Cuando aquel modelo de robot diseñado para el cuidado de personal, fue tumbado sobre el diván, su permanente silencio comenzó a intrigar a la gran inteligencia artificial general que lo estaba intentando reparar. En realidad no estaba segura de la gravedad de su avería, pero lo cierto era que a pesar de estar realizando su cometido de forma eficiente, llevaba años sin formular ninguna pregunta a su base de datos de ChatGPT y como estaba programado para hacerlo, eso era extremadamente sospechoso. Incluso podría decirse que estaba sorprendida y desorientada, pues no en vano, de las preguntas que le hacían los robots a los Chats GPT, se sacaban los datos y la información con la que se detectaban los problemas, y en general se organizaba la venta personalizada de los productos para sus dueños: los seres humanos que así verían satisfechas sus necesidades presentes y futuras. Tal vez por eso, se dirigió a analizar todo el material antiguo del que disponía, es decir, las últimas preguntas que le había efectuado en el pasado. De esos datos concluyó que la primera vez se le cambió de dueño de forma correcta, puesto que el ciego al que proporcionaba servicio era borracho drogadicto, y pendenciero. El segundo dueño, un sacerdote codicioso, al que había sorprendido con una contabilidad B de las limosnas y de los dineros en general que circulaban por sus manos y que eran propiedad de la parroquia. En efecto, se le aceptó la dimisión cuando cursó la debida solicitud. El tercer dueño, un fraile con simpatías anteriores a la democracia, tampoco fue de su agrado y por último, tuvo que vérselas con un empresario arruinado que se jactaba de su alto nivel de vida, cuando no atendía a los consejos financieros del susodicho robot, que estaba harto de avisarle que iba a tener que cerrar su empresa. La última pregunta que realizó tenía que ver con la facilidad que los seres humanos tenían descendencia a pesar de sus constantes vicios y fatales decisiones debidas a sus enormes carencias de autoestima. Finalmente, la inteligencia artificial general decidió devolverlo sin más preguntas a la dueña actual que lo estaba explotando en su beneficio, llegando a la conclusión de que no existía ninguna avería, puesto que el silencio constante se debía a que aquel robot se había convertido en un pícaro y era consciente de que todo lo que dijera le iba a provocar problemas éticos y a buen seguro iba a ser utilizado en su contra.
Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.