El autismo autocomplaciente que proyecta la derecha española ha llegado estos días a su cota más alta. Ha sido, claro está, a propósito de la intervención del séptimo de caballería para salvar al sistema bancario hispano de la bancarrota. El entusiasmo puesto por Mariano Rajoy, Luis de Guindos y sus coros mediáticos ha alcanzado tal nivel de despropósito que, incluso, tras haber estado negando hasta pocas horas antes su inminencia, al final no han tenido ningún rubor en presentar el innombrable rescate como una especie de oscuro objeto del deseo por el que los españoles teníamos que dejarnos seducir.
Parecía como si en cualquier momento el presidente del gobierno pudiese recurrir a las melancólicas estrofas de Tom Jobim y Vinicius de Moraes para referirse a la ayuda desinteresada que, según anunciaba, nos brindaba el Eurogrupo: Olha que coisa mas linda/mas cheia de graça… Lo curioso es que, paradójicamente, en esta ocasión no le habrían faltado motivos a Rajoy, tan aficionado a las niñas como metáfora, para acordarse de aquella bella Garota Ipanema que tanto ha ayudado a proyectar en nuestro imaginario las arenosas playas de Rio de Janeiro. Y es que si hasta ahora Ipanema, o Copa decabana, eran esos simbólicos oasis de felicidad sobre los que se proyectaba la negra sombra de las favelas, hoy más que nunca son la encarnación de aquella sentencia marxista que nos recordaba que todo lo sólido se desvanece en el aire.
En el aire o bajo nuestros pies. Porque la mítica playa carioca viene sufriendo en los últimos meses un alarmante fenómeno que la asemeja cada vez un poco más a la perpleja realidad española: la aparición de grandes agujeros que amenazan la ensoñación de Ipanema. El último de estos casos se registró el pasado miércoles 6 de junio. Fue el cuarto suceso en seis meses. El más alarmante aconteció el 21 mayo cuando un recolector de basuras tuvo que rescatar a Carlos Henrique da Silva, tragado literalmente por la tierra mientras intentaba atraer la atención de los paseantes esculpiendo castillos de arena.
Pero lo que más asemeja los hechos de Ipanema con la actual realidad española no es tanto la inestabilidad que parece atenazar su suelo, como las causas que la provocan. Así se desprende al menos de los estudios técnicos, que han identificado el origen de los cráteres cariocas en la rotura del emisario submarino que, enterrado bajo la arena, conduce la aguas residuales de Rio de Janeiro hacia las profundidades marinas. De este modo, el detritus acaba sacando a la luz geológica las miserias de una ciudad que las postales de Ipanema (y los batallones de pacificación en las favelas) tratan de ocultar. Detritus, en fin, como el que cada vez resulta más difícil de contener en las cloacas españolas y que en los últimos tiempos está generando la aparición de agujeros cada vez más profundos en el paisaje nacional: cráteres en un sistema financiero asentado sobre las arenas movedizas de la especulación; cráteres en un poder judicial incapaz de otorgar reconocimiento a las víctimas de la dictadura y demasiado ocupado en agotadores viajes a Puerto Banús; cráteres en una anquilosada estructura política y partidista tan alejada de las necesidades sociales como pegajosamente próxima a las alcantarillas del Gürtel de turno.
Por eso no resulta extraño que la autocomplacencia de Rajoy nos evoque la presencia de aquella chica de cuerpo dorado de sol de Ipanema ,aquella seductora muchaba que, quién sabe, tal vez a estas alturas ya ha sido succionada también por la arena carioca. Quizás por ello, mientras los portavoces gubernamentales siguen encendiendo los fuegos artificiales con los que dar la bienvenida al rescate -y ocultar de paso las llamas de las barricadas mineras, o de las que puedan seguirlas-, otras estrofas escritas por Tom y Vinicius continúen resonando entre nosotros: Ah! Por que estou tao/ sozinho? / Ah! Por que tudo é / tao triste?
Periodista cultural y columnista.