecía bastante al presidente del Tribunal Supremo. Todos hablaban de que los prusianos habían tomado Ruán. En ese preciso momento, escuché las voces llenas de insultos, proferidos por las mujeres locales, que acompañaban a la llegada de una impenitente mujer de vida alegre, a la que todos conocían por el sobrenombre de Bola de sebo. Por supuesto mientras yo me emborrachaba, no pude evitar darme cuenta de los injustos comentarios que recibió la nueva pasajera. La muchacha en cuestión era una chica joven, pelirroja y rubicunda. Tenía un vientre un tanto abultado ―de ahí su apodo― y una cara agradable llena de pecas y con unos ojos negros de largas pestañas y una boca pequeña con dientes muy blancos. Todo el mundo sabía que la mujer era un genio en su viejo oficio y eso provocaba que los hombres la estimaran mucho durante un rato. Pero sus secretas destrezas le habían granjeado la impopularidad de la alta sociedad, y era muy odiada sobre todo entre las mujeres, lo que a la hora de la verdad se traducía en una innumerable sarta de maltratos de todo el mundo y un profundo desprecio social la mayor parte del tiempo. Tanto es así que las monjas y los hombres de negocios no paraban con sus mordaces comentarios. Sin embargo, ella pensaba que no bastaba con ser un genio en la cama y se esforzaba por ser una mujer amable en cualquier situación. Por mi parte yo me di cuenta que debido a las circunstancias de la guerra esas personas que de otra manera nunca viajarían a nuestro lado, se habían visto obligadas a compartir asientos con un borracho―como yo― y una prostituta ―como ella. La diligencia partió a las diez de la mañana, con la difícil tarea de cruzar un territorio ocupado, que contenía la siempre peligrosa presencia de dos ejércitos en disputa. Sobre las dos de la tarde, los viajeros comenzaron a sentir hambre. Sin embargo, aquellas figuras ejemplares de la sociedad ―ante la cercanía de la guerra―habían abandonado tan rápido sus casas y sus puestos de trabajo, que habían olvidado tomar provisiones para el camino. Por el contrario, la amable jovencita que ni siquiera quería marcharse voluntariamente de la ciudad, había demostrado mayor capacidad de previsión al venir con innumerables viandas debajo de sus faldas. De hecho, en un determinado momento sacó una enorme cesta cuya apertura inundó toda la diligencia con el apetitoso olor de dos enormes pollos asados. También traía queso, vino y jamón. De repente, los comentarios que la señalaban como una vergüenza pública se silenciaron por completo. El prohombre que se parecía a Juanma Moreno dijo de repente:

―Vaya, parece que la señorita ha tenido mayor previsión que nosotros.

Bola de sebo, en lugar de vengarse por las anteriores afrentas, ofreció sus viandas a aquellos decentes personajes que gozaban del mayor respeto social. Primero algunos se negaron. Pero poco a poco, todos fueron sucumbiendo al hambre y a la sed, y aquella pequeña representación de la alta sociedad se vio agasajada, en un periodo de escasez, por la mujer de vida alegre que tanto despreciaban. Más tarde, después que entre todos vaciaran su cesta, continuó el viaje en silencio y se hizo de noche. Entonces, para cambiar los caballos, la diligencia paró en una especie de posada que estaba bajo el control de un militar prusiano. El viaje debía de continuar al amanecer, pero el militar prusiano les dijo que no podían continuar. Los prohombres y las monjitas enseguida esgrimieron sus salvoconductos. Sin embargo, el militar prusiano exigía acostarse con Bola de sebo o de lo contrario, no dejaría que la diligencia continuara su camino. La muchacha se negó a acostarse con el militar prusiano. Porque que uno sepa hacer algo no significa que siempre quiera hacerlo. Sin embargo, todos aquellos ejemplos de la sociedad, se acercaron a la chica para pedirle que se acostara con el soldado enemigo. En ningún caso juzgaron los bajos instintos y la falta de ética del militar, sino que insistieron en la obligación del sacrificio sexual de la chica, y para ello se basaron en la habitual prodigalidad de los encantos de la muchacha. Algo moralmente deleznable. En efecto, al final la muchacha empujada por todos se vio obligado a cometer aquel acto impuro en aras del bien colectivo. Al otro día, cuando la diligencia continuó de nuevo su camino fue la muchacha la que debido al trabajo que había realizado la noche anterior, no tuvo tiempo para tomar provisiones para el viaje y se marchó sin nada. Fue entonces, cuando todos aquellos prohombres y mujeres de la sociedad, que esta vez sí se habían cargado de ricas provisiones dejaron a la pobre muchacha sin probar bocado. Conclusión, la bajeza moral no siempre reside en los marginados de la sociedad, sino que a veces es el contrario, algunos son marginados porque no participan de la bajeza moral imperante en la sociedad. Vivimos en una sociedad cínica. Tal vez por eso, el visible rechazo a la extrema derecha en Andalucía, por ejemplo, propició el voto útil a los políticos conservadores para ganar las elecciones. Sin embargo, ahora no deberíamos de sorprendernos si ese voto miedoso y mal llamado útil, solo sirve para hacer políticas muy parecidas a las que harían los de extrema derecha si estuviesen en el poder. Tal vez por eso la juventud debe ser crítica y exigir a los dirigentes políticos que nos beneficien a todos, y hagan políticas responsables, en lugar de olvidarse de gran parte de gente que les han votado una vez que ya están en el poder.

Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.

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