El debate parlamentario del 1 de agosto sobre el caso Bárcenas cerró un curso político contaminado por el largo goteo de informaciones sobre la financiación ilegal del PP. Rajoy, al inicio del ferragosto, con medio país pensando en las vacaciones, y el otro medio, pensando en cómo trampearlas, se decidió a acudir al Senado para transmitir un mensaje de solidez a la Unión Europea, al gobierno alemán y a los principales bancos de inversión internacionales. Unas palabras más dirigidas al público televisivo que a los parlamentarios y que buscaban, entre otras cosas, que los fondos de inversión mantengan su interés en el país. El presidente del gobierno salió al ataque con un discurso atropellado de medias verdades, omisiones y mentiras. Se declaró inocente de todo. Reconoció su error en confiar en Bárcenas y aprovechó la hemeroteca a su favor para intentar repercutir en el PSOE y en Rubalcaba toda la carga de acusaciones que arrastra su gobierno y su partido. En resumen, que no piensa dimitir.

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La muletilla con la que salpicó todo su parlamento -”fin de la cita”-, error al leer el discurso preparado, llenó las redes sociales de alusiones y críticas que distrajeron la atención de la vacuidad de sus palabras, de la inconsistencia de unos argumentos que sólo embarran más una situación deteriorada que continuará mientras mantenga su posición dentro de su partido. Rajoy se enroca para ganar tiempo. Quedan dos meses para las elecciones alemanas y para el registrador de la propiedad resistir es vencer.

Para el presidente del gobierno, la principal cuestión que debería ocupar el debate es la estabilización económica, la lucha contra el déficit público como bandera. El resto, son ganas de marear la perdiz, antipatriotismo o memeces, como se encargan de recordar, día si y día también, sus desvergonzados voceros jaleados por su habitual claque de engominados, periodistas de partido y tontos útiles que huelen azufre ante cualquier mención a repartir las cargas de la crisis .

Rajoy elude cualquier explicación. Enciende el ventilador y habla de Filesa, de cacerías, de Garzón, incluso de ETA habló a través de la mención al “caso Faisán”, si eso le sirve para sus propósitos. El objetivo es blindar aun más sus poderes. Las inquietudes de los ciudadanos no cuentan. Se señalan los culpables fuera. El tesorero. Antes, eficacísimo, y ahora, contumaz delincuente. La oposición, siempre desleal. Y por último, la prensa, empeñada en destruir la confianza de los ciudadanos con fotocopias, datos falsos y hablando de lo que no debe y sin hablar de lo que se tiene que hablar.  El presidente del gobierno no hizo una defensa política. Quedó clara la ausencia de un proyecto, la falta de contrapesos en un sistema político contaminado por la intromisión de los partidos políticos en todos los ámbitos de la vida pública, de modo que cualquier crítica de la oposición se convierte en revanchismo. Estaba en juego la credibilidad del gobierno y del PP y su capacidad para explicar los mecanismos de su financiación y sólo apareció la incapacidad de Rajoy, y de los suyos, para hilvanar un relato que diese algo de sentido a todo el lío montado alrededor de Bárcenas.

En un país dónde los políticos sólo asumen responsabilidades, y aún así de forma muy limitada,  a través de la imputación o de sentencias penales, no puede sorprender que Rajoy hablase de la verdad judicial, como la única que aclara y establece los hechos, dejando de lado que se puede ser inocente ante la Justicia y culpable ante la opinión pública por cuestiones políticas, éticas y morales que el PP pasa por alto siempre que le interesa. Un comportamiento semejante al de su frecuente aliado, CiU, transmutado en paladín del soberanismo por intereses tácticos y, que un día antes y en el Parlament, tuvo un comportamiento similar a la hora de intentar explicar el “caso Palau” por medio de Artur Mas.

El president de la Generalitat mantuvo una línea de defensa similar a la de Rajoy. Las responsabilidades políticas y judiciales las cargó sobre el tesorero -en este caso Osàcar- y dejo a su partido, a su coalición y a su gobierno libre de toda culpa en cualquier caso de financiación ilegal que se hubiese producido. Lo que lleva a preguntarse porque se debe confiar en la gestión de unos políticos que se afanan a demostrar que no controlan sus partidos, a los que se engaña de forma fácil y que suelen confiar tan a menudo en gente equivocada. Mas siguió su defensa ciñéndose al habitual guión de la derecha acostumbrada a mandar desde siempre. El interés del país es el suyo y viceversa. Todo lo que se salga de aquí es antipatriotismo y clientelismo. Falta de voz propia. La bandera como manto inmaculado. En definitiva, un debate vacío, sin alternativa real y marcado por el cuidado de los partidarios del referéndum de no salirse un ápice del discurso hegemónico, no se vaya a poner en peligro la construcción de la nación.

Dos discursos para un mismo modelo de gestión. Nula asunción de responsabilidades políticas y propuestas ahogadas en comisiones de investigación destinadas al bloqueo por la existencia de mayorías parlamentarias. Donantes a los que no se investiga. Millones de euros perdidos en proyectos demenciales. Cuentas en paraísos fiscales y maniobras para salvar las apariencias.  Mientras, se lanzan planes de regeneración democrática, anunciados como señuelos y ante la confianza que la amnesia -herramienta capital en la política española y catalana- se acabará imponiendo. Pero el juego sigue. Bárcenas subirá la apuesta y, a mediados de este agosto,  Javier Arenas y Dolores de Cospedal tendrán que declarar ante la Audiencia Nacional.

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