El número dos de Ada Colau en el Ayuntamiento de Barcelona, Gerardo Pisarello, detalla los retos que su candidatura ciudadana asume desde hace un mes al mando de una ciudad tironeada por grandes intereses empresariales, proyectos políticos enfrentados y altas expectativas de un cambio de rumbo.
Desde el pasado 13 de junio, Gerardo Pisarello corre de un lado para el otro, apenas duerme y ve a sus hijos, pero de la convicción de que “se trata de una oportunidad histórica”- como él repite- saca fuerzas e intenta aprovechar al máximo su cargo de Primer teniente de alcalde de Barcelona.
Codo a codo con Ada Colau, y todo el equipo de Barcelona en Comú, Pisarello lleva un mes maratónico de reuniones afuera y adentro de la Plaza Sant Jaume para ir dando salida al programa con el que ganaron las elecciones el 24 de mayo. Algunos pasos ya se han dado -moratoria de un año en la concesión de licencias de alojamientos turísticos, primeras negociaciones para frenar los desahucios, reducción del número de antidisturbios- pero muchos otros quedan por delante en un arduo camino que acaba de empezar.
En Catalunya, los partidos de izquierda están buscando por todos los medios formar una coalición como la que Barcelona en Comú concretó en las municipales, para ganar ahora las elecciones catalanas de septiembre. Parece que ustedes marcaron el camino hacia el cambio político en el Estado español…
Muchas de las candidaturas municipalistas que se presentaron en mayo abrieron un camino demostrando que a partir de nuevas prácticas democráticas era posible una alternativa al bipartidismo y gobernar con objetivos de justicia social.
Es lógico que esa fuerza de cambio se reproduzca también en otras escalas, pero los procesos no son siempre miméticos y un proceso lento en el ámbito municipal no es fácilmente reproducible en toda una región, sobre todo cuando hay un tiempo tan breve como el que queda para las elecciones autonómicas de septiembre.
Esto no quiere decir que no veamos con simpatía y mucha esperanza la aparición en Catalunya de propuestas que quieren acabar con el gobierno conservador de Convergència i Unió (CIU) y abrir un proceso constituyente que permita rediscutir las reglas de juego.
Con la proximidad de las elecciones catalanas el debate soberanista vuelve a estar en el foco, pero los términos de la discusión ya no son los mismos que antes de la victoria de Barcelona en Comú. ¿Cree usted que la irrupción de su candidatura- que se posiciona a favor del derecho de autodeterminación y no se pronuncia en cuanto a un sí o un no por la independencia- abrió una brecha hacia otro tipo de planteamientos sobre el futuro de Catalunya?
El apoyo obtenido por Barcelona en Comú es muy transversal y responde a un programa político que fue capaz de conjugar la defensa de la justicia social con la de la soberanía real de la ciudadanía catalana para decidir cómo quiere relacionarse con el Estado. Somos soberanistas en ese sentido y afirmamos que los catalanes tienen derecho a decidir cuáles son las reglas de juego sin pedir permiso, pero creemos que ese proceso no será creíble mientras esté en manos de un partido como CIU que pacta con el PP, que recorta en derechos sociales, privatiza la sanidad y está vinculado de manera estructural con la corrupción.
De la reunión con Pablo Iglesias, además de la famosa “selfie” con todos ustedes atrapados en el ascensor del Ayuntamiento, sacaron algo en limpio? ¿De qué forma se plantea la colaboración entre ambos?
Nos encontramos con Pablo- que es una persona a la que apreciamos y conocemos desde hace muchísimo tiempo- porque, como posible candidato a la presidencia de España, queríamos compartir con él un diagnóstico acerca de los límites que para cualquier gobierno municipal suponen las leyes recentralizadoras lanzadas en los últimos años por el PP.
Tanto él como nosotros creemos en la necesidad de reforzar el municipalismo como herramienta del cambio social y nos parece que para protegerlo es muy importante que se produzca un cambio también a otras escalas, en Catalunya y todo el Estado. Si Podemos representa ese cambio, es una esperanza para mucha gente.
¿Cómo los ha recibido el Gobierno de la Generalitat? ¿Se están mostrando receptivos a la nueva política que ustedes representan?
Notamos cierta incomodidad porque no se esperaban que gente normal- que no pertenece a las grandes familias o a los partidos tradicionales- pudiera acceder al Gobierno. CIU siempre ha tenido una visión muy patrimonialista de las instituciones, como si fueran propias, y ahora están entendiendo que el juego democrático implica también esta posibilidad de que la gente “común” acceda a los lugares de poder.
No solo gente “común” sino una mujer- la primera alcaldesa de la historia de Barcelona- y un argentino- el primer teniente de alcalde latinoamericano de la ciudad. ¿Esto está suponiendo un obstáculo para usted?
La verdad es que un hecho histórico que demuestra una cosa fantástica: primero, el momento de grandes expectativas de cambio social por la incorporación de muchas personas que hasta ahora se habían sentido excluidas de la política; segundo, que eso refleja el carácter de Barcelona como ciudad plural y abierta.
Frente a esto, también hay minorías que se sienten incómodas. Lo noto, por ejemplo, en algunas entrevistas con directores de grandes medios o banqueros importantes que lo primero que me preguntan es si entiendo el catalán, cuando es por todos sabido que nuestra campaña fue principalmente en este idioma. Hay un cierto paternalismo y elitismo por su parte, como si todavía no pudieran creer que gente como nosotros también seamos vecinos de la ciudad.
¿Qué se encontraron al cruzar las puertas del Ayuntamiento?,
Primero una maquinaria colosal, que estamos intentando entender cómo funciona. Pero al mismo tiempo una plantilla de funcionarios enormemente competentes, muchos de los cuales esperaban que se produjera un cambio de este tipo para recuperar el orgullo de sentirse servidor público, y esa ha sido la mejor noticia.
Y ya durante la primera semana pudimos hacer cosas: la alcaldesa en persona y muchos de nosotros participamos en la detención de desalojos y nos implicamos activamente en la negociación con las entidades financieras. También retiramos la presencia del Ayuntamiento como acusación popular en contra de huelguistas y manifestantes, porque no estamos de acuerdo con que se criminalice la protesta; e impulsamos enseguida las guarderías gestionadas por personal del propio Ayuntamiento para demostrar nuestro compromiso con la educación pública.
Muchos grandes empresarios manifestaron su temor de verse expulsados de Barcelona tras los resultados de las elecciones del 24 de mayo. ¿Tienen razón en estar tan asustados?
Para nosotros son bienvenidas las inversiones siempre que estén dispuestas a respetar los derechos sociales y ambientales básicos. Nuestra intención es crear una etiqueta social para ese tipo de inversiones porque creemos que eso daría prestigio tanto a las empresas como a la ciudadanía. Ya nos hemos reunido con diferentes grupos empresariales y nuestro mensaje siempre es el de que una economía generadora de beneficios que se redistribuyan por toda la sociedad no solo es más justa sino más eficaz. Queremos que Barcelona sea una referencia en economía solidaria y cooperativa y, para ello, hemos impulsado un comisionado de economía cooperativa social y solidaria que permita aprovechar y amplificar todas las experiencias cooperativas que ya existen en una ciudad que siempre ha destacado por este tipo de organización.
Una de las características esenciales de Barcelona en Comú es la de la participación activa de la ciudadanía en la política. ¿Cómo piensan facilitarlo?
Este es nuestro gran reto porque tiene que ser un movimiento en dos direcciones: hay que conseguir que la ciudadanía acceda al Ayuntamiento de Barcelona a través de mecanismos más sencillos y que lo propios funcionarios municipales salgan a la calle. Estamos explorando para eso todas las posibilidades que ofrecen los medios digitales y así empezar a poner en marcha las consultas ciudadanas y los presupuestos participativos que son parte de nuestro programa. Este primer año va a ser fundamental para empezar a ver los frutos en ese sentido.
En el transcurso de las negociaciones entre el presidente de Grecia, Alexis Tsipras, y el Eurogrupo, el gobierno de Syriza ha tenido que hacer numerosas concesiones con respecto a su programa inicial. ¿Hasta dónde será necesario ceder para sacar adelante los nuevos proyectos de izquierda que se están instalando en el sur de Europa?
Hay que ser consciente de que cuando uno gana el gobierno no gana el poder, sino tan solo una parte, y ni te digo cuando se llega con 11 concejales de 41, como es nuestro caso. Hay que estar dispuesto a pactar y nosotros nos vamos a dejar la piel para que lo máximo de nuestro programa pueda cumplirse, intentando incorporar a otras fuerzas políticas con las que compartimos puntos concretos. Transformar también exige una cierta capacidad de diálogo que combine la apertura a la posición de los otros, con la firmeza en cuanto a determinadas líneas rojas, a las que no vamos a renunciar de ninguna manera.
¿Y cuáles son esas líneas rojas?
Algunas tienen que ver con nuestro código ético- como las relacionadas con la transparencia política y el romper el vínculo obsceno entre política y dinero que existió hasta ahora- y otras con la lucha contra la exclusión social. A pesar de ser un gobierno de solo 11 concejales vamos a gobernar sin perder el impulso utópico que nos trajo hasta aquí y la convicción de que como ciudadanía tenemos más poder que el que nos quieren hacer creer.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.