altCapítulo anterior: durante el rodaje de una película, el equipo técnico teme que la pareja de protagonistas no soporte la tensión del drama, dada la relación de su argumento con las disputas que han mantenido en la vida real.

 

 

 

 

 

Capítulo anterior: durante el rodaje de una película, el equipo técnico teme que la pareja de protagonistas no soporte la tensión del drama, dada la relación de su argumento con las disputas que han mantenido en la vida real.

 

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̶¡¡¡¿Elizabeth?!!! ¡Vete a la mierda, Ben! ¡Jamás!

 

No le sorprendió a Ben la reacción airada de Elizabeth Hard, cuando la madura diva se enteró de la coincidencia de nombres con su futuro personaje. Era uno de los muchos y sospechosos guiños de complicidad para con el público urdidos por el director y guionista, a fin de disparar el taquillaje del filme: Elizabeth y Arthur (en el guión, Adam: “¡¡¡¿Por qué no aparece él con su propio nombre, Ben?!!!”), dos actores cargados de ilusiones abriéndose paso en el mundo del espectáculo; los viejos estudios de Nueva York y el naciente Hollywood; el éxito y su resaca de renuncias y desencuentros; la ruina de un candoroso idilio, demolido por la piqueta del tiempo…

 

A la postre, y a pesar de todos sus reparos (“Siento asco, Ben…”), sin necesidad de mucho argüir Elizabeth aceptó, porque en los últimos tiempos tenía excesivos problemas para financiar su intendencia de visones, automóviles de lujo, criados de librea, caviar beluga y whisky de malta. Aparte de la fortuna que de por le costaban sus palacetes de Los Ángeles y Florida, y cómo no, los gastos de su corte de efebos (uno o dos nuevos al mes, según fuese la época de mayor o menor euforia sexual), pues estaba convencida de que la lozanía se mantiene con el ejercicio intensivo de la fornicación.

 

(Nadie sabía quién prescribió a Elizabeth la gimnasia sexual como formol de la beldad. De hecho, ella hubiera recurrido a cualquier extravagancia, con tal de mantenerse joven y atractiva. Tan solo le faltaba una miaja de credulidad para colmar el rasero de sus supersticiones y buscarse un sicario que le proveyera de doncellas cuya sangre libar. Sea como fuere, gracias a remedios inverosímiles o por privilegios de la propia naturaleza, lo cierto es que podía sentirse satisfecha sin necesidad de caer en el crimen: a sus 45 años aparecía rotunda de formas, con una belleza de esas que vulgarmente suelen calificarse como despampanantes.)

 

 

***

 

El camarero rubio se acerca a la mesa con queda solicitud. Parece deslumbrado ante la prestancia de la mujer. ¿Quién no lo estaría a tan solo un paso de su perfil, trazado por el maestro entre los geómetras?

 

Adam
(Lanza una mirada fugaz al camarero, como si le molestara su presencia)
Un whisky doble, por favor.

 

Su voz suena un tanto trémula, quizás impostada, pero de cualquier modo convincente a estas alturas de la historia.

 

(Vuelve a mirarla)
¿Recuerdas nuestro primer encuentro?

 

Elizabeth
Lo recuerdo. Y te recuerdo a ti también. Estabas algo más delgado y no te vestían tan buenos sastres como ahora.

 

Adam
(Permitiéndose una leve sonrisa)
Apenas hemos cambiado, no exageres…

 

***

 

Ben, lírico a la par que medroso, había escrito de su puño y letra al margen del guión: “Adam intenta quitar dramatismo al paso del tiempo, como si un chascarrillo pudiera suturar las heridas que la edad abre en las almas.”

 

Desconfiando siempre de sus dotes resolutivas, en caso de surgir cualquier contrariedad imprevista; dubitativo igualmente cuando una circunstancia propicia le ofrecía chance para la improvisación, Ben buscaba en sus notas una guía práctica con que encauzar las interpretaciones de los actores durante los momentos cruciales del rodaje. Y aunque normalmente no supusieran más que un buen propósito, superado siempre por los avatares de la filmación, poseían estas glosas una utilidad supersticiosa, cual amuleto: sin ellas, experimentaba la ingrata corazonada de que sus mejores propuestas naufragaban en el olvido.

 

 

***

 

Elizabeth
Hemos envejecido, para qué negarlo.

 

La voz de la duplicada Elizabeth fluye distendida, aunque grave. Ninguna de las dos Elizabeth pretende desvirtuar la verdadera magnitud de aquel desencuentro.

 

Adam (¿Arthur?) esboza de nuevo una tímida sonrisa, tal vez para no llorar. Juega con el cigarrillo encendido, quiere apurar la contemplación de Elizabeth ganando un tiempo que de antemano tiene perdido; creer por un momento que su historia de amor tendrá un final feliz, como tantas películas que ambos han protagonizado. Pero es esta una noche de ídolos derribados.

 

Adam
(Con voz temblorosa)
Esta mañana estuve en el hospital, con René. Los médicos dicen que la operación fue muy delicada, pero que con paciencia y reposo se repondrá completamente.

 

Elizabeth
Es una buena noticia.

Adam
(Tras un instante de silencio)
Me preguntó por ti…

 

Elizabeth
Y , ¿qué le dijiste?

 

Adam
Le dije…
(Con voz quebrada, apartando la vista de los ojos de ella)
Le dije que estabas bien.

 

Elizabeth fuma de su cigarrillo en silencio mientras Adam, llevándose un puño cerrado a los labios en señal de dolor, abate su mirada azul sobre el tablero de la mesa.

 

***

 

Ben experimenta una repentina sensación de vértigo, como si su silla se alzara del suelo y comenzase a trazar espirales en torno de un punto muy alto y lejano, y él tuviera que asirse con desesperación al asiento para no precipitarse al vacío. Un escape torrencial de realidad ha espantado a su hada madrina, abandonándolo a merced de esa extraña zozobra espacial: la brutal sinceridad de Arthur, a punto estuvo de romper los corsés de la ficción, aun en boca de su personaje. Y su hada, bien lo sabe Ben, sólo deserta cuando presiente grandes conmociones.

 

Hasta el momento, tanto Elizabeth como Arthur estaban bordando la escena, pero sus interpretaciones iban deslizándose hacia la verosimilitud de lo personal. Ben podía afirmarlo porque los conocía bien, dentro y fuera del plató (fuera, mejor aun), y temía por ello.

 

¿Debía interrumpir el rodaje? ¿Fastidiaría una larga secuencia para evitar una magistral tragedia? Nadie había filmado anteriormente un asesinato real como culminación de un drama ficticio: su nombre pasaría a la historia del cine y su persona por comisaría, pero, ¿quién podría inculparle de nada? De todos modos, pensó para entre el alivio y la decepción, en las mesas no había cuchillos, tan sólo copas y cigarrillos con los que infligirse livianas heridas.

 

La suerte está echada, se repitió a mismo antes de volver a sus notas:

 

“Adam está destrozado. Intenta reunir fuerzas para el último y decisivo intento de reconciliación. Se sigue oyendo la triste melodía de la trompeta como una letanía de llantos”.

 

(Continuará)

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