A las 11.20 de la mañana de un 25 diciembre, el aparecimiento de un arrendajo, en su raudo volar, parece presentarse ante esta exposición como si fuera costumbre. En la distancia, también me acompañan los cantos de culto a La Natividad del Señor, los villancicos y el «Alegría para el mundo», que insufla melancolía pero también novedad para un posible renacer nuevo.
Con la exposición Un gaig blau («un arrendajo azul»), organizada por el M|A|C (Museu d’Art Contemporani de Mataró), Pere Llobera y Setxu Xirau Roig, me doy cuenta de que voy a presenciar y sentir un espectáculo sin igual. Ante lo que veo, oigo y siento, no hay réplica ni símbolo que valga, todo forma parte de un intrincado y único recorrido temporal y personal, puede que insondable, pero más familiar de lo que parece. Quizá por eso ha sido engendrada bajo la atmósfera solitaria, de brisa azul, suave y húmeda, de un lugar tan especial como es la cúpula y capilla del «Cementiri dels Caputxins» de Mataró.
Su instalación está basada bajo el discurso de la historia y la memoria. La historia se suele pensar para recordar y rememorar las imaginarias andanzas de personajes conocidos. Sin embargo, esta historia está compuesta por personas anónimas, no ilustres, y que en este caso son el centro de la memoria. Y más en días tan especiales como estos y en un año como este. En su cuenta de Instagram, el mismo Xirau escribió bajo la fotografía de un arrendajo azul disecado una cita de Walter Benjamin: «Es una tarea más ardua honrar la memoria de los seres anónimos que no la de las personas célebres. La construcción histórica se consagra a la memoria de los que no tienen nombre». Y he aquí el sentido de la propuesta: la preservación de la memoria pero sin recurrir al hecho sentimental o monumental de lo funerario. Cada objeto, con gran interés material, por cierto, nos lleva a entender ciertas cosas: lo sagrado es abierto, la memoria es el archivo de la existencia; en todas sus facetas, sobre todo en enaltecer lo común y cotidiano que comparten las personas anónimas.
El objeto personal —que representa memoria— es el ex voto sagrado o la pequeña imagen o voluta tallada que nos permite reconocer donde estamos pero sin entender su porqué. Aquí nos encontramos como si nosotros fuéramos partícipes de lo que a todos nos une. Lo solemne se convierte en habitualidad. Y esa es la transición conseguida entre exterior y cúpula.
La experiencia estética, si la hay, consiste en ver que aquello que nos obnubila, que nos resulta sublime, es también un estar en un cierto discurrir de las cosas y los elementos. Los símbolos no simbolizan, se presentan, se naturalizan. Un ejemplo de ello, es el colgador de ropa de cinco ganchos, vacío y antiquísimo, que nos conecta de nuevo con el lugar en el que nos encontramos. Presumiblemente de alguien que pudo depositar sus atavíos. Ahora, en cambio, los ganchos están ocupados por un desapacible y solitario chal o boa de córvido que nos presenta el «no estar» pero sí el «sí ser».
Ocurre lo mismo con las lápidas. Ese suelo sagrado que no se puede pisar, es el suelo de baldosas hidráulicas de ese alguien que está bajo el subsuelo.
Sensaciones, memoria e historia, representan una suma única e irrepetible en esta instalación.
Inauguración: sábado 19, a las 12 h
Días de apertura: 19, 20, 25 Navidad, 26 San Esteban y 27 de diciembre
Horario: de 11 a 14 h
Galería de imágenes:
[metaslider id=»26210″]
Nací en Barcelona el 9 de abril de 1995. Tengo formación artística y pedagógica. Desde pequeño me ha interesado conocer y tratar las cosas desde un prisma muy personal. Quizá por mi formación, la mayoría de lo que he aportado, siempre ha sido analizado y mostrado no antes, sin pasar por los filtros de unos valores que siempre han ido cambiando, pero que guardan una relación común: la de hacer una función benefactora y justa.