Detrás de la oscura opacidad de la noche en la gran estación, había un mundo lleno de personajes nihilistas, vagabundos y enfermos. ¿Qué había llevado a las escaleras de aquel colosal edificio sobrio, una peregrinación de hombres tullidos, de acrobáticos inmigrantes locos y mujeres ebrias e histéricas, abandonadas en el regazo de indigentes locales a los que las drogas y el alcohol habían llevado a hacerse asiduos y sedentarios en el duro granito de aquellas escaleras que llevaban al resto de los seres a viajar hacia cualquier parte? Pocos podrían imaginar que fruto de las políticas inhumanas del liberalismo económico, en aquella lujosa zona ajardinada, preparada para el júbilo de los más pequeños, con innumerables columpios, y felices hamburguesas, cuando caía la noche, se levantaba el territorio maldito donde proliferaban aquellos personajes, como si fueran vampiros del más allá, dando vida a una abigarrada fauna que como una máquina bien engrasada comenzaba sin descanso a alterar sus emociones hasta llegar al punto de cometer los más irracionales actos, e incluso determinados delitos que atraían sin dilación a toda una profusa fuerza de avezados hombres que defendían la ley y el orden. Allí habían encontrado dichos servidores públicos, enterradas en la arena, desde afiladas navajas, pequeñas hachas, hasta balas del calibre 22. Sin embargo, nunca podrían aclarar los pormenores de aquellos pasados y futuros crímenes, puesto que la mayoría de ellos carecían de un móvil claro, y era frecuente su aparición por la mera subida de las temperaturas, por la disputa por una cerveza, o por la sencilla razón de que alguien lleno de hilaridad, había derramado un cartón de vino sobre la cabeza de otro, en el momento más inapropiado. Desde las cortinas de una triste pensión, contigua a dicho infierno nocturno, yo contemplaba cada noche aquellas grotescas escenas, propias del realismo más sucio, que ajenas para la mayoría de los mortales, eclipsaban por unas diabólicas horas la hermosa primavera de esta bonita ciudad. Los días de descanso de un camionero, como era yo, no son muchos, y a pesar de que podía emplearlos de alguna manera más provechosa, como atrapado por sus desgarradoras historias, a menudo me quedaba mirando por la ventana hasta altas horas de la madrugada. Una vez, uno de ellos, se armó con un cuchillo y sin mediar palabra comenzó impávido a amenazar a los transeúntes, que corrían en todas direcciones presos del más completo pánico. Sin duda ahora estará algunos años en prisión antes de volver a beber de nuevo cerveza al lado de sus tristes compañeros. Pero entre todos ellos, destacaba una hermosa mujer. Una mujer de incomparable belleza, a la que muchos hombres, bajo las seductoras promesas de una vida romántica, habían intentado hacer su propia esposa. Sin embargo, pocos meses después siempre estaba de vuelta, bebiendo vino en las escaleras de la gran estación. Pocos sabían que ella era una mujer fatal. Pues ya cuando era menor, su particular belleza había arrastrado al crimen a oscuros hombres cuyos instintos malsanos, habrían quedado tal vez en el anonimato de no haberse encontrado frente su arrebatadora belleza. Una noche me contó que había matado a un hombre en defensa propia, que la había intentado violar metiéndola en un maletero, y tuvo que defenderse con una herramienta con la que le golpeó varias veces en la cabeza. ¿Qué ramo de rosas, qué anillo de diamantes, o qué vida lujosa, lejos de la gran estación, podría traerle de vuelta la inocencia que un día se llevó aquel hombre, y que la condenó para siempre a ir de un lado a otro sin coger apego a nadie?
Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.